La realidad económica es más previsible que la política. Tal como se escribió no solamente en este espacio, la reconstrucción del mega endeudamiento en moneda extranjera llevó primero a una crisis externa y a la recaída en el FMI y luego, con el Fondo adentro, a la vuelta de tuerca sobre el programa ortodoxo que condujo a la economía al subsuelo dónde hoy se encuentra.
El subsuelo era un lugar absolutamente innecesario. Es un verdadero triunfo del control mediático de la subjetividad social que una parte de la población crea que el sufrimiento es un paso previo para el bienestar. Es una idea arraigada, pero es mentira. No es así como funciona la economía. No se necesita empeorar para estar mejor. La distribución del ingreso es un reparto, valga la redundancia, del ingreso, que no es la riqueza acumulada, sino el valor agregado en el momento de la producción. Si se aumenta la parte del ingreso que se llevan los trabajadores ello se destina a consumo y se pone en marcha la actividad. Si en cambio se aumenta la parte que se lleva el capital no hay ninguna garantía de que el excedente se vuelque a la inversión, conducta que es la promesa del discurso de la necesariedad del subsuelo.
Los actores económicos no son ni buenos ni malos, sólo tienen una lógica de comportamiento. Una de las lógicas del capital es valorizar el excedente. El excedente se valoriza reinvirtiéndose en la producción sólo en las economías que crecen, no en las que se contraen. El pasado abril, por ejemplo, la inversión medida por el ITE-FGA cayó el 20,2 por ciento interanual. El número es bastante lógico, la inversión muestra históricamente un comportamiento “procíclico”, es decir que sobrerreacciona a la dirección del ciclo económico. En una economía que tiene la mitad de sus máquinas apagadas (capacidad instalada ociosa) resulta claro que el problema no es de oferta, sino de demanda. Dicho de manera gráfica y con datos del presente, el problema de la economía no es que no existan la capacidad y los recursos para producir autos, sino que no hay quien compre los autos. No es la oferta la que crea su propia demanda, el cliché que enseña la economía vulgar, sino al revés. Nadie pone un kiosco por los bajos salarios y la confianza de los mercados y con ello crea compradores de caramelos, pone un kiosco porque evalúa que habrá compradores de golosinas.
El sufrimiento, entonces, sólo profundiza la contracción. Pero además, el subsuelo no es sólo la proliferación abrumadora de números negativos, es también un lugar de mucho dolor. Es el aumento de la pobreza y la indigencia, es el dato del hambre y de que uno de cada dos menores es pobre. Es una parte de la población comiendo de la basura, un verdadero retroceso civilizatorio en el autoproclamado “supermercado del mundo” que produce alimentos “para 400 millones de personas”. El ajuste no es solamente la reducción del números de investigadores del Conicet, sino la destrucción de las funciones del Estado, es la profundización del debilitamiento de la salud y la educación pública, lugares a los que las clases medias pauperizadas comenzaron “a caer”. El subsuelo es el fin del fútbol para todos, pero también que los estudiantes no tengan notebooks, que hayan desaparecido ayudas del plan Progresar y que el PAMI reduzca hasta la muerte la entrega de remedios a jubilados empobrecidos.
Este cuadro de destrucción es el que deberá revertir el próximo gobierno. Mauricio Macri afirmó sin pudor que si es reelecto hará más de lo mismo, pero más rápido. A diferencia de 2015 no podrá hablarse entonces de “estafa electoral”. Pero lo que se propone no sucederá ni siquiera si gana las elecciones. La democracia formal se encuentra severamente afectada por el poder de los monopolios mediáticos, la producción viral de noticias falsas, la guerra jurídica y el financiamiento corporativo de la política, pero la resistencia social no desaparecerá. No será fácil avanzar en la destrucción del sistema previsional, los derechos laborales y lo que queda del Estado.
Si en cambio las elecciones son ganadas por un gobierno nacional-popular las expectativas de mínima, como regresar rápidamente al nivel de bienestar de 2015, serán probablemente defraudadas, lo que minará la legitimidad del futuro gobierno y comenzará inmediatamente a ser utilizado por el adversario, ahora en la oposición, pero igual de poderoso. Como sucedió con el plan de José Alfredo Martínez de Hoz durante la última dictadura militar, en estos pocos años el macrismo provocó profundas transformaciones de largo plazo. En particular, construyó condicionalidades poderosísimas con las que deberá convivir cualquier administración. La más notable es el endeudamiento y la relación obligada con el FMI, pero también pesará la destrucción del aparato productivo y la inflación persistente y desbocada, factores que en la práctica cotidiana alteraron las relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo.
Lo dicho puede entenderse mejor si se explica en una secuencia. La buena teoría económica enseña que de una recesión se sale impulsando la demanda. Un nuevo gobierno podrá mejorar los salarios públicos y no ser neutral en las paritarias, pero el piso bajo de partida que quedará en el sector privado sólo podrá remontarse lentamente. Además, cuando los salarios crecen, crece también la demanda de dólares de la economía y si algo no tendrán los primeros años del próximo gobierno serán dólares. A comienzos de junio nadie sabe a ciencia cierta cuál será el panorama del próximo diciembre. Se prevé una potencial corrida y salida de capitales, pero el gobierno confía en que los dólares con los que cuenta gracias al pulmotor estadounidense vía FMI, esta vez bien usados, le alcanzarán para sostener la paridad y estabilizar la macroeconomía hasta el final de su mandato. Mantener la paridad significa también mantener a raya la inflación y la ratio deuda/PIB. Nótese que si el dólar se dispara también lo harán los precios internos. Pero si hay una corrida y el dólar se va a 60 o 70 ello significará que se disparará la relación deuda/PIB y la situación será de default abierto. Maravillas de endeudarse en divisas. Hoy no está claro si esto ocurrirá antes o después de diciembre. Pero el “Plan Bomba” del que hablaba en 2015 el periodista Marcelo Bonelli en referencia a la herencia del kirchnerismo hoy sí está perfectamente armado para la sucesión del macrismo.
Desde las filas económicas del “albertismo” lo saben, por eso aspiran a una concertación entre el capital y el trabajo para conseguir una recuperación lenta de los ingresos de los trabajadores que permita disminuir gradualmente la “nominalidad” de la economía, es decir que la inflación baje en una primera etapa del 50 al 20 por ciento anual. También confían en que ser los acreedores N°1 del FMI será una carta para la renegociación de los fuertes vencimientos de los primeros tres años. En el camino será tiempo de ver cómo conseguir más dólares genuinos. Aquí es donde entra la idea de ayudar al desarrollo por el lado de la oferta favoreciendo a sectores exportadores industriales seleccionados. Claro que todas estas ideas, por ahora parte de un gran borrador, dependerán de las condiciones iniciales del nuevo gobierno, todavía desconocidas