Desde París
Un ser humano se está extinguiendo en una cárcel de Londres bajo la artimaña judicial que varias democracias liberales diseñaron contra él: Julian Assange. Un conjunto de 28 países que integran el grupo democrático más sólido del planeta está acusado de complicidad con crímenes contra la humanidad: la Unión Europea. Ambos casos atraviesan la vida del abogado francés Juan Branco. Este joven militante y polemista es uno de los abogados de Julian Assange y, también, uno de los dos letrados que presentó una querella ante la Corte Penal Internacional, CPI, contra la Unión Europea por haber “orquestado tanto la intercepción como el arresto de 40.000 migrantes” que huían Libia. Las 242 páginas de la denuncia imputan a la UE por cargos de “asesinato, tortura, tratamientos inhumanos y desplazamientos forzados” e intento de “frenar a toda costa los flujos migratorios hacia Europa, incluido mediante el asesinato de miles de civiles inocentes que huían de la zona del conflicto armado”. Pactos con milicias libias, abandono de los migrantes en el mar, la política migratoria de la Unión Europea acabó creando el cementerio a cielo abierto más grande del planeta: el mar Mediterráneo.
Como abogado de Julian Assange, como parte querellante contra Europa, como defensor de los activistas del movimiento de los chalecos amarillos o como polemista autor de ensayos de alto voltaje político, Juan Branco sabe de lo que habla. Su experiencia de asistente del Fiscal de la CPI (2010-2011) quedó plasmada en un libro donde desnudó las fallas y las ligerezas extraordinarias de una Corte creada para castigar los crímenes más horrendos de la historia durante los años en que estaba a cargo del argentino Luis Moreno Ocampo: L’Ordre du Monde: Critique de la Cour Pénale Internationale (El Orden del Mundo: Critica de la Corte Penal Internacional). Su estatura de polemista está resumida en el último ensayo publicado, entre las mejores ventas de Francia: Crépuscule: Macron et les Oligarques. Une enquête vérité (Crepúsculo: Macron y los oligarcas: una investigación verdadera). El libro ahonda la metodología de las oligarquías para absorber la democracia. Hoy, Branco manifiesta una alarmante preocupación por la situación judicial y humana en la que vive Julian Assange luego de que lo sacaran de la embajada de Ecuador en Londres. Su abogado francés siente que Assange está en peligro porque “estamos perdiendo a ese hombre”.
–Julian Assange, de quien usted es uno de los abogados defensores, es víctima de una venganza judicial globalizada y, al mismo tiempo, de una suerte de complicidad de las opiniones pûblicas con el montaje informativo armado por los llamados pensamientos dominantes.
–Estamos en una situación muy complicada. Assange se encuentra en un estado de shock. Después de haber estado encerrado en 20 metros cuadrados sin acceso al aire libre, lo sacaron en 45 segundos. De pronto hubo toda esa violencia. Llegaron y lo agarraron para meterlo en una cárcel de alta seguridad que fue construida después del 11 de septiembre de 2001 para los terroristas. Para que vea las derivas de seguridad de nuestras democracias liberales, esa cárcel tiene un túnel que conduce directamente a la Corte. Ahora está ahí, encerrado 23 horas al día desde el 11 de abril. Tiene dificultades para alimentarse por el golpe emocional que recibió. Estamos perdiendo a ese hombre. Toda su brillante resistencia frente a los mecanismos de opresión está por romperse. No tiene acceso a nada. Sólo un abogado puede verlo y apenas le autorizan dos visitas sociales por mes. Son condiciones delirantes contra un hombre que sólo dice la verdad, que ha denunciado criminales contra la humanidad. Ya no es indignación, ya no es llanto, ya no es rabia. Esto es grotesco.
–Se ha instalado en el mundo un contra relato negativo contra él, como si él fuese el enemigo de las democracias, el manipulador, cuando lo que hizo fue denunciar sus crímenes.
–Hemos creado fantasmas que van a regresar. Uno de ellos es Assange. Siempre volverá por muchas décadas para recordarnos algo que nunca debimos olvidar. Assange es como Aaron Swartz, es decir, uno de esos reveladores de la violencia que existe de manera permanente, pero que se vuelve intangible o invisible a través de los medios y los aparatos de poder. De pronto hay puntos de fijación que lo revelan todo. Assange es uno de ellos. Durante años, cuando trató el caso de Assange, la prensa repitió las cosas con las que el poder lo identificó: se lo acusó de violador, de antisemita, de ser un agente de los rusos. Pero esos discursos venían de los aparatos de poder con el único objetivo de deslegitimar a un disidente político, y no fueron filtrados. Hubo una incapacidad total de nuestro propio espacio democrático de hacer ese filtro y decir no, tal vez estoy participando sin darme cuenta en algo y debería pensármelo un poco. Ya hubo como seis acusaciones, ya está bien ¿no ?. Nunca ha habido ese reflejo. La prensa ha perdido la capacidad de producir su propia información y repite la que confeccionan las agencias. Es un tema central. La tensión que se creó en torno a Assange es la tensión que se creó alrededor de la información. Y la información es la llave de una democracia liberal. La democracia liberal no es democrática si votamos por A cuando en realidad se vota por B. La naturaleza de nuestros regímenes políticos se determina a partir de ahí. En ello Julian Assange es un caso esencial para verificar la realidad de la naturaleza de nuestros sistemas políticos. De pronto, Assange, con su radicalidad, expone el nivel de convenio y de integración entre el sistema político y mediático que existe hoy. Nos acostumbramos a prácticas que no debimos aceptar. Cuando alguien como Assange llega y pone en evidencia todas las contradicciones se da una violencia muy fuerte. Se dice entonces: algo pasa aquí, será un violador o un agente de los rusos. No hay pensamiento, no hay conciencia. Hay una sensación de que Assange les molesta y no comprenden por qué. No es fácil tomar conciencia del trabajo de conformación que han hecho con Assange. Es muy difícil resistir.
–A Assange le aguarda todavía un destino cruel. Lo han cercado por muchos lados.
–El caso de la acusación sueca de violación no nos preocupa tanto. El sabe que no lo hizo y se probará. Mucho más problemático es el caso abierto en los Estados Unidos. Se lo acusa de algo que él asume haber hecho: ser periodista y revelar informaciones que eran verdaderas. Ahí sí que la confrontación es más dura. Pero ya sabemos una cosa con respecto a hace un año, cuando se pretendía que en los Estados Unidos no había persecución contra Assange. Hubo una negación generalizada. Se lo culpó de estar metido en un complot para escapar de Suecia o de hacerse la victima. Se negó la evidencia de su persecución. Hubo una violencia simbólica muy fuerte y torrentes de sospechas porque Assange los había molestado. Ahora lo tenemos más claro. Paradójicamente, estamos contentos de que todo se haya revelado, de que se sepa que se lo acusa de delitos de espionaje que conllevan 175 años de cárcel. Ahora podremos ir a ver a los jueces británicos y decirles que ya no pueden ignorar que no envían a alguien a Estados Unidos por una pena de cárcel de cinco años, sino a una pena de por vida. No podrán ahora escapar de sus responsabilidades con esa fórmula hipócrita que, por un lado, permite respetar el derecho y, por el otro, violarlo.
–El texto de denuncia sobre la política migratoria de la Unión Europea derivada de la crisis de los migrantes en el Mediterráneo es muy fuerte: en esa investigación ustedes apuntan a la UE por tortura, complicidad, crímenes contra la humanidad, colaboración.
–Nos costó mucho asumir la acusación. No son cuestiones que se puedan tratar a la ligera porque son acusaciones muy pesadas. Nos llevó más de dos años elaborar este documento para el cual utilizamos fuentes certeras. No entregamos una lista sobre las personas que deberían ser acusadas porque hay muchos discursos dobles sobre estas cuestiones. Quienes han asumido públicamente estas decisiones no son necesariamente quienes las han aprobado. Hay muchos interrogantes sobre el papel que jugaron Angela Merkel, el ex presidente francés François Hollande y el actual, Emmanuel Macron. Pero también hay funcionarios en la sombra. En el secretariado general del Consejo Europeo y en la Comisión Europea hay funcionarios que desempeñaron un papel importante en la toma de decisiones. Hay más que complicidad: hay coautoría en los hechos y hasta inclusión. Lo que demostramos es que hubo una situación muy compleja que se puso en marcha en Europa durante estos anos.
–Para usted, la crisis migratoria es la suma de varios factores que terminarán convergiendo dramáticamente en el Mediterráneo.
–La crisis geopolítica que se desató con la guerra en Libia y las insuficiencias de nuestras elites, en particular las francesas, nos llevó a encontramos con una crisis migratoria. Aclaro que esa crisis migratoria no empieza ahí, sino que se revela en ese momento. Lo que estaba escondido gracias a los acuerdos secretos de gestión migratoria que se habían pactado con el coronel Kadafi y que permitían ocultar la comisión de crímenes perpetrados en los campos de detención construidos con las ayudas de la Unión Europea, de pronto salió a la luz. Miles de personas intentaron escapar de esa situación provocada por un Estado autoritario. A ello se le suma una medida de la Corte de Estrasburgo que, irónicamente, decidió (HIRISI) prohibir el reenvio de migrantes a países donde no estaban seguros. La Unión europea se encontró con esa medida y su respuesta consistió en optar por dejar de salvar a la gente que se estaba escapando de Libia reduciendo las operaciones de rescate en la zona donde actuaba para rescatar gente. Esa primera decisión provocó la muerte de miles de personas. Y lo que nosotros hemos demostrado es que fue tomada con plena conciencia. Encontramos documentos internos de Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas) que dan cuenta de la existencia de información disponible antes de que se tomaran las decisiones. Ahí estaba claro que con estas medidas se iban a provocar miles muertos. Y pese a ello se procedió. Luego, cuando la estrategia no funcionó, la Unión Europea tomó dos decisiones más. La gente que escapaba de Libia prefería arriesgar sus vidas y ahogarse antes que quedarse allí. Entonces las ONGs empezaron a salvar a la gente que se estaba ahogando. Ante ello, primero, la Unión Europea intentó criminalizar a las ONGs. Después, la UE externalizó su política migratoria pactando con agentes criminales en Libia, es decir, los guardacostas libios, que son una conjunción de milicias y no una fuerza del Estado. Son grupos criminales que se juntaron y fueron financiados por la Unión Europea para hacer el trabajo sucio. Esa política migratoria solo podía tener consecuencias criminales porque en Libia no hay más un Estado central capaz de gestionar la crisis. Se fijó el objetivo de parar a toda costa a la gente que quería huir de Libia. Esto derivó en torturas sistemáticas, violaciones, ejecuciones arbitrarias y arrestos. La querella que presentamos ante la Corte Penal Internacional se abre con un cable diplomático del embajador alemán en Níger dirigido a la canciller alemana Angela Merkel y enviado tres días antes de que Merkel firme con Libia un acuerdo para incrementar la cooperación en términos migratorios. En ese cable, el embajador alemán declara textualmente: “las condiciones en los campos de detención en Libia destinados a los migrantes son comparables a los campos de concentración”. A partir de aquí la responsabilidad está establecida. La Comisión Europea, a través de su portavoz, admitió los hechos…y dijo que fue un error. Desde ya, la Corte Penal Internacional ya no tiene excusa. Debe ocuparse del caso. Ya hay actores que admiten su responsabilidad en la crisis y lo mínimo que puede hacer la Corte es fiscalizar a esas personas para asegurarse de que no fue intencional. Si la CPI no abre una investigación con la base documental que le hemos ofrecido y el análisis jurídico que hemos hecho no veo cómo podrá justificarlo.
–La secuencia es de una lógica macabra: empieza con la intervención norteamericana en Irak en 2003 y sigue con la intervención occidental en Libia. Ambos desastres desencadenaron una estampida de migrantes que, en Europa, terminará explicando la pujanza de la extrema derecha en Francia y el surgimiento de Matteo Salvini en Italia.
–Evidentemente. En Italia, Salvini hasta firmó un decreto mediante el cual criminaliza el socorro a los migrantes con una multa de 5.000 euros por migrante salvado. Se le ha puesto precio a la vida de un ser humano. Hay que pagar 5.000 euros para salvarlo. Esos discursos populistas nacen de la crisis política. Estoy convencido de que hay una continuidad entre las fuerzas que se dicen progresistas, que estuvieron en el poder desde 2008, y las fuerzas que se oponen y se dicen populistas. En Europa hubo una incapacidad de las elites políticas para asimilar la responsabilidad de la violencia social que se estaba declarando. Las fuerzas que estaban en el poder en 2008 no respondieron a la crisis social, ni asumieron sus responsabilidades. Esto propulsó a las fuerzas que se llaman populistas. Esta corriente encontró chivos expiatorios para seducir a la sociedad y, aunque sea psíquicamente, darle la oportunidad de aliviar la violencia social que sufrieron. Se buscaron minorías, espacios en los que había vulnerabilidades particulares a donde se podía redirigir la violencia que hubiese podido ir contra las elites. Esa violencia se remitió hacia las minorías, los inmigrantes. Se trata de un mecanismo de regulación de las sociedades muy corriente. Los chalecos amarillos son una reacción extremadamente saludable y maravillosa a todo esto. Los chalecos amarillos no salieron a buscar chivos expiatorios, ni a atacar a los migrantes. Este movimiento se apartó de estos discursos porque su único objetivo fue poner término a una violencia social masiva. No hubo manera de sacarles su legitimidad. Tuvieron una inteligencia colectiva maravillosa.