En la base de la Estatua de la Libertad, a la entrada de Nueva York, hay un poema de Ema Lazarus que dice: “Dame tus cansadas, tus pobres, tus hacinadas multitudes anhelantes de respirar en libertad”. Su significado quedó hecho añicos a lo largo de varias presidencias, pero Donald Trump lo terminó de hacer polvo. Estados Unidos impuso desde este mes más condiciones a los extranjeros para ingresar al país y también aplicó restricciones a sus propios ciudadanos para salir de él con destino a Cuba. Las dos noticias que la mayoría de los medios dieron por separado hablan de una misma política. De un control orwelliano que agrega filtros más duros para cruzar sus fronteras –no basta con el muro en los límites con México– e impone una zona de exclusión a quienes pensaban visitar la mayor isla de las Antillas con pasaporte de EE.UU. Para entrar habrá que entregar los perfiles utilizados en redes sociales, correos electrónicos y números telefónicos de los últimos cinco años. Para viajar al exterior los norteamericanos deberán elegir cualquier nación menos Cuba. Quien lo intente se verá en serios problemas. Desde el 5 de junio, Washington le dio vigencia al Título III de la Ley Helms-Burton con el fin de asfixiar todavía más a su vecino. El gobierno de Miguel Díaz Canel repudió la decisión que retrotrajo a cero los avances que se habían logrado durante las presidencias de Barack Obama y Raúl Castro.
“Las medidas buscan impedir que el pueblo de Estados Unidos conozca la realidad cubana y derrote así el efecto de la propaganda calumniosa que a diario se fabrica contra nuestro país”, señaló La Habana. Por 60 años la isla fue sometida al bloqueo económico de EE.UU que ha tenido un costo para el país de 134 000 millones de dólares a precios corrientes hasta 2018. Aunque el caso de Cuba se explica por sí solo en la política de creciente aislamiento que pretende imponerle Trump, todo tiene que ver con todo. Estados Unidos está en guerra contra el mundo o una buena parte de él. En guerra comercial con China y Europa, en guerra fría con Rusia, en guerra con Venezuela para apropiarse de su petróleo como ya lo hizo en Irak, en guerra migratoria con México y los países de América Central.
Ahora los viajeros que quieran ingresar a su territorio para hacer turismo, trabajar o estudiar se verán obligados a entregar datos sensibles. Las nuevas condiciones solo eran exigidas hasta la semana pasada a personas que habían visitado países que integran la llamada lista de “estados terroristas”, según la mirada gendarme de EE.UU. Con cierta ironía, el bloguero y analista político cubano Iroel Sánchez comentó: “Obviamente, las contraseñas no las piden porque como la mayoría de esas empresas son norteamericanas no las necesitan, tienen las puertas traseras de sus servidores”. Se estima que unos 15 millones de extranjeros tramitan cada año la visa para entrar a Estados Unidos. La nueva regulación es tan restrictiva como la que se puso en vigencia para los norteamericanos que aspiren a viajar a Cuba. No serán alcanzados por ella quienes compraron o reservaron pasajes hasta el 4 de junio.
Peter Kornbluh, en el diario The Nation, escribió un artículo sobre las consecuencias de esta política: “En 24 horas, más del 50 por ciento del mercado de viajes de Estados Unidos a Cuba simplemente se ha evaporado. Y es probable que aumenten las consecuencias a medida que la turbulencia provocada por Trump se extiende a través de la industria de viajes, afectando a los proveedores de tours educativos, aerolíneas comerciales y otras compañías relacionadas con el turismo, por no mencionar a toda la economía cubana...”
El canciller Bruno Rodríguez Parrilla rechazó las flamantes disposiciones del Departamento del Tesoro de EE.UU: “Pretenden asfixiar la economía y dañar el nivel de vida de los cubanos para arrancarnos concesiones políticas. Fracasarán otra vez”. En Estados Unidos las críticas también se hicieron escuchar. La organización Engage Cuba que busca el fin del bloqueo impuesto por Washington señaló: “El gobierno no debe vigilar los lugares a donde los norteamericanos se van de vacaciones”. Las congresistas estadounidenses Kathy Castor y Bárbara Lee también cuestionaron la entrada en vigencia del Título III de la Ley Helms-Burton.
“Desde que Estados Unidos restableció los lazos diplomáticos con Cuba miles de estadounidenses, incluidas muchas familias de mi propia comunidad, han visitado la Isla”, escribió en un comunicado Castor, representante demócrata por Florida. Es hacia el electorado cubano-estadounidense de ese estado a donde apuntan también las recientes medidas de Trump. Su asesor en seguridad nacional, John Bolton y el lobby de congresistas cubano-americanos fueron claves en el armado de esta política. La dimensión del perjuicio que se ocasionará a la isla está dada por la cantidad de viajeros que recibió en 2018. Fueron unos 630 mil, más medio millón de cubanos que residen en EE.UU. “No somos ingenuos, son ya 150 años de ardua lucha por nuestra independencia teniendo que afrontar desde el primer día las ambiciones hegemónicas del imperialismo norteamericano”, agregó el ministro Rodríguez Parrilla.
Desde que Trump asumió el gobierno redujo de manera ostensible el personal en la Oficina de Intereses de La Habana, dañó al sector privado cubano, y provocó dificultades en la vida cotidiana de hijos y padres que deben trasladarse a terceros países para solicitar la visa si desean ir a Estados Unidos. Como sucede con los residentes en la isla que se ven obligados a pedirla en Guyana, a 2748 kilómetros de distancia, porque la Oficina de Intereses de EE.UU. ya no atiende temas consulares. Antes tampoco la tenían fácil: debían tramitarla en Colombia. En sentido contrario, casi 800 mil reservas para viajar en crucero se vieron afectadas por la decisión del gobierno de Washington de prohibir los viajes a Cuba, según la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA). Carlos Gutiérrez, presidente del Consejo de Negocios Estados Unidos-Cuba, recordó que ése es el único país –con la excepción de Corea del Norte–, a donde un estadounidense no puede viajar libremente.