La titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, confiesa que “subestimó” la magnitud de la crisis. Caramba. No se flagele, media tan solo un pequeño error. La susodicha y sus amanuenses de Hacienda y el Banco Central quisieron provocar recesión y consiguieron estanflación. O sea, la baja de la actividad, los despidos y los cierres de establecimientos son instrumentos del programa para enfriar la economía, reducir “costos salariales” mejorando así la competitividad. Hasta ahí, objetivo cumplido. Falló la baja de la inflación… nadie es perfecto.
Las consecuencias visibles son abordadas creativamente por Clarín que anuncia que el precio del pan quebró “la barrera psicológica de los 100 pesos el kilo”. El costo de un producto básico se torna prohibitivo: no le hace. La reducción de consumos y hasta el hambre quedan fuera de la Vulgata neo-con que diagnostica un trauma de los consumidores… esos delirantes que se creían con derechos. Adam Smith y Sigmund Freud se revuelcan en sus tumbas.
Los derechos, las carencias en la mesa de los argentinos, la disminución de compras de otros productos suntuarios como la leche que parezca leche, la yerba mate que no sea puro palito, la carne, el yogur o los remedios completan el cuadro. Aunque de eso no se hable en la City ni en los paliques entre funcionarios internacionales y sus contertulios nativos.