John Scofield estira las últimas notas de la guitarra con la calidez de un suspiro, mientras busca a Gerald Clayton con la mirada. El pianista corresponde el gesto con un acorde desplegado, que encuentra el último centelleo en un toque preciso de plato de la batería de Stewart. Un segundo antes, el contrabajo de Archer colocaba con gracia las notas de llegada. Disminuye la luz del escenario, la tensión se disuelve hacia un silencio que el aplauso estruendoso de la sala llena rompe de pronto. El ritual de la buena música bien recibida se cumple. Es el final de “But Beatiful”, una balada estremecedora, y la feliz conclusión de un concierto de jazz generoso, tocado con sabiduría y temperamento.
El viernes, en el Teatro Coliseo, John Scofield cautivó, una vez más, al público de Buenos Aires. El guitarrista estadounidense mostró los temas de Combo 66, su disco más reciente, al frente un cuarteto formidable que se completó con Bill Stewart en batería, Vicente Archer al contrabajo y el organista y pianista Gerald Clayton. A los 67 años, de vuelta de muchas de las batallas que en las últimas décadas marcaron los desarrollos del jazz y sus adyacencias, Scofield tiene claro por dónde ir con su música. Y sobre todo, dónde llegar. Sus últimos discos, Country for Old Men y Woostock –una especie de juntada “all stars” con Jack DeJohnette, Larry Grenadier, John Medeski–, dan cuenta de la manera en la que el guitarrista direcciona esa libertad creativa que sólo la gran experiencia otorga. En los temas de Combo 66, esa sabiduría se proyecta sin estrépitos, con sobriedad y elaborada sencillez.
Scofield comenzó el concierto con “Can’t Dance”, el tema que también abre el disco que vino a presentar. La melodía enunciada con amabilidad por la guitarra se fue crispando en el diálogo entre las partes, el sonido del órgano tensaba la cuerda expresiva, la batería ornamentaba sin dejar de propiciar un groove implacable que el bajo sostenía desde el fondo. Sobre ese esquema enseguida llegaron los primeros solos de una noche que fue pródiga en este sentido. Enseguida, “Combo theme”, con Clayton al piano, y el más enérgico “Icons at the fair”, fueron muestras esenciales de una música que atraviesa rasgos del blues, el jazz-rock y el country, sin detenerse en ninguno en particular. “Southern pacific” y “Green tea”, temas de A go go, el disco que Scofield supo grabar a fines de los ‘90 con Martin-Medeski-Wood, fueron algunos rescates que el cuarteto reelaboró, antes de llegar al punto más alto de la noche con “Dang swing” y “F U Donald”, tema del baterista, dedicado a su presidente.
La música de Scofield está hecha variedad y equilibrios. Pasado y presente, musicalidad y destreza técnica, previsibilidad y sorpresa, groove y abstracción, composiciones bien definidas e improvisación, individualidad y diálogos, se balancean en la dinámica de un cuarteto sin fisuras, que a su vez equilibra diversidades generacionales y estilísticas. Clayton, pianista formidable capaz de penetrar el espíritu ecléctico de la música de Scofield para dejar su propia huella, propició algunos de los mejores momentos de la noche. Stewart, el alma del cuarteto, es un baterista decididamente genial, capaz de ornamentar con sorpresa sin dejar de sostener el groove de cuarteto. Archer casi no se movió de una base sólida y expresiva y cuando lo hizo mostró buenas ideas.
En el final llegaron más temas de Combo 66, como “Willa Jean” y “Uncle Southern”, que solo podrían haber sido compuestos por la guitarra de Scofield. Tras dos horas de concierto, la satisfacción de haber vivido un gran momento se reflejaba en el gesto de muchos de los que lentamente salían del teatro. El clásico público del jazz, “over 40 plus”, en su mayoría varones, conocedor y exigente, recibió lo que esperaba de un músico capaz decir algo novedoso sin dejar de ser el mismo. Scofield cumple.