Una cantidad y esperpéntica calidad de manipulaciones, por parte de la prensa oficialista, vienen de convivir con una gran mayoría de relevamientos que indican recuperación en la imagen del Gobierno.
Lo segundo sería verosímil por dos razones.
La primera, sobre todo de cara a los indecisos, es que las encuestas son antes una foto del momento y no la película de mediano plazo.
Con la quietud en la cotización del dólar y algunos indicadores de que la inflación se estabilizaría, aunque los signos externos sigan advirtiendo una Argentina muy peligrosa, parecería lógico que una franja de los fluctuantes e indiferentes se dejara llevar por destellos.
El segundo motivo, atado al previo, es aquello de que la principal candidatura oficialista no es el nombre de Macri, ni quien lo acompañe en la fórmula, ni alguna alianza impensada que todavía puedan tejer, sino la habilidad de que dispongan para trazar la percepción de que todo puede mejorar, en un futuro que jamás podría llegar bajo un modelo cómo éste.
A partir de esos dos preceptos, Casa Rosada se embarca en el combo de a) perjudicar adversarios capaces de competirle desde el “centro” y b) refrescar el espanto a la vuelta populista.
El nigromante Jaime Durán Barba ya lo adelantó en declaraciones públicas: será el desencanto contra el miedo y lo demás importa más nada que poco.
El Gobierno disparó con la cortina de humo de habilitar colectoras para que se mantenga la ficción de Alternativa Federal colgada de Heidi bien que, esencialmente, se trató de adelantar la idea por la prensa a fin de voltear toda negociación propia con Sergio Massa.
La convicción íntima del equipazo gubernamental, como reconocen en reserva algunos de sus miembros, es que Massa adentro de Cambiemos no resistiría la estampa de mamarracho frente al núcleo gorila.
Entonces, desde las usinas macristas del periodismo in the pendient, como lo describe Mario Wainfeld, fue de donde salió que el tigrense andaba en arrumacos con el Gobierno, para ofenderlo y terminar de volcarlo en brazos de la unidad peronista.
Tiraron también con versiones disparatadas sobre la salud de Alberto Fernández, a quien la bajeza mediática le diagnosticó un tromboembolismo pulmonar.
Fantasearon que, en su perfil de redes, el candidato bajó su condición de tal.
Nada superó, sin embargo, a la movida lisérgica de Clarín, que pretendió reinstalar el caso Nisman mediante la cita de un “frenético” intercambio de llamadas entre Cristina y el ex secretario de Seguridad, Sergio Berni, en la madrugada y durante el día en que se conoció la muerte del fiscal.
Hasta un infante se percata de que lo insólito hubiera sido lo contrario. Recalcado por Raúl Kollmann en su artículo del jueves pasado en PáginaI12, el complot habría sido descubierto si la mandataria se hubiera enterado del sospechoso deceso de un fiscal para irse a dormir, con toda tranquilidad, sin preguntar nada.
En ese caso, como señala el colega, la tapa cantada de Clarín debió haberse remitido a lo sospechoso de que no hubiera comunicaciones entre la Presidenta y el responsable de Seguridad.
Kollmann remarca que la única explicación posible es que toda la jugada tiene el objetivo de utilizar el tema en campaña electoral, presionando a Comodoro Py para que persista en apretar y produzca, aunque sea trucha, alguna novedad.
“Sucede que en cuatro años y medio no han podido encontrar ni una sola evidencia de que alguien haya entrado al edificio, que se metiera en un departamento que estaba cerrado por dentro, que un supuesto sicario usara una pistola viejísima que estaba a nombre de un asesor informático de Nisman; que no hubiera rastro de violencia alguna, ni desorden en el departamento, ni lesiones defensivas en el fiscal, ni una huella ni una pisada del sicario, ni una gota de sangre fuera del baño”.
Por tanto, finaliza Kollmann, no tienen nada de nada, necesitan algo para la campaña y en la desesperación hacen cualquier cosa, por más burda que sea.
Si esa hipótesis es correcta, las encuestas sobre reanimación macrista serían engañosas.
Pero también es cándido suponer que el partido ya está ganado por la oposición realmente existente.
Nunca estará de sobra insistir con que Washington le hizo quemar al Fondo Monetario su manual entero, acerca de no usar la plata prestada para contener al tipo de cambio.
Que, en consecuencia, el Gobierno estaría forrado para afrontar tembladerales.
Que simultáneamente echó mano a medidas heterodoxas que lo repugnan.
Congelamientos tarifarios hasta que pasen octubre o noviembre, resucitación del Ahora 12 kirchnerista, subsidios a la venta de 0 km que no son más que una rebaja menor al 8 por ciento en el precio de venta.
¿Subsidian la comercialización automotriz y no la leche o el pan, en medio de una situación de pobreza e indigencia entre alarmante y repulsiva?
Obvio.
Se corre el riesgo de perder de vista que unas elecciones, y más del tamaño de éstas en que se disputa modificar el rumbo o persistir en una pesadilla casi inimaginable, se ganan –como todas– con realidades y con ilusiones bien trabajadas.
El problema, desde luego, no son las operaciones de prensa sino que esas maniobras puedan montarse en un público lo suficientemente receptivo, y cuantioso, para volver a comprarlas.
Ya sucedió en 2015 y siguió así, aunque había aminorado a medida que la crisis hizo caer las caretas.
El país todavía paga las consecuencias, incluyendo a muchos de quienes cayeron como chorlitos en esas operetas.
Inventaron morsas, bóvedas, plata enterrada en tundras patagónicas a varios metros bajo tierra, robos de un PBI completo, cuentas en el exterior, escalas presidenciales en ignotas islas del Pacífico para resguardar divisas mal habidas, pericias truchas, ardides del Banco Central con el valor del dólar futuro, satélites equiparados a lavarropas voladores, grasa militante, venezualización, lluvia de inversiones, grietas novedosas.
Y hasta el asesinato de un fiscal.
Ahora se sumó la verificación del espionaje a detenidos en las cárceles de Ezeiza y Marcos Paz, presentada cual juego de niños por los cruzados oficiales de la salud republicana.
De sólo detenerse, apenas, en que el viernes fue el Día del Periodista, da escalofríos pensar en esa gente comprada por dos pesos o cifras de varios ceros, ambos suficientes para perder todo rigor profesional.
Hubo alguna vez ya citada en esta columna, si hablamos de etapas democráticas y nunca del terrorismo de Estado, en que, en el oficio, al menos no era bien visto que los goles se metieran con la mano y que hubiera tanto mercenario.
Dicho ingenuamente, en nombre de quienes hicieron enorme a la profesión periodística, habría que recuperar ese tiempo.
El historiador Sergio Wischñevsky expresa que una de las cosas en común entre sus colegas y los periodistas es que se acabó el verso de la neutralidad y la mirada objetiva.
La otra es que periodista no es el operador a sueldo que ha proliferado, ni el que se esconde detrás del cartel de periodista para meter de contrabando discursos políticos.
“Gran saludo a los periodistas que ponen el cuerpo en el mismo lugar en que ponen las palabras”, remató Wischñevsky en las redes.
Este espacio se permite hacer suya esa salutación imprescindible.