Una nueva megafiltración sacude el ambiente. “Un archivo masivo de documentos”, lo describe la editorial de The Intercept, el sitio que la publica. Se trata, nada menos, que de la documentación interna de los intercambios entre los jueces y fiscales del caso Lava Jato. Parecen mostrar que Deltan Dallagnol, el fiscal que metió preso a Lula, dudaba de la fortaleza de sus pruebas y que el juez Sergio Moro, hoy ministro de Justicia, empujaba al fiscal para que avance con la acusación. La fuente es anónima.
La filtración es una bomba por varios motivos. Para empezar, por el momento político que vive Brasil. Un presidente que hizo campaña con la cárcel de Lula y que premió a su carcelero con un ministerio hoy se encuentra en franco y rápido deterioro. Después está la situación legal de Lula. A medida que se debilitan el gobierno, su ministro insigne y su imagen de cruzados contra la corrupción, la endeblez de las pruebas que señalaba el fiscal se tornan más evidentes y por lo tanto más costosas, políticamente hablando. Y el caso empieza a crujir, a tal punto que en abril el Supremo Tribunal Federal le redujo la condena y esta semana la viceprocuradora general de la República, Aurea Nogueira, pidió que Lula complete su sentencia bajo un régimen de libertad vigilada. El supremo brasileño siempre estuvo dividido con respecto al encarcelamiento de Lula y la movida de la subprocuradora es una especie de pedido de pronto despacho que podría indicar que está en duda la mayoría en el tribunal de los detractores del expresidente preso, si no ya en cualquier momento. A esto se suma el apoyo internacional que va sumando la causa Lula, que cubre desde estrellas de rock como Roger Waters a poderosos sindicatos como los Teamsters de Estados Unidos, premios Nobel como Pérez Esquivel, líderes como Francisco y José Mujica e intelectuales como Noam Chomsky. En otras palabras, la megafiltración judicial actúa dentro de un contexto de desgaste del gobierno, falta de pruebas contundentes y apoyo popular e internacional para el detenido.
Pero también importa quién publica los documentos porque, en un universo lleno de noticias falsas y documentos inventados, la reputación detrás de la firma y el sello hacen que una historia, o mejor dicho un documento original, básico, como puede ser una grabación, un chat o un correo electrónico, sean creíbles y puedan viralizarse entre millones de personas. Para eso hay que tener mucho cuidado con qué se publica, cuál es el interés público que justifica la información y cómo se presenta el material de manera que pueda ser entendido fácilmente, sin distorsionar ni recortar su contenido por algún interés político o económico. En este caso se trata del sitio dirigido por el reconocido periodista estadounidense radicado en Río de Janeiro, Glenn Greenwald, el mismo que publicó en el diario británico The Guardian las revelaciones del ex espía Edward Snowden sobre el espionaje masivo de Estados Unidos a sus ciudadanos y a sus aliados a través de la interceptación de llamados a celulares y tráfico de internet. De ahí, seguramente, sale su nombre The Intercept. El sitio incluye a otros destacados periodistas como la documentalista Laura Poitras y el ex The New York Times James Risen. Lo financia el magnate de Silicon Valley Pierre Omidyar, el fundador de eBay. ¿Y para qué querría un sitio de megafiltraciones el capo de eBay? Justamente para que el Pentágono y las agencias de espionaje no se metan con él. Al menos eso sugiere el timing de la creación de su medio: justo cuando Julian Assange, Snowden y otros empezaron a denunciar cómo las agencias de inteligencia públicas y privadas habían infiltrado la industria de alta tecnología para echar sus redes de espionaje masivo e indiscriminado. La cuestión es que tanto el equipo de fiscales de Lava Jato como el ministro Moro tuvieron que reconocer, en sendos comunicados, que los documentos serían verdaderos, aunque, siempre según Moro y los fiscales, habrían sido “ilegalmente obtenidos” y no revelarían ningún delito ni irregularidad.
Entonces hay una historia a partir de una megafiltración. Un golpe tremendo a una investigación judicial que mantiene preso a un líder popular. Un mazazo de consecuencias imprevisibles dentro de un contexto político fluido y un proceso judicial mutante. Un medio de comunicación con una nueva forma de contar –a través de filtraciones– es el encargado de dar la noticia, como en su momento WikiLeaks publicó Cablegate o el consorcio ICIJ publicó los Panamá Papers.
No es casualidad. El periodismo de hoy, y del futuro, pasa por ahí. El periodismo serio, el que cuestiona, el que interpela, el que sacude el status quo y desafía al poder, pasa por las nuevas formas de contar, por una búsqueda de verdad, justicia y el bien común que va más allá de la lógica comercial, pasa por renovar el contrato con el lector acerca de lo que se puede y se debe contar. Más allá del chamuyo.