El 23 de septiembre de 1939 murió Sigmund Freud, el hombre que desafió a la modernidad a partir de su teoría psicoanalítica y que le quitó a la razón el privilegio que tenía como ordenadora del mundo para señalar que muchas cosas que los seres humanos hacen y piensan no son por voluntad consciente. A casi ochenta años de su fallecimiento, los psicólogos y docentes Juan Jorge Michel Fariña y Eduardo Laso realizaron el documental Freud en el cine: de lo sublime a lo ridículo, que se exhibirá hoy (martes 11 de junio) a las 18 en el Cine Cosmos (Av. Corrientes 2046), con entrada gratuita y auspicio de la Facultad de Psicología de la UBA. El film fue realizado a partir de fragmentos de más de veinte películas en las que Sigmund Freud fue retratado, con representaciones que van desde la excelencia hasta la banalización, pero que en todo caso dejan en claro el carácter revulsivo del psicoanálisis.

El padre del psicoanálisis fue interpretado por actores como Montgomery Clift, Curd Jürgens o Viggo Mortenssen y su figura se transformó en un ícono de la cultura. El cine representó a Freud analizando a sus pacientes clásicos, como Elizabeth von R., Anna O., o el Hombre de los Lobos, pero también a Gustav Mahler, Marie Bonaparte o Lou Andreas-Salomé. También se lo pudo ver junto a pacientes de ficción o apócrifos, como al joven Indiana Jones, Sherlock Holmes, Adolf Hitler, Mr. Spock, el vampiro de Transilvania y hasta León Trotsky, en la reciente producción de Netflix. Estos fragmentos de las películas permiten analizar si el cine le ha guardado  fidelidad a la obra y pensamiento de Freud. O no.

Es la primera vez que se realiza una película que se ocupa sobre Freud tanto como personaje principal o secundario, o bien sobre las historias que retratan aspectos de la vida del autor de La interpretación de los sueños y ficciones que lo imaginan “en situaciones absurdas o muy improbables que hayan sucedido”, plantea Eduardo Laso. El codirector no caratula al largometraje como un documental sino “como un ensayo cinematográfico” que termina dando cuenta del lugar que el cine le dio al psicoanálisis. 

–En 1962 John Huston dirigió Freud, pasión secreta, el primer film sobre el padre del psicoanálisis, encarnado por Montgomery Clift. ¿Cómo llegó el director a ofrecerle el guion a Jean-Paul Sartre y qué pasó ahí?

–John Huston se había interesado por el psicoanálisis de una manera indirecta. El venía de hacer documentales durante la Segunda Guerra Mundial, uno de los cuales fue sobre el tratamiento hipnótico se les hizo a soldados que venían traumatizados del conflicto bélico. Por vía de la hipnosis, se empezó a interesar por el psicoanálisis porque el origen de la práctica de Freud empezó con el tratamiento hipnótico, sólo que el psicoanálisis se constituyó rompiendo con el tratamiento sugestivo de la hipnosis para dar lugar a la palabra del analizante, sin proponerle al sujeto ningún tipo de idea que sugiera cómo debiera vivir o conducirse respecto de su conflictiva. En el ‘45, Huston estaba con esta idea y siguió en su cabeza. En el ‘59, él había hecho la puesta teatral A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre y, entonces, volvió a la carga con la posibilidad de hacer un guión sobre los comienzos del descubrimiento del inconsciente por parte de Freud. Y se lo propuso a Sartre. Una paradoja: Sartre venía de una obra prolongada de varios años, y entre otras cosas, venía cuestionando el psicoanálisis frente a toda la psicología de la conciencia que él defendía, como el concepto de libertad existencial. 

–¿Es verdad que el guion era para una película de ocho horas?

–Sartre aceptó y en ocho meses hizo algo absolutamente increíble. Ya había leído a Freud y volvió a leer la biografía de Ernest Jones sobre Freud, los primeros de textos de Freud sobre la histeria, las cartas de Freud con Fliess y otras. Construyó un guion que, efectivamente, podía llevar una película de ocho horas y era impensable para esa época. Hoy sería una miniserie de Netflix, pero en ese momento no había manera de hacer algo así (risas). Huston le pidió que lo redujera y, lejos de eso, lo hizo más largo todavía. Finalmente, Huston y Sartre se encontraron en la mansión que tenía el director en Irlanda. El encuentro duró varios días y se llevaron fatal. Y el guion terminó siendo adaptado para un film de dos horas, pero Sartre se corrió del proyecto. El guion está publicado y sorprende en alguien  que estaba tan enojado con el psicoanálisis, el respeto de Sartre a Freud. 

–Mahler sobre el diván (2010), de Felix y Percy Adlon, muestra una sesión imaginaria que Freud tuvo con el gran compositor austríaco. ¿Cuánto tiene de ficción esa sesión?

–Es que lo interesante es que no fue imaginaria. Se sabe poco lo que pasó en este encuentro: Mahler venía de una crisis matrimonial y se había enterado de que su mujer lo engañaba con el arquitecto Walter Gropius. El estaba en una absoluta crisis y le pidió a Freud una sesión. Se la pidió varias veces y, cada vez que Freud lo citaba para un día determinado, Mahler no aparecía. Finalmente, Mahler le mandó un telegrama en el momento en que Freud estaba de vacaciones. Freud suspendió sus vacaciones y le propuso un lugar que quedaba cerca de donde estaban ambos: la ciudad de Leiden. Mahler no quiso hacer diván así que la sesión transcurrió caminando varias horas por la ciudad. La película imagina que, en realidad, se quedaron allí un día entero y que volvieron juntos. En verdad, fueron pocas horas. De lo poco que se sabe de esa sesión única es que Freud dijo: “Fue como sacar una viga de un edificio misterioso”.   

–Princess Marie, de 2004, recrea la relación entre la princesa (que después se hizo psicoanalista) Marie Bonaparte, sobrina bisnieta de Napoleón, y Freud. ¿El film expone la regla de abstinencia y la posición del analista que indicaba Freud como necesarias para sostener un análisis?

–Más que exponerla, la problematiza porque, como todos sabemos, Marie empezó como paciente de Freud y terminó siendo parte de su familia, gran amiga de la hija. Le salvó la vida a Freud que se rehusaba a irse de Viena cuando el nazismo ya había hecho la anexión de Austria y prácticamente tenía en la mira a todos los judíos de Viena y a Freud, sobre todo. Marie Bonaparte, por la influencia política que tenía en Europa, le permitió a Freud conseguir un permiso para que pudiera irse con su familia a radicarse a Londres. Otra cosa maravillosa que hizo Marie Bonaparte fue rescatar de la destrucción las cartas de Freud a Fliess y el Proyecto de una psicología para neurólogos, que el mismo Freud no quería que salieran a la luz. Así que Marie Bonaparte salvó esos documentos valiosísimos de Freud mismo, no sólo de los alemanes. El arco de esta película para la televisión que hizo Benoît Jacquot sigue las vicisitudes de esta relación que empieza siendo terapéutica para devenir una relación sumamente afectuosa y de amor platónico entre una discípula que lo idealiza y un hombre que al final de su vida no puede dejar de resistirse al encanto de esta mujer.