Hasta este viernes puede visitarse en el hall central de la Alianza Francesa de Rosario (San Luis 846) una exposición que reúne a dos artistas de altísima sensibilidad y con trayectorias reconocidas y premiadas a nivel nacional: Fabiana Imola y Maxi Rossini.

Con curaduría y texto de Ángeles Ascúa, la muestra se titula "Los motivos". Maxi ilumina una obra de Fabiana. Se concretó en el marco del Programa de Exposiciones para artistas y curadores, una iniciativa que la Municipalidad de Rosario impulsa a través de la Secretaría de Cultura y Educación, conjuntamente con la Alianza Francesa de Rosario, y con Mauro Guzmán y Gabriela Gabelich a cargo de la producción y el seguimiento de proyectos.

La primera impresión es la de entrar en un living burgués de otras épocas, con muebles de estilo de fina ebanistería y piezas prolijamente enmarcadas y vidriadas. Es preciso afinar la vista, enfocar la mirada y descubrir lo artístico de a poco. Sobre una mesa hay una instalación un poco absurda (una pirámide de libros) y en otra de las mesas descansa una de las parejas de piedras pulidas por el agua que Rossini formó pacientemente explorando canteras suburbanas. En las paredes, pulcramente limitados por varillas, se extienden unos empapelados geométricos ya amarillentos cuyos motivos decorativos hallan un sutil eco en los dibujos de Rossini, que los instala sobre esos fondos retro. Entre esas instalaciones de pared cuelgan unos assemblages que Fabiana Imola no expuso en Enramada, su consagratoria muestra retrospectiva individual en el Museo Castagnino hace tres años. Son composiciones abstractas planas realizadas con elementos vegetales naturales y que remiten en su hacer a formas poco prestigiosas de la artesanía femenina. El curador, Guillermo Fantoni, las dejó afuera de la selección pero se refería a ellas en el texto.

Flores secas de intenso efecto táctil.

Al promocionar la nueva muestra, tanto la curadora como los artistas resaltan la historia del rescate de estas piezas que fueron expuestas a fines de los años '90 y después no se mostraron nunca más. La obra de Fabiana Imola (Rosario, 1967) parecía haber empezado con sus trabajos posteriores, mucho más adecuados al barroquismo de la época, y el relato de su desarrollo artístico relegó a la prehistoria estas creaciones mucho más originales, audaces y en los bordes, es decir: mucho más contemporáneas aún que aquellas con las que ingresó al sistema del arte. Hay una erudita ironía en su decisión de componer subdividiendo el plano en aquellas formas de extrema simplicidad (círculos concéntricos, por ejemplo) que caracterizaban al arte geométrico más exitoso de los países centrales en la época en que ella nació. También extrae motivos vagamente heráldicos de estilos de artes decorativas que buscaban otorgar distinción al salón modesto. Y los materiales con que rellena sus diseños fueron recolectados en la naturaleza: flores secas y frutos de un kitsch doméstico que la artista reorganiza en apelotonamientos extraordinariamente sensibles, que impactan en la memoria táctil evocando insectos y otros seres.

Por su parte, Maxi Rossini ha llevado el dibujo a un grado de perfección artesanal tan sobrehumano que lo hace parecer otra técnica. Esas tramas espesas de líneas y puntos parecen formaciones naturales vistas al microscopio, o representaciones salidas de una máquina. Cuesta creer que sus trazos "tejidos", gozosamente más inmersos en la tradición menor y femenina del bordado que en la del dibujo artístico, sean simplemente manuales. Da vértigo imaginar la inversión de tiempo, y ese vértigo es parte del concepto de su obra.

Los dibujos de Rossini aquí incluidos pertenecen a su serie Dibujo para no extrañar. Del mismo período son las piedras encontradas que él ordena en parejas unidas por un abrazo amoroso. Nacido en Leones, provincia de Córdoba, en 1978, vino a estudiar Bellas Artes a la Universidad Nacional de Rosario en 1998, por la misma época en que Imola, también egresada de la UNR, expuso estas piezas míticas. Todavía en 2016, Imola bajaba la voz cuando pronunciaba la palabra "ikebana". No es que estas obras lo sean, sí se inspiran en aquel arte menor y en otros parecidos. Curiosamente, ese término de origen japonés no aparece en el discurso de Rossini, que habla de "bouquets", ni en el de Ascúa, que las remite al "popurri". Es como si la imprecisión al referirse a las artes populares pusiera una distancia segura entre ellas y los artistas. El mobiliario fino y los vidrios, aparte de sostener y proteger, también funcionan aquí en la muestra como señales y dispositivos de distanciamiento y distinción, aunque es muy posible que no fueran pensados conscientemente así.

Una vez que se logre hacer abstracción del tímido montaje, se recomienda zambullirse con la mirada en esas geometrías y esas  flores imposibles de Rossini y de Imola, cuyos acumulados detalles diminutos parecen expresar la vida orgánica misma, como sin mediación humana de los autores, que sin embargo han trabajado miles de horas en estas obras. Además se puede ir descubriendo una sintaxis visual exquisita que va generando analogías sutiles entre las formas de las obras y de los objetos que las contienen en esa ficción de interior.