Todo sea por el show. Tal vez como aditivo para la experiencia meramente “audiovisual” del cine, como guiño de realidad aumentada o simplemente como plan para reírse un rato, las salas 4D proponen ampliar las superficies de placer de los espectadores cinematográficos y están tuneadas con butacas móviles y dispositivos que a lo largo de la película desparraman aromas, salpicaduras, brisas, vibraciones, golpes de aire y luces para el flash. Esta búsqueda de ampliación sensorial no parece tener tanto que ver con el cine sino en todo caso con la experiencia física del entretenimiento: está claro que la sala 4D se parece más a una atracción de parque de diversiones que a una función de directores indie en el Bafici.

En realidad, la coreografía de estímulos corporales –sonoros, visuales, olfativos, táctiles– vale como juego. Y es una propuesta lúdica que va sincronizada con la película, por supuesto, pero que por momentos se impone. Es que una enérgica y sostenida vibración en las nalgas puede hacernos reír, incluso si lo que estamos viendo en la pantalla no es una comedia…

¡¡Splash…!! (justo en este momento, Godzilla emerge del océano y una ráfaga de gotas de agua sale desde algún lado, baña a los espectadores y a los lectores del NO)

Sí, Godzilla. Este plan de salpicaduras, vibraciones, vientos violentos, butacas movedizas, aroma a selva y olor a quemado –inquietante– necesita películas que ayuden a explotar el recurso. Por eso los títulos que pasan por el tamiz 4D suelen ser tanques de alto impacto, ya que dan garantía de explosiones, temporales, batallas, incendios, chapuzones y abismos a los que asomarse. Los últimos títulos en llegar a la versión 4D han sido, por caso, Avengers: Endgame y Godzilla II: el rey de los monstruos.

¡¡Splash…!! (un monstruo enorme con cara de crisálida mira a Millie Bobby Brown y emite una respiración babosa, que derrama una nueva ola de salpicaduras sobre los asientos y empapa los lentes de los anteojos 3D, parte del menú)

La experiencia del NO es en la 4D recién inaugurada por la cadena Hoyts en el shopping DOT, del barrio de Saavedra, que se suma a la lista de cines argentinos que ya cuentan con esta tecnología (Multiplex Lavalle, Village Recoleta y los Hoyts de Quilmes y Unicenter, además de otros en varias provincias). Estas salas se ubican entre las opciones “más Premium” en las boleterías de los complejos de cines, por encima de modalidades como 3D, XD o 2D. Y acaso forman parte, en clave pochoclera, del universo de las experiencias inmersivas que proponen que el espectador, en cierto modo, “sea parte” de la obra. Ese abanico que puede ir de las instalaciones al teatro sin escenario, bien puede incluir que los asientos vibren con cada pisada de un dragón de tres cabezas…

¡¡Phifffff…!! (ésta no la esperaba; un suspiro violento, como de aire comprimido, sale de una válvula escondida en el respaldo de la butaca, pega en la nuca y te mueve las orejas, justo cuando en pantalla se despresuriza la nave submarina de los científicos)

Movimiento. Aire. Vibración. Un poco de diálogo. Temblor. Sube la música. Más temblor. La sala parece un rally de autitos chocadores con pantalla gigante. Por momentos, tanta sacudida amenaza con distraer de la película.

¡¡Splash…!! (Godzilla, pillo, se le planta al monstruo malo y levanta el agua de mar; el espectador palpa su ropa, que a esta altura, está casi empapada)

¿Podría funcionar algo así en un estadio de fútbol? ¿Butacas que saltan cuando sale el equipo a la cancha? ¿Baldazo de agua fría cuando el rival hace un gol? La butaca sigue moviéndose, en fade out desde la escena anterior. El cuerpo permanece alerta, pendiente de sacudones, tembleques y mojaditas. La cabeza logra al fin devolverle la atención a la película y los asientos se inclinan hacia adelante, como al borde de un precipicio.

¡¡Splash…!! (un helicóptero aterriza bajo la lluvia y viene con salpicada)

El que viene a divertirse, se está divirtiendo.

¡¡Splash…!! (¿eh? ¿dos salpicadas tan seguidas?)