La profunda investigación periodística que The Incercept subió este domingo sacudió la política brasileña y latinoamericana: se confirmó la arbitrariedad tras la sanción a Luiz Inácio Lula da Silva, el dos veces presidente de Brasil que permanece detenido en Curitiba desde abril de 2018. Moro, quien hace unos años era presentado como impoluto luchador contra la corrupción por buena parte de los medios regionales, terminó por dilapidar su imagen de supuesto paladín de la justicia en apenas veinte meses: primero condenó sin pruebas al ex presidente, luego aceptó ser el ministro de Justicia de Jair Messías Bolsonaro, electo precisamente tras la prisión e inhabilitación de Lula, y ahora enfrenta la divulgación masiva de sus chats con el fiscal Deltan Dallagnol, donde se evidencia la parcialidad manifiesta contra el dirigente petista.
Las divulgaciones, realizadas por el ganador del Pulitzer Glenn Greenwald, muestran las dudas de Dallagnol antes de la presentación de la primera denuncia, por lo endeble de la misma. Luego, evidencian el temor de los fiscales –en otro chat, ya tras la detención del ex dirigente metalúrgico– a un hipotético retorno del Partido de los Trabajadores al Palacio de Planalto en la figura de Fernando Haddad: por ello buscaron que Lula no declarara en la previa electoral, algo que supuso una evidente censura a sus libertades civiles y democráticas. Hay que recordar que en aquel entonces el Comité de DDHH de la ONU se expidió a favor del ex Jefe de Estado, pidiendo en primer lugar que pueda competir y además expresarse públicamente. Ninguna de las cosas ocurrió. Además hay perlitas: está la confabulación Moro-Dallagnol en relación al audio filtrado entre Lula y Dilma, cuando esta última había anunciado al pernambucano como Ministro de la Casa Civil; y aparece el chat en el cual Dallagnol comienza a pensar el tristemente célebre Power Point presentado al periodismo en el cual Lula aparece en el centro, cual culpable de todos los males habidos y por haber.
Es momento de analizar lo que pasó en Brasil en contexto regional: hubo hasta un sector del progresismo regional que defendió el accionar de Moro, amparándose en una supuesta imparcialidad que nunca fue tal. En el fondo existía un cuestionamiento a los gobiernos del PT, sus formas y bemoles, pero a ellos sobrevino una crisis política e institucional de dimensiones que, Lava Jato mediante,se llevó puesta a la política y dejó a Bolsonaro en Planalto. Brasil perdió credibilidad internacional: pasó de impulsar los BRICS, importante foro de concertación de políticas junto a Rusia, India, China y Sudáfrica, a cumplir un rol diplomático relativo a la aquiescencia respecto a EEUU. Y ahora sigue siendo noticia internacional, pero por la caída de la economía y la filtración de como se amañó un proceso judicial para encarcelar e inhabilitar al principal político opositor. No solo se derrumbó la política y la justicia: con Moro y Bolsonaro cayó la confianza en Brasil como actor global.
En otro país, las filtraciones logradas por Greenwald alcanzarían para cuestionar el proceso en su conjunto: esto consistiría en pedir la salida de Moro del gobierno, la libertad de Lula –a esta altura absurdamente condenado– y unas elecciones anticipadas a la presidencia, visto y considerando la forma en la cual Bolsonaro ganó. Pero Brasil tiene una dinámica endógena muy particular en el último tiempo, vinculada además a importantes poderes globales para los cuales sería un costo un derrumbe tan primitivo. En el medio de esto, el vicepresidente Mourao cumple un rol interno de puja con el propio presidente: la reunión que Xi Jinping le concedió al militar en Beijing habla que esta puja palaciega es visualizada fuera de las fronteras de Brasil. Como sea, el Pulitzer Greenwald asestó un golpe de lleno en el gobierno bolsonarista, que en menos de seis meses se avejentó como si hubieran pasado largos años.
* Politólogo UBA. IIGG – Facultad de Ciencias Sociales.