Estoy sentado a la sombra de un gomero y cruza la plaza un paseador de perros con su sumisa manada a la rastra. Son como quince o veinte, de diferente tamaño y color, pero todos con el mismo trotecito resignado. El tipo que está sentado en la otra punta del banco me habla: --¿Todavía son perros? Para mí que ya no son perros. Mírelos, dígame la verdad, ¿qué son? Le doy la razón porque a mí me causan exactamente la misma impresión: esas bestezuelas peludas de cuatro patas que se desplazan amontonadas y humilladas parecen cualquier cosa menos perros. --No sé qué son --le digo. --Yo he visto perros en mi vida. Puedo reconocerlos, le aseguro. --Yo también, he visto algunos y concuerdo con usted que estos bichos no encajan dentro de la idea que tengo de la especie. --Justamente me estoy acordando de un perro que conocí. Solamente lo vi durante una tarde, pero no me lo olvidé nunca. Ese era de verdad. Un perro con personalidad, un perro libre. --¿Sería tan generoso de contarme? De paso me ayudaría a borrar la deprimente imagen de estos paseanderos sometidos. --Fue acá cerca, en una plaza, hace tiempo ya. Estaba sentado en un banco y en la otra punta una mujer, como nosotros dos ahora. La mujer tenía un perro. De pronto el perro paró las orejas y se puso alerta. Olfateó el aire y ladró hacia la calle. Aullaba, se lamentaba. Daba pena. "¿Le pasa algo?", le pregunté a la mujer. Ella miró el reloj y dijo: "Solamente está avisando que dentro de un minuto y medio, dos minutos a más tardar, por acá va a pasar un coche de la policía. Siempre avisa". --¿Y era cierto? --Tal cual. Un par de minutos después pasó un patrullero. --¿Tocando la sirena? --En absoluto silencio. --¿Cómo sabía el perro? --Es la misma pregunta que le hice a la mujer. --¿Ella le dio alguna explicación? --En cuanto a cómo el perro sabía, me dijo que era uno de los tantos misterios de la naturaleza. Con respecto a por qué lo hacía, tenía sus razones. Resulta que a los dueños del perro se los había llevado la policía. También se habían llevado al animal. Después al animal lo soltaron y lo heredó la mujer que estaba ahí en la plaza. La experiencia no le gustó al perro. Desde entonces, cada vez que olía un uniforme acercándose, avisaba. --Excepcional. --No sólo sabía que la policía andaba cerca, sino que pasaría exactamente por ahí. Tenía ese don. --Maravilloso animal. --Lo vi en acción varias veces esa tarde. No fallaba nunca. Un minuto y medio, dos minutos. --¿Qué habrá sido de ese perro extraordinario? ¿Dónde estará ahora? --Vaya a saber. Pasaron muchos años. Es probable que a esta altura ya esté instalado cómodamente en el círculo más alto y luminoso del paraíso de los perros. --Merecido descanso para un nobilísimo animal. --De todos modos no vendría mal que siguiera acá. --A lo mejor antes de partir se juntó con una buena perra y tuvieron cachorros que heredaron las virtudes de su progenitor. --Esa es una hermosa posibilidad que no se me había ocurrido. --Y quizá los cachorros hayan tenido crías a su vez y ahora el mundo se esté poblando de esta raza de perros avisadores. --Esos pensamientos suyos son como un rayo de luz en las tinieblas.
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