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EL MATE CARGÓ CONTRA EL GOBIERNO PORTEÑO, POR EL TEMA DE LOS TEATROS

El subsecretario Darío Lopérfido contestó que hay sectores que parecen oponerse al control administrativo y la democratización cultural.

El Movimiento de Apoyo al Teatro Independiente (MATE) salió al cruce con las autoridades culturales del Gobierno de la Ciudad, al pronunciarse sobre la sucesión de conflictos en los teatros porteños desde el inicio de la Temporada 98, básicamente por atrasos en los pagos, al cambiar la modalidad administrativa, y por el rechazo de distintos sectores del nuevo sistema de contratación. El Movimiento, que integran, entre otros, la actriz y directora Alejandra Boero y el dramaturgo Roberto Cossa, sostiene que en la raíz del conflicto está el modo en que los funcionarios consideran la actividad cultural. El subsecretario de Cultura Darío Lopérfido afirmó ayer que respeta la posición del MATE pero agregó que le parece que sus dirigentes no entienden que lo que se ha iniciado es un proceso para eliminar la corrupción en el manejo económico de los teatros oficiales y para democratizar el acceso a la cultura.

Las apreciaciones del MATE fueron duras --"Ellos creen que están manejando una fábrica de rulemanes", dijo Boero a Página/12-- pero Lopérfido le bajó decibeles al conflicto, al responderle intentando no agredir. Según Boero, los funcionarios "no entienden que el teatro es una actividad atípica, y que los actores necesitan mantener una dinámica especial para poder armar un espectáculo". El Mate, dijo Boero, tiene una crítica general que realizar al manejo del tema y reprueba de plano que les estén quitando autonomía a los teatros. "Si es cierto que Ernesto Schóó, en el San Martín, no tiene los brazos verdaderamente libres --dice Boero--, debería hacer algo para evitarlo."

"Los funcionarios --agregó la directora-- deben entender que estamos en democracia. Nos tratan como si todo esto que hacemos fuera un pasatiempo, un hobby, y no una materia importante." A su entender, hay demasiada gente "desactualizada" en el poder y el nuevo sistema de contrataciones sería una prueba de esto. "Algunos artículos --insistió-- son leoninos, nos retrotraen a otras épocas." Lopérfido señaló que los hechos demuestran que el gobierno está actualizado y que en realidad quienes se oponen a las auditorías administrativas parecen estar a favor de la corrupción que tiñó otras conducciones de los teatros. "Nuestra idea es trabajar a favor de los teatros, para que se limpien de vicios y tengan un futuro real, para que el manejo sea cristalino", puntualizó. Lopérfido dijo que esta semana estuvo reunido con Cossa, quien le adelantó que el Mate se pronunciaría y le pareció natural que así lo hiciera. "Siento una gran admiración y mucho respeto por él", explicó.

El tema de los exitosos megaespectáculos que organiza el gobierno fue otro asunto que quedó sobre el tapete con la postura de la entidad. "Me parece bárbaro que la gente tenga acceso gratuitamente a esas expresiones", subrayó Boero. "No estamos en contra de eso, pero también ahí hay una confusión. Las autoridades parecen no saber qué es entretenimiento y qué es cultura. La cultura no es un acontecimiento, es la que hace el pueblo y la que se cocina todos los días." Las autoridades de la ciudad de Buenos Aires --replicó Lopérfido-- "tienen clarísimo que concretan y seguirán concretando una política cultural democrática, sin exclusiones y dinámica, protegiendo del derecho de todos los ciudadanos a asistir a eventos y espectáculos, sin discriminaciones".

 


EL DIRECTOR FANTASMA QUE EN HOLLYWOOD FIRMO MEDIO CENTENAR DE FILMS

LAS MIL CARAS DE ALAN SMITHEE

 

Por Guillermo Ravaschino

¿Qué hace un director estadounidense cuando las etapas posteriores al rodaje --cortes de montaje, retomas, retoques que estiran o mutilan el guión-- convierten a la película en una vil caricatura de la que se propuso al comenzar? Dispone de tres opciones. La resignación, los pleitos (a menudo más tortuosos que la posproducción) y el recurso de cargarle el fardo a Alan Smithee, el director fantasma que, si todo marcha previsiblemente, estampará este año la firma en su film número 50.

Todo comenzó en 1969, cuando Robert Totten y Don Siegel retiraron sus nombres de Death of a Gunfighter (Muerte de un pistolero), insatisfechos con el montaje que dispuso el productor. Al Directors Guild of America, el poderoso sindicato que nuclea a los directores estadounidenses, se le ocurrió inventar a Alan Smithee, un seudónimo que, de allí en más, serviría toda vez que los ejecutivos se excedieran en sus atribuciones. Las test screenings, proyecciones ante espectadores rigurosamente seleccionados que casi siempre conducen a arruinar los films --muchas veces trocando los finales con carácter por almibarados happy endings-- y la tendencia que deja buena parte de la responsabilidad final a merced de los gerentes de marketing, auguran buen futuro a Smithee. Hoy en día el seudónimo ya es un director ilustre. Figura en toda enciclopedia que se precie, a menudo sin aclaraciones, con lo que más de un cinéfilo desprevenido lo tiene por un realizador de carne y hueso. También es el más polifacético de los realizadores: Dennis Hopper, Martin Brest, David Lynch, John Frankenheimer y Arthur Hiller, entre muchos otros, se han ocultado alguna vez detrás del director apócrifo.

La historia extraoficial explica el nombre de Smithee como un anagrama de "The Alias Men" (algo así como "los hombres apócrifos"). Las letras coinciden, aunque algunas veces el seudónimo fue Allen Smithee. Los del Directors Guild simplemente arguyen que les gustó el nombre porque suena anónimo y a la vez poco común. Las tres décadas de Smithee están signadas por el desprecio de los críticos: la guía de Leonard Maltin --por citar al más famoso-- raramente concede más de dos "estrellas" a sus películas. Pero no todas son espinas en la filmografía del fantasma. Ruby (1977), de Curtis Harrington, narraba la historia de una sordomuda poseída por el espíritu de un finado gángster, que la conducía a masacrar espectadores de films de terror. La trama espeluznó a unos cuantos, pero un epílogo a la Carrie insertado por los productores hizo que Harrington se travistiera en Smithee. Backtrack (1989), del maldito Dennis Hopper, no estaba mal, con el propio Hopper como el asesino que se enamora de una de sus víctimas, nada menos que Jodie Foster. Pero el saludable cóctel de road movie con film noir es rematado por un final naïf ajeno a la voluntad de Hopper. El film se puede conseguir en videoclubs locales como Camino de retorno. No así el director's cut. Fue editado por Hopper con una duración de 116 minutos --45 más que la versión "oficial"-- y lo satisfizo plenamente... aunque no a Foster, que retiró su nombre de los créditos. John Frankenheimer siempre había sido él mismo (incluso en la pobre Contacto en Francia II), pero en Riviera, de 1987, eligió llamarse Smithee.

Duna, la elefantiásica adaptación de la novela de Frank Herbert ambientada en el año 10991, ya era larga en la versión de David Lynch. Pero cuando la difusión televisiva la convirtió en un culebrón de 190 minutos, Lynch se convirtió en Smithee. Lo mismo hizo Martin Brest cuando su edulcorada Perfume de mujer fue censurada para su exhibición en aviones comerciales. Más recientemente, The O. J. Simpson Story, sobre el actor/deportista absuelto del asesinato de su esposa, obligó a Jerrold Freedman a optar por Smithee cuando la brutal golpiza precedente al crimen fue tijereteada por la 20th. Century Fox (sí, la productora de Titanic) en nombre del respeto a las "tradiciones familiares".

Hay dos casos paradójicos. Uno es el de Michael Ritchie, que se refugió en Smithee para despegar de los conflictos que él mismo, como productor, provocó durante el rodaje de Student Bodies, un bodrio de 1981. El otro es Greystoke, la leyenda de Tarzán, cuyo guionista Robert Towne decidió firmar como P. H. Vazak (el nombre de su perro). El film fue nominado a un Oscar por mejor guión, Towne se arrepintió y el conflicto resultante empezó a sembrar de piedras el camino a Smithee. Desde entonces, el Directors Guild exige evidencias de que el trabajo de un realizador ha sido bastardeado por la productora. Y aun así, recomienda al director no hacer públicos sus motivos. Pero todo se sabe. El caso más flamante es también el más paradigmático. Una superproducción titulada An Alan Smithee Film: Burn Hollywood Burn (Un film de Alan Smithee: arde, Hollywood, arde) fue encomendada a Milcho Manchevski, director macedonio que pegó el salto en el '96 con Antes de la lluvia. Es la historia de un director debutante, humillado por los financistas, ¡que no puede recurrir al seudónimo porque su nombre es Alan Smithee! Un tendal de conflictos alejaron a Manchevski de la producción. Lo relevó Arthur Hiller, el veterano director de Love Story. Tras una desastrosa serie de test screenings, el guionista, Joe Eszterhas (Bajos instintos), decidió puentear al noble anciano y cortó 22 minutos. El film fue presentado en el Mill Valley Festival el 29 de septiembre de 1997... como una película de Alan Smithee.

 

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