Señor presidente, cuando se asume la ética y la estética de la democracia, el Estado, es decir, el Gran Inquisidor, tiene que ser avalado democráticamente. En la aldea global, el Gran Inquisidor garantiza el orden nacional, meteorológico, internacional, europeo, social, interpersonal, sexual, gastronómico, ecológico siempre desde el consenso, por mínimo que sea y, en su defecto, con la ayuda de los Cascos Azules. Todo procedimiento es bueno para la imposición del referente privilegiado y de un orden que usted nos vende como el indispensable para nuestra supervivencia y necesidades. El instrumento fundamental para la imposición consensuada del Gran Inquisidor lo aporta el Gran Hermano diseñado por Orwell, y perdone, señor presidente, que recurra a imaginarios literarios sabiendo que a usted sólo le interesa el footing y ese insoportable baile llamado Macarena. Por si usted no lo sabe, el Gran Hermano es el poder comunicacional que a través de la concentración y uniformidad está en condiciones de imponer consenso impidiendo que haya mensajes alternativos. Hoy todo mensaje alternativo parece desestabilizador, culpable, grosero, desde la perspectiva del mercado totalitario donde los más variados estuches están ocupados por el mismo contenido. Abramos el que abramos siempre aparece un comunicador de la CNN o su clónico, producidos por la ingeniería genética de lo políticamente correcto. La CNN representa el espíritu y la intención histórica del Gran Hermano que Orwell imaginó en condiciones antidemocráticas, pero plenamente desarrollado en el monopolio democrático que usted dirige como el Gran Inquisidor del Imperio del Bien. La CNN a la derecha del trono, con su información pasteurizada, ofreciendo un decorado potemkiniano del mundo, esa fachada global de Gran Hotel de cinco estrellas que esconde a los nuevos condenados de la Tierra, para tranquilidad del cliente del hotel, el Gran Consumidor. Yo acuso a la CNN de ser el verificador de la verdad única del Gran Inquisidor. La acuso de ser el Gran Hermano que iba a venir del Este pero que ha llegado del Oeste al servicio del referente de un improbable sujeto histórico de cambio global: el Gran Consumidor, el tercer miembro de la Santa Trinidad, posiblemente el Espíritu Santo de todos los Grandes Almacenes de este mundo. La CNN se vale de un código lingüístico de hotel de cinco estrellas, sin cafeína, sin alcohol, sin fumadores, con preservativo en la lengua, con un sistema de señales único, informe sobre una catástrofe masiva o sobre la pérdida de peso de una princesa sueca, siempre, siempre un aerobic informativo, se bombardee Bagdad, se vuelvan locas las vacas cuerdas o se mueran los ecologistas de razón de Estado, contando con la complicidad del receptor cómplice, el Gran Consumidor. Yo acuso al Gran Inquisidor, al Gran Hermano, al Gran Consumidor de ser uno y trino, el sujeto histórico de la parálisis, de la insoportable levedad del ser y del saber. He aquí una Santísima Trinidad que ha dejado a la Historia sin culpables y sin esperanzas laicas. Los acuso de haber detenido la realidad en un presente determinista, de haber borrado las causas históricas que explicaban la desigualdad y la injusticia negativamente para quienes las causan, de convertir Vida e Historia en una instantánea, muerte plana para el perdedor nacido en Somalía y para el ganador nacido en Wall Street, perdedor y ganador para toda la eternidad en la foto fija de la Historia. Yo acuso a la CNN de transmitir la conciencia que legitima el desorden establecido y las relaciones de dependencia. Yo los acuso de convertir la supuesta opulencia comunicacional en miseria comunicacional complementaria de los teléfonos de bolsillo tan indispensable para ejecutivos de multinacional fabricante de minas individuales. Yo acuso a la CNN de fomentar día a día la desidentificación de inmensos, mayoritarios sectores de la población, incapacitados para adquirir conciencia de quiénes somos y qué necesitamos y no pasar por esta Vida y por esta Historia como el tedioso subproducto de una desencaminada evolución de las especies. En cualquier caso, señor presidente, me acojo al placebo del pensamiento único y no quiero redactar un J'accuse políticamente incorrecto. Por lo tanto, aprovecho la ocasión para desearles a usted, a Hillary y a la niña unas felices fiestas de Navidad y un próspero Año Nuevo.
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