POLEMICA EN TORNO DE LOS METODOS USADOS PARA TRATAR ADICCIONES EL CASTIGO COMO UN TRATAMIENTO Ex pacientes de la Fundación Manantiales y un psicólogo denuncian el uso de castigos psíquicos como forma de rehabilitación. El titular de la fundación habla de "medidas educativas". Desde el Estado admiten que no pueden controlar los tratamientos. Opinan especialistas.
Por Cristian Alarcón "A mi hijo lo están sometiendo a castigos psíquicos. Está casi siempre en calidad de incomunicado y lo obligan a limpiar un baño hasta ocho veces seguidas. Por tardar en el baño más de los cinco minutos que les dan, dos veces lo sacaron desnudo frente a la cocina donde había otros, avergonzándolo. Lo humillan y lo hacen sentir una basura", sostiene Lidia Ledesma, madre de un adicto internado en la comunidad terapéutica de San Miguel, sostenida por la Fundación Manantiales. Su testimonio se suma a otros seis relatos de pacientes o familiares que contaron a Página/12 algunos detalles del tratamiento. La mayoría coincide con la denuncia del psicólogo Jorge Leyva, quien asegura que en Manantiales se utiliza el castigo psíquico como método de rehabilitación. "Los obligan a trabajar más de catorce horas sin descanso, a lavar el baño hasta diez veces, a juntar hasta 500 piedras, a secar el piso que otro chico moja con baldazos, a picar escombros con el mango de un cuchillo durante horas." El titular de Manantiales, Pablo Rossi, acusa al ex terapeuta de la comunidad de "inventar acusaciones" para perjudicarlo. Alfredo Miroli, subsecretario nacional de Prevención y Asistencia en Adicciones, admitió a Página/12 que en la cura de adicciones en la Argentina "menos el daño físico, está todo permitido". Las denuncias abren un debate postergado: ¿Sirve el autoritarismo para cuidar las adicciones?, ¿cómo se intenta recuperar a los adictos en el país donde "los ganadores no usan drogas"? La casa de la comunidad, sobre la calle Yrigoin, es blanca y está rodeada de árboles. Tiene marcos y puertas azules y campanitas violetas enredadas al cerco. Desde la vereda de enfrente se ve a unos chicos haciendo pozos cerca de la calle, y a unas chicas haciendo camas en el segundo piso, donde también se ve la espalda de las triples cuchetas. "Todos teníamos que cumplir las medidas educativas, que eran castigos de distinto tipo. Uno que me tocó a mí era llenar un balde con agua y barro. Después, arrodillado y con una maquinita de afeitar y un trapito tenías que marcar en zigzag los mosaicos de la galería, uno por uno. Al final le pasabas un trapo. Eso era para que pienses y le decían la chiqui limpieza." C.M. tiene diecisiete años, ha consumido marihuana, cocaína y ácidos desde los quince. Conserva la cara y la frescura de nena. El relato pertenece a esos cinco meses que vivió en la comunidad. "Medidas educativas eran cosas como lo de juntar quinientas piedritas u hojas en el parque. O hacer baños; y si te quedaba una gotita, vuelta a hacerlo. Pero lo peor era el desclase, porque te incomunicaban de todos por una semana, trabajabas desde las siete y media de la mañana a la noche, parabas sólo para el almuerzo y después comías mirando la pared apartado del resto."
Orden y castigo
Según datos oficiales, en la Argentina las ONGs concentran el 90 por ciento de la atención a enfermos drogadictos. En la actualidad funcionan 306 comunidades terapéuticas de internación en el país con una oferta de entre 2 mil y 3 mil camas. El gobierno nacional subsidia a 474 enfermos a razón de 900 pesos mensuales por cada uno, lo que significa un presupuesto de cuatro millones de dólares al año. También hay subsidios del gobierno provincial. "Hay distintos tipos de comunidades --sostiene Miroli--: las basadas en adictos recuperados con una visión de ayuda como la de Alcohólicos Anónimos, aquellas que trabajan a partir de la fe y la convivencia con la espiritualidad, aquellos que trabajan con un modelo organicista y hacen ensayos de terapéutica farmacológica para la adicción, sin anular el modelo comunitario. Dentro de las comunidades `puras', algunas se basan en un principio del orden y castigan cuando se lo transgrede." La Fundación Manantiales posee tres comunidades terapéuticas en San Miguel, Santiago y Junín. El 60 por ciento de sus pacientes son subsidiados por el Estado. Sin embargo, ni sobre estas comunidades ni sobre las restantes el Estado evalúa los resultados de los tratamientos. La secretaría del área asegura que inspecciona sorpresivamente las instalaciones, y lo mismo afirman en provincia. Pero nada se registra sobre los métodos y la calidad de los tratamientos. "Estamos imposibilitados porque no está sistematizada la evaluación. Hoy como no existen evaluaciones, está todo permitido menos el daño físico, la tortura y la discriminación, que son delitos", asegura el doctor Miroli.
Seminarios y piedras
"Exageraron el diagnóstico. Ella había fumado seis veces marihuana y tuvimos que traerla de Santiago del Estero para internarla. Pero nunca nadie nos dijo bajo qué sistema. No sabíamos que existían castigos llamados medidas educativas como comer polenta sola, o que iban a estar incomunicados, en silencio una semana. Nadie dijo que iban a una cárcel." Elsa Acuña pronuncia unas erres cada vez más santiagueñas, a medida que cuenta lo que le pasó a su hija en la comunidad de Manantiales. La hija de Elsa tiene dieciséis años. Aldana Martín viste enterito de jean y remera, lleva el pelo largo y negro atado arriba. Los mechones le caen en la cara, blanquísima. Comenzó a tomar alcohol a los quince años y a fumar marihuana a los diecisiete. Dice que no tomaba cocaína pero que no podía dejar de emborracharse. Por eso la llevaron a la comunidad. En su casa, este sábado parece no recordar demasiadas cosas de aquello. Dice que era muy bueno, que allí había amor. Dice que no fue maltratada. "Las medidas educativas cambiaron por seminarios. Un seminario es que vos tenés que escribir una página sobre algo, por ejemplo: `¿por qué canto canciones apologéticas, como el rock?' o `¿por qué hablé con el lenguaje de la calle?'", dice. "Lo que sí es que algunos tenían que juntar 300 piedras y el fin era que pienses en tus cosas", cuenta. "Me fui porque ya no era necesario el tratamiento --jura--. Pero si tengo una recaída vuelvo", dice. El hijo de Alicia y Angel también volvería. Lleva un año y medio de tratamiento en el centro de día de la Fundación. Es un tratamiento en el que el paciente vive en comunidad de 9 a 18, en un departamento de diez ambientes sin balcón ni espacio verde o gimnasio, como fija la ley para este tipo de terapias. El lugar, sede central de la Fundación, está en el corazón de la city, Florida al 400. Sus padres quieren confiar en la efectividad del sistema, más allá de los detalles. "Aunque nosotros hemos cuestionado varias cosas, lo importante es que él dejó de consumir y no se droga más." Los preocupan sí, la agarofobia --el miedo a los lugares llenos de gente--, el temor a las fiestas, a las salidas en grupo que tiene el chico. "He planteado eso en una reunión de padres y se armó lío. Mi hijo tiene 22 años y no sabe cómo relacionarse con una chica. En casa se lo ve autoritario, quiere imponer a los hermanos y a nosotros la disciplina en la que lo han hecho vivir ahí adentro."
Todo en secreto
Desde que tuvo catorce años, en medio de un clima familiar caótico, los problemas de S. se ahogaron en una bolsa de poxiran. Las náuseas y los mareos lo delataron y su madre, Lidia Ledesma, decidió internarlo hace seis meses. Hace casi dos meses intenta sacarlo de Manantiales. El chico comenzó a violar el secreto que le imponían en la comunidad. "No pueden contar lo que les pasa en la casa ni nada del tratamiento. Tampoco si les pusieron medida educativa", sostiene su madre. "Empezamos con que otros chicos me contaban cosas, por ejemplo que le tiraron su ropa por la ventana del primer piso porque estaba desarreglada." Lidia e Irma, la tía de Sebastián, sólo sabían que lo incomunicaban frecuentemente por su resistencia a los métodos. "No podés resistirte tanto al cambio cuando te das cuenta de que realmente necesitás cambiar, que perdiste mucho siendo como eras. ¿Para qué estás en una comunidad terapéutica si no aceptás los límites?", se plantea Horacio (30), quien fue encargado de la casa de San Miguel hasta hace tres semanas, cuando comenzó en la etapa de reinserción social después de 16 meses de tratamiento. Horacio y otros seis chicos en el período final de recuperación, entrevistados por este diario defendieron el sistema utilizado en Manantiales y negaron que existan castigos como los que describen los adictos que se fueron. Alejandro, por ejemplo, cree que "es mucho más fácil verle fallas al sistema en vez de tratar de aprovechar lo bueno que me da". "Cuando vos tenés que escribir 10 veces una filosofía de 12 renglones quiere decir que ese tiempo podrías estar compartiéndolo con los chicos jugando a la pelota. Y vos, por tarado, por haberte equivocado, te lo perdés. Pero la próxima vez te fijarás y lo modificás. Al principio claro que te va a joder, pero después vas aflojando", explica Horacio. "Tuve que decirle `hijo, por favor, contáme lo que pasa, es la única manera en que te puedo ayudar' --dice Lidia, sobre su hijo--. Entonces él me dijo que era cierto, que había tenido que lavar hasta ocho veces el baño como castigo y que lo humillaban, que quería ir a otro lado." Eso ha sido imposible. La obra social de los empleados de Maestranza no autorizó un traslado. Lidia admite que no puede sacarlo de la institución porque trabaja de noche limpiando oficinas y no hay quien se haga cargo del chico. Patricio, 23 años, reconoce que era incontrolable. Entraba en la villa donde vivía su amigo puntero y podía pasar una semana esnifando. "¿Sabés las veces que lo tuve que ir a sacar?" Era su novia la que entraba por los pasadizos y lo arrastraba de vuelta a casa como a un chico. Después de dos internaciones en una comunidad religiosa "donde no nos castigaban" llegó a Manantiales, en San Miguel. "Llegué el día de una intervención. A mí no me afectaba por recién llegado. Pero a los demás los hacían trabajar como locos. Intervenir significa que te sacás la insignia de la Fundación y entonces como hubo muchos que faltaron a las reglas o muchos que se fueron, intervienen. Ahí viene el presidente de la Fundación y supervisa." Patricio reconoce que su adicción era tan fuerte que necesitaba algo que lo frene. "Me acostumbré, convencido de que me lo merecía y porque quería salir de la droga sí o sí. Después limpiaba y pensaba ¿Para qué es esto? ¿Qué estoy haciendo? ¿Quién está más enfermo?"
LA OPINION DE DOS ESPECIALISTAS
PABLO ROSSI, PRESIDENTE DE LA FUNDACION "LOS ADICTOS INVENTAN COSAS"
"El psicólogo que nos acusa, Jorge Leyva, de la Universidad de La Habana, Cuba --aclara Rossi--, fue invitado para hacer una capacitación y master en la Fundación, a pesar de que no tenía experiencia en el área. Se fue en malos términos y nos amenazó y agredió verbalmente. Por ese motivo abrimos una causa judicial. A nosotros no nos interesa que la prensa nos investigue, pero queremos que sea imparcial y que las cosas queden claras."
--¿En qué consiste el tratamiento en la comunidad terapéutica de San
Miguel? --¿De qué se tratan las medidas educativas? --Son situaciones de aprendizaje que se usan en Estados Unidos y en todos los lugares del mundo. La persona revé lo que hizo. Son frases que tiene que escribir. Generalmente son pérdidas de privilegio. Las aplica el encargado de la casa, que es la persona que está finalizando el tratamiento a la que todo el equipo terapéutico aprueba y se le permite que resuelva algunas cosas. Imparte y maneja al grupo, además de los psicólogos y los operadores socioterapéuticos. También hay una serie de reglas que hacen a la convivencia de la casa. Cuando se transgreden, se ordenan las medidas educativas. --¿Tiene conocimiento de que a algún chico se le haya hecho limpiar el baño siete veces en un día? --Sí, por supuesto. Pero siempre si la persona acepta. Es un tratamiento a puertas abiertas. --¿Por qué motivo una persona puede llegar a limpiar el baño siete veces en un día? --Como medida educativa, porque la persona ha transgredido alguna norma. --¿Entre las medidas educativas hay una en la que los chicos tienen que juntar 500 piedras u hojas en el parque para volver a tirarlas? --No, no es así. Son más fantasías de una persona que está enferma que otra cosa. Los adictos inventan algunas cosas y exageran otras. Lo primero que se les dice a los padres es que los chicos pueden contar cosas que no son: "Señora, no le crea a una persona drogadicta". --¿Qué es la intervención de la casa? --La intervención se da cuando hay varios chicos con malestar psicológico, angustiados, entonces se interviene la casa, va un grupo más grande de psicólogos y se habla con todos. Generalmente los chicos mienten, entonces lo que se trata es que sean totalmente honestos. --¿La intervención de la casa también implica que trabajen más como si todos hubieran estado en falta? --No, no, no... Hay que pensar que estamos trabajando con una población de drogadictos, muchos de ellos han delinquido, entonces no son chicos de jardín de infantes ni son chicos de un colegio. Es decir, intervenimos una casa cuando se han producido situaciones o cuando alguien le dijo algo malo al otro. --¿A qué se debe que incomuniquen a los chicos? --A una medida educativa también, todo de acuerdo con la transgresión que haya hecho. Entonces la persona no puede hablar con el resto de la casa, por unas horas o lo que fuere. --Por una semana en general... --No, una semana incomunicados no, salvo alguna situación que lo merezca, pero jamás. --¿Por qué los chicos tienen 5 minutos para bañarse? --Porque es parte de la metodología. Digamos que ahora en la comunidad son treinta personas. --¿Cambiaron la metodología en el último año, se suavizó el tema de las medidas educativas? --A nivel mundial los tratamientos han ido cambiando. Eso de recibir una ducha de agua fría nunca lo usamos nosotros. |