LIDERAZGO SE NECESITA |
Por Horacio Verbitsky La obstinación de la Alianza gobernante en la Ciudad de Buenos Aires por imponer como Defensor del Pueblo al ex concejal Norberto La Porta y proscribir a los candidatos de las organizaciones populares llegó ayer a un extremo de irracionalidad que regocija al menemismo. El escándalo con que terminó la sesión de ayer, premeditado por una barra de la burocracia sindical, debería obrar como un urgente llamado de atención. Como era de prever, no consiguieron los dos tercios de los votos, pese a que ofrecieron pagarlos con favores políticos que Nueva Dirigencia rehusó, pero ni aun así entraron en razones. Encuestas en mano, uno de los legisladores de la coalición oficial propuso convocar a una consulta electoral para decidir el cargo. Esto implicaría una fatigosa discusión acerca de si tal mecanismo es compatible o no con el estatuto constitucional, que ordena la designación del Defensor por la Legislatura. Cualquiera sea el desenlace de semejante discusión, es asombroso observar a los miembros de la Alianza enredados en torno de la hipótesis de una reforma de la flamante Constitución o de su violación por medio de un mecanismo plebiscitario. Es decir los mismos medios que el presidente Carlos Menem imagina para su cruzada nacional, con excepción del recurso a la Corte Suprema, sólo porque la Ciudad aún no tiene la suya. Menem al menos persigue el premio mayor de la rrreelección. Que el objeto de los desvelos de la Alianza sea la imposición de quien cosechó un número record de impugnaciones, y que por imponerlo no vacile en confrontar con importantísimas y variadas organizaciones de la sociedad civil, proscribiendo a los candidatos que presentaron, es ya una excentricidad difícil de explicar en términos políticos. Fernando de la Rúa no intervino en este proceso porque la nominación de La Porta era un compromiso del Frepaso. Chacho Alvarez se abstuvo porque entre los principales dirigentes del Frepaso en la Capital está su mujer. A los militantes de toda la vida les cuesta más que a nadie entender que una vez que han llegado a cargos de gobierno no forman ya parte de la sociedad civil sino de la sociedad política, que ya no son representados sino representantes. Los mandantes devenidos en mandatarios no saben manejar esa relación contradictoria, se sienten traicionados ante propuestas que no surjan de los aparatos partidarios, y tiñen todo con su afectividad dolorida. Cuando creían que les sobraban los votos para designar a quien quisieran se negaron a oír a las organizaciones sociales por soberbia; al ver que no llegan al número necesario insisten en aislarse, ahora por encono. Las actitudes de Raúl Zaffaroni que prefirió no asistir a la bochornosa sesión de ayer, o de Martha Oyhanarte que decidió abstenerse cuando el oficialismo votó en contra de la moción de Nueva Dirigencia de abrir el debate, señalan incluso los riesgos de disgregación interna ante tanto empecinamiento. Ni De la Rúa ni Alvarez pueden seguir mirando este caso como un asunto local que no les concierne. Salvo que hayan olvidado que no están en una isla, sino en el distrito de mayor relevancia de los pocos que gobiernan, el único en el que cada gesto adquiere repercusión nacional y aquel en el que Menem confía para herir a la Alianza que se atrevió a desafiar su poder.
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