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CESARISMO

Por José Pablo Feinmann

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 T.gif (67 bytes) Durante los últimos tiempos hemos aceptado discutir la política argentina en torno de la cuestión de la re-reelección de Carlos Menem. No es un tema lateral. Nadie está olvidando los grandes problemas del país (el desempleo, el subempleo, el hambre, la educación, la violencia, siempre Cabezas, etc.) por hablar de esta pasión de nuestro Presidente por sentarse por tercera vez donde ahora está sentado. Cabe, sí, preguntarse a fondo sobre las causas de esta pasión, sobre sus fundamentos individuales, sociales y políticos. Muchas cosas son casuales y el azar tiene más que ver con la historia de lo que uno siempre había creído. Pero, en esta precisa cuestión, no son pocas las cosas que pueden verse con claridad. Así, durante los últimos tiempos no pude dejar de remitirme al concepto de cesarismo. Inevitablemente, anduve cerca de Gramsci y sus Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno. No hay una definición unívoca del concepto. Pero digamos que remite a dos cosas: a Julio César, por supuesto. Y luego a la figura del jefe carismático, es decir, de aquel que se cree convocado por la Historia para superar las grandes crisis --frutos de contradicciones y enfrentamientos irreductibles-- por las que atraviesa una nación. Que es --en uno de sus centrales niveles-- lo que Carlos Menem cree que aportará su re-reelección: sólo él en la presidencia puede sostener el país de la Convertibilidad, de la confianza del establishment y la banca extranjera. De aquí que anduviera yo diciendo que el proyecto oficialista de la re-re (que es, ante todo, el proyecto de Carlos Menem) era un proyecto cesarista. Así las cosas, no bien echo una rápida mirada sobre los diarios del jueves 2 de abril, cuando leo que el austero avión presidencial estuvo a punto de sucumbir ante impiadosas tormentas. Leo también que --ante tan dramática y extrema circunstancia-- lo que brotó de los labios de nuestro Presidente fue una frase de... Julio César. "No temáis", dijo. "Tranquilos que vais con César y su estrella". Bien, ¿cuál es la estrella de César? Anticipándonos: la estrella de César se está apagando y los que temen no son los otros sino el mismísimo César.

El proyecto cesarista de Carlos Menem surge de una cualidad (que no valoraremos aquí) que tiene todo jefe cesarista: una profunda egolatría, una certeza de ser único y de hacer todo lo necesario para serlo. Nuestro Presidente comanda un partido político que ya tuvo un gran jefe cesarista, un campeón del cesarismo que se llamó Juan Perón y fue tres veces presidente. Menem no tolera no igualarlo. Igualarlo para superarlo después. Si Perón se calzó tres veces la banda, él no será menos. Ser menos César que Perón es no ser César en absoluto. Así razona un cesarista.

Esta arista es, quizá, meramente individual. Pero la Historia no se explica sin lo individual. Que la nariz de Cleopatra haya sido larga o corta no es un dato aleatorio. Que Napoleón haya sido bajo, tampoco. Que Menem no tolere ser presidente menos veces que Perón, tampoco. O, tal vez, menos. Hasta tal punto juega su egolatría, que es la materia de la que está urdida su cesarismo.

Pero --más allá o más acá de las características individuales del problema-- están las sociales, las políticas, las económicas y hasta las jurídicas. Para decirlo todo: la re-reelección de Menem es al menemismo lo que la invasión de Malvinas fue al Proceso. Hay que ganar tiempo, hay que distraer, hay que cubrirse, hay que conservar el Poder porque han sido tantas las, digamos, irregularidades, los trámites desprolijos, que una retirada en orden, segura, requiere más tiempo y requiere la posesión del Poder.

El jefe carismático sospecha que quienes lo han ungido --el establishment, que se sirvió de la dictadura militar para barrer toda posible respuesta social, de los radicales para consolidar el marco democrático y de Menem para realizar a fondo el proyecto económico-- piensan y dicen --secretamente, claro: entre ellos, que es donde dicen las cosas que deciden el destino del país-- que están fatigados de un presidente tan inelegante, desprolijo, egocéntrico, incómodo a veces y, ahora, testarudo. Porque, durante los presentes días, obsesionado por lograr la re-reelección, el Presidente cesarista ha comenzado a hacer decididamente mal los deberes. Ha politizado la economía. Sabe que tiene que exhibir mejoras a sus menguados votantes: viviendas, trabajo, obras públicas. Pero el FMI y el establishment le advierten que no tolerarán que el costo de la re-reelección deteriore los logros de la macroeconomía. De esta forma, el jefe cesarista está en la más dramática encrucijada de su vida: necesita ser re-reelecto, necesita votos, debe, para salvar su pellejo y el de los suyos, ser populista. Ser populista para durar. Pero el establishment odia el populismo. Politizar la economía es populismo. Hoy, créase o no, Roque Fernández necesita hacer populismo para que el Presidente cesarista siga sentado donde ahora está y cubra en orden la inevitable y muy temida retirada.

Pero no, no lo logrará: la estrella del César se apaga inapelable y despiadada. El establishment ha encontrado otros interlocutores. Para colmo, para desdicha del César, para tormento de sus noches, los nuevos interlocutores del establishment amenazan --con una frecuencia que alarma al César-- con someter a la Justicia (a una Justicia autónoma, ya no sujeta a los arbitrios del Presidente cesarista, quien supo ubicar allí a subordinados fieles entregados a las oscuras tareas de cubrir lo oscuro, lo que no debe saberse porque, si se sabe, arrastrará a muchos impunes de ayer, esos seres confiados en que las cosas durarán para siempre, tal como lo creían los hombres de la Seguridad Nacional) las acciones del César. Que, por haber sido del César, han sido, seguramente y por definición, graves: ya que el César es el César porque se cree eterno, más allá de la ley, inimputable.

Ya no es así: conjeturo que el establishment entregaría sin hesitar a los nuevos cruzados de la moralidad y la justicia a su viejo servidor, a ese egocéntrico cesarista que se creía eterno, y a todo el entorno que vivía a la sombra de esa eternidad. Hizo el trabajo sucio. Ya no lo necesitan. Privatizó salvajemente, llevó la desocupación cerca del 15 por ciento (Walsh, en su "Carta a la Junta Militar", habla de la tasa record y genocida del 9 por ciento), aniquiló a los sindicatos y las históricas conquistas sociales del partido que lo sostuvo con insalvable complicidad. Ya está hecho. Ahora, el establishment busca otra cosa. De esta forma, no sería azaroso considerar que --en un muy importante sentido-- el Tango 01, azotado por vientos huracanados de hasta 140 kilómetros por hora, se hizo añicos en Nueva Zelanda el miércoles 1º de abril. Porque la estrella del César se había apagado y nada pudo hacer por salvarlo.

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