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DEL CÉSAR Y SU ESTRELLA Por J. M. Pasquini Durán En el capítulo sobre Declaraciones, derechos y garantías de la Constitución, el famoso artículo 14 otorga a "todos los habitantes de la Nación" el derecho, entre otros, "de enseñar y aprender". No hay debate público sobre los alcances completos de este derecho, que involucra a tantos, equiparable a la preocupación de los políticos por la cláusula transitoria que afecta a uno solo, el actual presidente Carlos Menem. Esta es la razón por la que, una vez más, los ciudadanos tuvieron que salir a la calle para reclamar por sus derechos constitucionales. A un año de instalada la Carpa de la Dignidad docente, miles de argentinos respondieron el jueves a la convocatoria de Ctera para marchar desde el Congreso a la Plaza de Mayo, donde esperaban las Madres, como siempre, demandando verdad y justicia, méritos esenciales de una democracia auténtica. Sólo el movimiento de derechos humanos congrega a tantas personas sin disciplinas partidarias como el gremio de los maestros. No es casual, como tampoco lo es que dos de los tres poderes republicanos, el Ejecutivo y el Legislativo, hayan sido tan ineficientes para responder a reclamos populares de esas magnitudes. Pocas horas antes de las elecciones del 26 de octubre, el Gobierno prometió un aumento de salarios a los educadores públicos, pero después de cinco meses ni siquiera tiene acuerdo sobre el origen de los fondos para pagarlo. Mientras aquí la ministra Susana Decibe intenta divulgar la iniciativa de un impuesto extraordinario a los vehículos de propiedad privada, ni su colega de Economía ni el mismísimo Presidente parecen dispuestos, mucho menos sus legisladores, a acompañarla de verdad en semejante empresa. Con la Constitución de un lado y los técnicos del Fondo Monetario Internacional (FMI) del otro, el Poder Ejecutivo no parece tener dudas sobre sus verdaderos mandantes. En los oídos oficialistas, incluyendo a los de la CGT, la voz de Teresa Ter Minassian, del FMI, suena más alto que los coros callejeros multitudinarios de la opinión pública. Para conservar cierto equilibrio en el juicio, habría que agregar que esa voz internacional resuena también con el mismo volumen en algunos ámbitos de la oposición nacional. Sobre todo, cuando Ter Minassian sugiere que las elecciones sin reajustes económicos, como los pide el FMI, van a espantar a los capitales. ¿Pronóstico o amenaza? Opción complicada para el menemismo. Si hace caso de Teresa -créditos más caros, menos importaciones y nada de obras públicas con préstamos externos-- los efectos recesivos espantarán más votos que capitales. Basta mirar las encuestas de opinión para advertir que el oficialismo tiene que remontar una cuesta larga para ponerse a la par de las figuras opositoras. En cambio, si la empresa de Teresa queda insatisfecha, los economistas oficiales corren el riesgo de un estrangulamiento del crédito externo, vital para el "milagro argentino" que exprime a la mayoría sin notables insurrecciones reformistas. El presidente Menem, dicen sus voceros, se enojó porque el FMI no debe meterse en la vida argentina. De ser cierto, el César es, en realidad, el pastorcillo Pedro, aquel que había fingido tantas veces que, cuando de verdad llegó el lobo, nadie quiso creerle. Sin las bonanzas macro y con el micro revuelto, para no apagarse como una vela al peronismo le quedarían sólo dos recursos: importar sin gravámenes a los brujos brasileños que hicieron llover en el Amazonas o confiar en el César y su buena estrella, como invocó el Presidente cuando su avión estuvo a punto de estrellarse en tierras remotas. La experiencia histórica de algunas fuerzas políticas en América latina comparables con el peronismo --como el APRA del Perú o el MLN de Bolivia--, que pasaron a sostener al establishment en lugar de desafiarlo, indica que en ese tránsito perdieron sin remedio las mayorías electorales que las habían fundado y sostenido por mucho tiempo. ¿Podrá la estrella del César conjurar ese destino de decadencia? Claro que antes de ponerse a prueba, el César quiere un pago anticipado: el derecho a presentarse para un tercer mandato presidencial. Como se sabe, el asunto espera a ser atendido en la antesala de la Corte Suprema. Hay quienes suponen que el tribunal despachará a favor del Presidente porque la mayoría de sus miembros está alineada con la voluntad de la Casa Rosada. Otros, como Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde, pusieron en duda que esa voluntad pueda realizarse sin caer en "un golpe de Estado jurídico" de gravedad impredecible. Para la revista Criterio (26/03/98), que expresa la opinión más moderada del catolicismo nacional, "el problema es muy serio y es moral. Una concepción ética está de por medio: ¿la ley es algo digno de ser respetado? ¿Las reglas del juego están para ser cumplidas o para ser cambiadas según convenga al más poderoso?". Por décadas, en este país la respuesta a esos dilemas era unívoca: "según convenga al más poderoso". ¿Acaso esta vez será diferente? O, mejor dicho, ¿será que Menem ya no es el más poderoso? En las intimidades de la Corte, cuentan los que se ufanan de frecuentarla, las disquisiciones son menos filosóficas pero, a tono con los tiempos que corren, más utilitarias. Esas voces aseguran que hay una duda que paraliza las manos que firman: "¿Si le damos lo que quiere pero Menem no gana, qué nos va a pasar?" Los dubitativos podrían repetir la fórmula que usó Raúl Granillo Ocampo cuando el avión que transportaba al Presidente y su comitiva estaba viniéndose abajo. En ese momento, cuentan los cronistas que recogieron la historia menuda, el ministro de Justicia apeló al edecán aeronáutico con estas palabras: "Mentíme, por favor, mentíme; decíme que no va a pasar nada". La otra posibilidad de relativa autonomía que tiene la Corte es esperar, a ver si el presidente Menem puede conseguir dos objetivos: 1) convencer al peronismo para que confíe en la estrella del César como la única con buena suerte; 2) levantar las expectativas públicas que, por ahora, son contrarias al continuismo por incontestable mayoría. La primera meta puede ser más accesible que la segunda, ya que su consagración en el PJ depende sobre todo de la capacidad de Duhalde para encontrar un camino propio hacia 1999. En la opinión pública el propósito es más complicado y, en realidad, depende sobre todo de la eficacia opositora para mantenerse como una opción válida que canalice el descontento popular. El citado comentario de Criterio no escatima críticas a la hora de evaluarla frente a la movida menemista: "Ensimismada [la oposición] en sus conflictos internos, mostrando cada vez más flancos débiles, vulnerables a las cuñas divisorias que con habilidad y persistencia genera el menemismo, no atina a dar una respuesta frontal, decidida y sólida a esos conatos de ruptura republicana. Los dirigentes opositores parecen demasiado temerosos del poder del presidente, de su capacidad de dañarlos. Tardíamente se han dado cuenta de que los medios de comunicación, en su mayor parte concentrados en enormes y poderosísimos grupos, pueden llegar a jugar a favor de los delirios releccionistas". Es lógico que una fuerza nueva como la Alianza, después de una victoria como la del 26 de octubre, condense expectativas mayores a sus posibilidades reales y esa distancia entre deseos y realidad produzca decepciones a su alrededor y entre sus votantes. A Menem también le pasó en el primer año y medio de su gobierno, a tal punto que en aquel momento algunos poderosos empresarios, incluso un cardenal católico, viajaron a Córdoba para convencerlo a Eduardo Angeloz de aceptar el cargo de primer ministro (jefe de gabinete). Menem, que nunca autorizó esas gestiones, logró enderezar el rumbo con las transitorias bienaventuranzas de la convertibilidad. En este momento, la actitud de la Alianza es exitista, porque todos los días gana una nueva elección en las encuestas y, en el vaho de esas visiones, tal vez no consiga filtrar cierto grado de desconcierto y malhumor que comienza a afirmarse a su alrededor. En el espacio nacional, los comentarios señalan que no se hace cargo todavía de las angustias públicas, no sólo en la crítica a la gestión actual sino también en las propuestas para conformarlas. No hay, por ejemplo, una explicación pública satisfactoria para la trayectoria zigzagueante que siguieron sus líderes, algunos con fuertes compromisos en el pasado con la defensa de los derechos humanos, respecto de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. En el espacio metropolitano, la gestión es todavía más controvertida, porque radicales y frepasistas controlan la mayoría de la gestión de gobierno. El cerco policial que impidió la presencia pública en la sesión inaugural, el trámite con los antiguos empleados del Concejo Deliberante, el Código que generó el debate vecinal sobre travestis y prostitutas y el bochornoso si no patético intento de conseguirle un puesto público al socialista La Porta, que ya lo buscó en las urnas y no lo obtuvo, forman parte de un rosario de episodios que no están siendo contrapesados por un catálogo mayor de iniciativas exitosas y populares. Aunque en algunos casos la cizaña brota por la manipulación oficialista y, en otros, las críticas pueden ser exageradas por la impaciencia o el tamaño de las expectativas previas, todo parece indicar que la oposición, cada uno por su lado y en conjunto, harían bien en revisar con cuidado el camino recorrido y, sobre todo, el mapa de ruta hacia el futuro inmediato. La previsible consagración de la precandidatura de Fernando de la Rúa afirma la voluntad radical, pero a la vez remarca un interrogante abierto: ¿aceptarán los radicales ser parte activa de una fórmula que no los lleve en primer lugar? Mientras persistan las dudas de ese porte, nadie tiene comprado el éxito. El 2 de abril es una buena fecha para el examen, por sus valores emblemáticos. Ahí está la persistencia de la demanda popular, simbólicamente expuesta en la Carpa Blanca. La fecha también recuerda un dato crucial en la larga tradición de una reivindicación nacional, la soberanía sobre las islas Malvinas, en una época donde lo nacional y lo soberano son letra muerta para los que miran al mundo, igual que el FMI, como un baldío de propiedad privada. Si se trata de mirar el mundo, un 2 de abril, de hace treinta años comenzó el primer acontecimiento de lo que la historia recuerda con el título de Mayo Francés del 68. Repetir las consignas de aquel tiempo evoca aún hoy la fuerza de esperanzas pendientes: "prohibido prohibir", "hagamos realidad los sueños porque los sueños son reales" y muchas otras que la memoria colectiva atesora con seguridad. Con motivo del aniversario, el primer número de un semanario editado por el conocido Le Monde replica en su portada uno de esos lemas, adaptado a los tiempos. Dicho en argentino quedaría así: "Trabajo, justicia, bienestar: pidamos lo imposible".
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