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PANORAMA ECONOMICO

MONORRIEL MENTAL

Por Julio Nudler

t.gif (67 bytes) Cuando el miércoles el avión de Carlos Menem entró en emergencia, sobre una Wellington huracanada, en la economía argentina no se encendió ninguna luz roja. Nadie diría que en el Tango 01 viajaba, cual pluma al viento, el garante del modelo, el mismo presidente de cuya carótida, hace apenas poco más de cuatro años, estuvo pendiente toda la nación. De su flujo sanguíneo dependían entonces el riesgo país, la estabilidad, la apertura, las reformas estructurales y principalmente el dólar. Y mientras al primer mandatario lo salvaba esta vez en Nueva Zelanda el piloto (no automático) del Boeing, el establishment se juntaba en Buenos Aires con Domingo Cavallo, como si ahora, ya diluida la turcodependencia del modelo, hubiese una tardía reivindicación de la mingodependencia. La taba se dio vuelta. Para el conservadurismo económico, Menem acrecienta hoy el riesgo país con su obsesión por el tercer mandato y su giro presuntamente populista, y el poroso Roque Fernández les hace añorar al mediterráneo irascible.

(Lo del populismo merece un comentario aparte. Antes se aplicaba ese mote al gasto que no se basaba en recursos genuinos sino en emisión. Ahora el término parece extenderse también a proyectos que proponen crear un impuesto --a la nafta o a los autos-- para solventar determinado gasto adicional --en autopistas o en educación--. Las iniciativas de Guillermo Laura o Susana Decibe pueden ser discutidas y rechazadas, pero las dos respetan los límites de la convertibilidad y nadie las hubiese considerado populistas en las épocas del populismo.)

Más allá de la furia de Eolo, Menem se atrajo el asombro de algunos economistas porque en Oceanía no se le ocurrió nada mejor que hacer campaña para atraer inversiones, precisamente cuando en su país se discute cómo contrarrestar los efectos de un excesivo ingreso de capitales. La expectativa era, en cambio, que el Presidente buscara clientes para la producción argentina, ya que un gran problema nacional es la carencia de exportaciones. Esta falta de percepción presidencial refleja la confusión del debate instalado estos días en torno de la misión del Fondo Monetario. El análisis que se hace de la situación, discutiendo si hay que enfriar la economía y cómo hacerlo, trasunta una mentalidad de monorriel, que corre por una única vía. La proyectada aeroísla, que quedaría unida a tierra firme por una sola trocha, traduce bien esta actitud intelectual.

La discusión se centró en el recalentamiento de la economía, que puede volver a crecer este año hasta un 8 por ciento. Sin embargo, los síntomas clásicos no aparecen: no hay inflación en los servicios desregulados, en varios rubros de consumo masivo hay por el contrario bajas de precios por la competencia, no hay una burbuja en los valores inmobiliarios, el empleo sigue creciendo pero la desocupación todavía es muy alta, y no están otorgándose aumentos salariales a pesar del bajo nivel de las remuneraciones.

Mientras tanto, el déficit comercial se dispara --pronto cruzará los 6000 millones y hay quienes presagian que llegará a ocho-- por una suma de hechos desfavorables: brusco descenso en los precios de los productos que exporta la Argentina, revaluación del peso por su atadura al dólar, y enfriamiento de mercados tan importantes como Brasil y Chile, mientras la competencia se endurece en todo el mundo tras la ola de devaluaciones asiáticas. Las exportaciones del país, concentradas en pocos productos y dependientes de pocos mercados, se estancan o tienden a caer, mientras las importaciones crecen empujadas por las inversiones, porque todo lo que se fabrica localmente tiene hoy mucho contenido importado, y también por el consumo.

Como en los buenos viejos tiempos, la incapacidad de vender todo lo que haría falta es la mayor restricción que la Argentina tiene para crecer. En otra época el déficit comercial provocaba una crisis de balance de pagos cuyo único remedio era la devaluación. Pero el crédito y los flujos de capital abren hoy un espacio de indefinida convivencia con el déficit. Nadie discute la posibilidad de sostener por muchos años un saldo en rojo, siempre que sea moderado, y fuera de períodos críticos en las finanzas mundiales. Pero no ocurre lo mismo si el déficit se torna cada vez mayor.

La Argentina está en este punto, y el Fondo quiere obligarla a pisar el freno para prevenir un brote de desconfianza entre los financistas internacionales, que desate una fuga de capital caliente y ponga en peligro la capacidad del país para pagar los servicios de su deuda externa, ya que el FMI es el representante de los acreedores. Salvo que el terrorismo verbal del Fondo sea capaz de generar la tormenta que dicen querer prevenir, nadie está en condiciones de anticipar la actitud de los administradores de fondos. Por tanto, se discute sobre supuestos vaporosos acerca del humor de los mercados.

Fuera de la controversia queda el otro eje posible de la cuestión: la baja competitividad argentina, que ya no puede atribuirse a poca inversión o a inversión de mala calidad por ser decidida y efectuada por el Estado. Ahora es el mercado el que orienta los recursos. El resultado, desde el punto de vista del sector externo, fue poco tranquilizador hasta el momento. Las exportaciones contienen escaso valor agregado. Tienen una alta proporción de recursos naturales no renovables. Se concentran en rubros que, como las commodities, son el objetivo de muchos otros países periféricos, lo que aumenta el peligro de sobreoferta en los mercados. Mantienen una excesiva dependencia del cliente brasileño. La sola excepción --en cuanto a valor agregado, no en cuanto a brasildependencia-- son los autos, y es ése precisamente el único caso en que la Argentina aplicó una política directa de incentivos.

Gran parte de las recientes inversiones --con fuerte impacto importador-- tiene ninguna, poca o bastante indirecta relación con la capacidad futura de exportar, que hoy depende igualmente de qué producir y de cómo vender.

La construcción, la banca, los supermercados y la logística pesan fuertemente sobre el balance comercial, pero es difícil que aumenten las exportaciones. Las oportunidades de negocios no están, por tanto, donde deberían estar.



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