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Por Julio Nudler ![]() A partir de este hecho, y del rechazo a cualquier restricción de importaciones, las recetas para reducir el déficit del intercambio que fue de casi 5700 millones en los doce meses concluidos en febrero saltan de la esfera comercial a la macroeconómica, recomendando enfriar la actividad, como lo hace el Fondo Monetario. En realidad, lo que es hoy el corto plazo fue en algún momento el mediano, y antes de eso el largo. Alguna vez hubo tiempo de encarar los problemas que siguen sin resolverse, y de haber evitado la actual encrucijada. La Universidad Nacional de Quilmes publicó un año y medio atrás una investigación de José Bekinschtein sobre La política comercial argentina, donde, entre otras cosas, se enumeran algunas de las dificultades que restringían la capacidad de exportar, mostrando todo lo que había por hacer (y hasta hoy no se ha hecho, salvo excepcionalmente): u Carencia de producción diferenciable, capaz de adaptarse a una demanda variable y exigente. u Esa carencia se expresa no sólo en términos de calidad. El volumen de producción está en muchos casos muy por debajo de los mínimos requerimientos de los mercados importadores. Bajos volúmenes implican, por añadidura: u Elevación de los costos de transporte y distribución. u Falta de atractivo para que compradores o tradings internacionales se muestren interesados en operar la producción argentina fuera de las commodities tradicionales. u Inexistencia de redes de comercialización y distribución propia en los mercados de destino, lo que tiene como consecuencia: poca capacidad de penetración, reconocimiento y difusión de productos y marcas propias, y resignación de las etapas de mayor adición de valor, a favor de compradores o distribuidores. u No hay información de mercado ni asesoramiento especializado. u No existe un esquema de financiación apto. u El sistema aduanero atiende (por lo menos desde el punto de vista formal) objetivos fiscales antes que comerciales. u La ausencia de una imagen de marca fuerza a la Argentina a vender sus productos como de baja calidad. Bekinschtein explica que hoy un tercio del comercio internacional es intrafirma. Este comercio se funda en decisiones estratégicas previas de inversión, especialización y división del trabajo de las multinacionales. Si se suman las exportaciones de unas transnacionales a otras, se llega a cubrir dos tercios del comercio mundial. Esto significa que los flujos de comercio y de inversión extranjera directa son determinados simultáneamente. Ambos son consecuencia de la misma decisión de localización, y ésta es a su vez una decisión acerca de dónde invertir y dónde comerciar. Esas inversiones pueden eventualmente generar exportaciones, pero a corto plazo provocan importaciones de bienes de capital (equipamientos), y, de no crear o crearse redes internas de proveedores, desviarán hacia afuera las fuentes de suministros de los insumos. Más a largo plazo producirán salidas de divisas como remesas de utilidades, intereses y servicios financieros. Viendo el problema desde este ángulo, muchas inversiones recibidas por la Argentina esta década incluso por las privatizaciones debían conducir a un creciente déficit comercial. Son grandes compañías internacionales que prefieren abastecerse en el exterior, incluso por las condiciones financieras, y sustituyeron proveedores locales por externos. Con las cadenas de súper e hipermercados sucede algo similar. Ahora se ve que no bastaba con atraer inversiones. Que también había que observar su destino y su estrategia comercial, y además inducir la formación de empresas medianas y pequeñas orientadas a exportar. No se hizo cuando el corto plazo de hoy era largo, predicando que el mercado aseguraría por sí solo el equilibrio. Como muchos temían, la prédica resultó
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