BOCA ES UN ESTADO DE ÁNIMO
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POR JUAN SASTURAIN No vale la pena contar lo que pasó adentro, todos lo vieron o saben qué pasó. Para entender este clásico en muchos sentidos ejemplar --no por bueno sino por típico: es el partido que hay que mostrarle a cualquiera que caiga despistado y quiera saber de qué se trata el fútbol en este país-- hay que contarlo desde afuera. Hablar de lo que pasó o se experimentó en las tribunas y más precisamente en la de Boca, que era el que se jugaba todo, ese poco que le quedaba. Porque ayer había dos que podían perder del todo: Veira y los hinchas. Uno, perdía el laburo; los otros, esa comunidad apasionada, perdía el sentido, la mismísima razón de ser y estar. Y ese clima de diez de última había en las tres cuartas partes de la Bombonera. Lo de River, en cambio, era otra cosa más relajada. Tiene un colchón de éxitos, una red de resultados en que apoyarse o dejarse caer. No hay drama. Cuando mucho, bronca; pero ni siquiera tristeza. Por eso, puede hacerse la crónica especular del partido casi sin mirar la cancha, con la sola temperatura emocional de la tribuna boquense. Hubo cuatro sentimientos básicos y sucesivos que recortaron cuatro tiempos irregulares hasta completar el partido. Vamos a recorrerlos. En Boca, el cero a cero motiva la conocida "ansiedad de ida", ese pique eufórico que es el estado "natural" de la hinchada de y sirve de disparador como las bombas de estruendo para empujar al equipo. Ese estado ayer duró aproximadamente media hora sin contar los minutos previos de calentamiento. No llegó a convertirse en "impaciencia o fastidio", algo que suele ser su derivación natural a esa altura de los partidos sin gol a favor, porque desde el golazo del indiecito Solari (cero-uno) hasta los primeros siete minutos del segundo tiempo, Boca pasó a un segundo estado, extraño, semiterminal, casi cataléptico: el de "inminencia de catástrofe", algo así como cantar, seguir cantando, sí, pero en el "Titanic", viendo cómo las copas se deslizan por las mesas hacia el suelo, los sueños se estrellan contra el piso. Hasta que se llegó al punto de flexión, al minuto exacto en que se pararon todos los relojes: el penal de Serna a Monserrat, siete del segundo tiempo. En los detalles, hubo una puteada larga y reiterada a Castrilli y después el inmediato y grávido silencio previo al disparo. Porque no es lo mismo el silencio que producen diez personas, o cien, que el que generan más de treinta mil. Tiene otra entidad, otra potencia: ése fue el tipo de silencio, tenso como cuando se infla un globo al límite y todo el mundo espera que estalle y se calla para que estalle mejor. Y reventó. Cómo reventó. Ahí comienza el tercer cuarto del partido. El alarido de la tribuna cuando Salas erró el penal fue mayor que el de la celebración de cualquiera de los tres goles que vendrían. Y si no, que consulten a los sismógrafos. Era como si la cuerda se le hubiera cortado al verdugo y el muchacho cayera, de culo pero salvado, y saliera corriendo a buscar el caballo para intentar lo imposible. El estado emocional derivado de esta explosión interior contaminó el tercer período, fue su consecuencia (pese a que abajo seguían 0-1) y duró exactamente veinte minutos y tres goles. Fue el momento de "descontrol eufórico" y no tiene explicación sino efecto de shock. Fue el punto de mayor alagarabía y la cúspide de tensión --gol de Arruabarrena-- pedía que coincidiera con el final. Acabar ahí... "Terminalo, Castrilli". Los últimos quince minutos fueron para rectificar el último apotegma del credo especulador: desde ayer, "tres a uno es el peor resultado". Y si no, que lo digan los boquenses con el corazón y todo lo demás en la garganta. Ese estado final fue, por primera vez en la tarde y como condición necesaria para hacer posible el placer ulterior, de "ansiedad angustiosa". No ganar después de haberlos "tenido" era el horror, lo peor, la mayor humillación. Por eso, el 3-2 que puso Salas terminó redondeando el círculo emocional que debió pasar por la angustia para adquirir todo el sentido final de la explosión. El partido no fue bueno. Boca ganó en su terreno. El mejor fue Caniggia, Bonano agarró varias y se comió otras, Solari anduvo bien, Pablito Aimar también, los técnicos temieron más de lo que debían, Palermo debería tener tres cabezas y no una y dos pies, Solano mejoró, Castrilli exageró. Es todo.
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