Pequeñas historias, cosas que pasan en la ciudad. Esta vez el protagonista es el amigo Luis. Está regresando a su casa y al mirarse en el espejo del ascensor descubre que tiene una mariposa posada sobre el hombro izquierdo. Son exactamente las 8 de la noche, lo sabe porque acaba de mirar el reloj. En el tiempo que el ascensor tarda para subir hasta el sexto piso la mariposa trepa por el cuello y el pelo de Luis y va a colocarse en la parte superior de su oreja izquierda. En el sexto, a Luis le cuesta apartarse del espejo y cuando lo hace es como alguien que lleva una carga preciosa. ¿Se lo imaginan recorriendo el pasillo hasta la puerta de su departamento con la mariposa en la oreja? ¿Pueden verlo al amigo Luis caminando con el cuello rígido, sorprendido, complacido, misteriosamente esperanzado? Va directamente a pararse frente al espejo del baño. La mariposa sigue ahí. Luis escucha los mensajes del contestador, levanta la persiana del living, calienta café. Ahora, con la mariposa en la oreja, todo gesto rutinario adquiere un color y un peso nuevos. De tanto en tanto Luis vuelve al espejo. Empezó a pensar, con una convicción cada vez más firme, que la mariposa lo ha elegido, aunque no puede imaginarse por qué o para qué. En una de las idas al baño la mariposa emprende un vuelo breve y va a pararse sobre el aro metálico del desagote de la pileta. Tal vez busque agua. Luis hace que una gota se deslice hacia ella y le parece que efectivamente la mariposa acepta el agua. Después se desplaza por las paredes curvas de la pileta y cae de costado. Luis la endereza y la mariposa vuelve a derrumbarse. Quizá se esté muriendo. Quizá vino acá a morir. Luis la toma suavemente de las alas y va a la cocina. Son las 9.40. En la cocina, en una ventanita alta, hay dos macetas con plantas. Estirándose, Luis coloca la mariposa contra un tallo. La mariposa se prende y comienza a trepar. Llega a la parte alta del gajo, se desliza por el lado inferior de una hoja, se detiene y queda colgada con las alas hacia abajo. Luis se queda un rato observándola y después continúa haciendo sus cosas. A las 10.30 cena. A las 11 enciende el televisor durante quince minutos. Cerca de medianoche se desata una tormenta. Llueve, sopla el viento y al mirar por la ventana Luis tiene la impresión de que la ciudad acaba de inundarse. Tiene otro pensamiento: tal vez la mariposa lo buscó para escapar de la tormenta. Va a la cocina y la mira. A las 2 se acuesta. Se duerme rápido pero se despierta apenas pasadas las 3 y se levanta. La mariposa no volvió a moverse. Luis se pasa la noche acostándose y levantándose. Llega la mañana y la mariposa permanece colgada de la misma hoja. ¿Sigue viva o estará muerta? ¿Habrá venido a morir acá, en su casa? Luis inicia su vida de cada día. Toma una taza grande de café y le echa una mirada al diario que le dejan delante de la puerta. La tormenta pasó y amaneció con sol. A las 9.15, al ir una vez más a la cocina, se encuentra con una sorpresa: la mariposa cambió de lugar. Ya no está colgada como toda la noche, sino parada sobre una hoja, otra hoja. Es de color anaranjado, con manchas azuladas y pintas oscuras, las antenas perfectamente visibles en la luz que entra por el vidrio. Las idas y vueltas de Luis se reanudan. La mariposa es un pequeño faro en su mañana. También es un interrogante, una esfinge mínima en la ventana de su cocina. A las 10.10, descubre que otra vez cambió de ubicación. Lo mismo a las 10.35, a las 11, a las 11.20 y a las 12.05, aunque nunca logra sorprenderla en movimiento. A las 12.30 la mariposa no está. Después la descubre aleteando en la parte baja del vidrio. Ahora Luis se queda ahí, viéndola revolotear contra la claridad. Tarda en decidirse. Le cuesta. Por fin se sube a una silla, la toma de las alas, abre la ventana y la lanza hacia afuera. Ve como se pierde rápido en la luz del cielo y la imagen le produce una felicidad breve y al mismo tiempo un sentimiento de pérdida. Se pregunta: ¿Hice lo correcto abriendo la ventana? ¿Debería haberla retenido? ¿Hice bien en dejarla ir? . |