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Por Mario Wainfeld |
El general Bussi suele apelar a expresiones de ese peronismo y es francamente curioso que no haya desempolvado en estos días a la sinarquía internacional para describir al conjunto de factores que ayer le dio jaque y está cerca de darle mate. Después de todo, para dejarlo en la cuerda floja hicieron falta un juez español que quiso saber acerca de sus bienes, una fiscal suiza que hizo cesar el secreto de la banca helvética, los partidos políticos argentinos, los medios de difusión, los infatigables organismos de derechos humanos. "Una jauría internacional de izquierdistas que se reúne vaya a saber en qué mazmorra" pensará el general, conspirativo y paranoico. En rigor, Bussi está en riesgo por haberse enriquecido en el poder sin causa válida, por haber transgredido el orden jurídico internacional y porque --por una vez-- dos parlamentos argentinos hicieron lo que debían. La legislatura de su provincia armó una potente acusación. La Cámara de diputados nacional, en una sesión inolvidable y ya olvidada, abrió con la aprobación del PJ y de la Alianza su declaración jurada patrimonial y develó que es un evasor y un ocultador de información. No hubo una conspiración internacional sino el complejo funcionamiento de la democracia de masas y globalizada, mezcla de capitalismo sin fronteras, poderes supranacionales, influencia de los medios y parlamentos más formateados para denunciar que para gobernar. Esa tenue, imperfecta democracia es a menudo insatisfactoria, no por perseguir tiranos y evasores como Bussi sino por tutelarlos en exceso... pero esta vez, por ahora, disparó un tiro para el lado de la justicia.
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