|
Por James Neilson La pobre Teresa Ter Minassian no olvidará pronto aquella visita a Buenos Aires en la cual tuvo que enfrentarse con una jauría de caciques parlamentarios y sindicalistas peronistas que no pueden oír la palabra "enfriamiento" --léase menos plata, ergo menos votos-- sin echar espumarajos, trance que los funcionarios más caballerescos minimizaron atribuyéndolo a "la política". Pero, por lo menos, la italiana pudo salir intacta y regresar a su oficina en Washington, opción negada a los demás que a esta altura deberán estar preguntándose: ¿Qué le ocurrirá al país si el pánico preelectoral que se ha apoderado del oficialismo dura un año y medio más? Aunque los menemólogos más avezados insisten en que "la pelea con el FMI" es sólo un gran show armado a fin de complacer a los militantes peronistas más ingenuos porque el Jefe no permitiría que su propio modelo estallara bajo sus narices mientras aún conservara la posibilidad de renovar su mandato, la mayoría no está para tales sutilezas: sospecha que el Gobierno está resuelto a "subordinar lo económico a lo político" hasta lograr lo que se ha propuesto y que si Roque Fernández se resiste a prestar atención a los consejos de personajes como Humberto Roggero será reemplazado por un economista menos dogmático. Durante los primeros tramos de su gestión, Menem enviaba mensajes bastante similares a tres públicos muy distintos --los conformados por el PJ, el electorado y la "comunidad internacional"--, porque todos entendían que dadas las circunstancias le era forzoso respetar ciertas reglas. Pero últimamente ha tenido que diversificar su oferta retórica, diciendo una cosa a los muchachos, otra a la ciudadanía rasa y una tercera, es de suponer más rigurosa, a "los inversores". Sin embargo, mal que le pese, Menem no puede asegurar que sus mensajes lleguen a las direcciones indicadas, que la CGT no reciba el destinado al Fondo o los inversores el preparado para el "ala política". Aunque los dueños del dinero comprenden que por ser cuestión de "política" las apariencias no siempre coincidirán con la realidad, al leer que un líder del partido oficialista insulta salvajemente a la jefa de una misión del FMI no pensarán en lo malas que pueden ser las recetas ortodoxas sino en que por las dudas podría convenirles trasladar sus millones a otra parte. Si actúan así, al país le espera no un "enfriamiento" sino una nueva edad de hielo: si hay algo que quienes dependen del estado de ánimo de los financistas extranjeros no pueden intentar, esto es darse el gusto de asustarlos por razones partidistas.
|