Es la "hora pico" y, a diferencia de las "hora cero", los taxis no están encolumnados como tortugas esperando clientes. Por esto es que la mujer, con el día a cuestas y la necesidad de una cama para descansar, detiene, con animosa satisfacción, el taxi que ve libre. El taxista, en el tiempo que la mujer ocupa en abrir la puerta y sentarse, la relojea con despejado interés. Se presenta: --Tenga usted muy buenas noches. Este taxista, Elpuleo Sampes, está para servirla en lo que sea de su agrado. Sorprendida por la inesperada urbanidad, la mujer agradece con una sonrisa, indica su rumbo y pide que baje el volumen de la radio donde unos periodistas se desgañitan hablando de fútbol. En medio de convulsos bocinazos, el taxista dice "como usted mande", apaga la radio y parte sin dejar de mirar a la mujer por el espejito retrovisor: ve una cuarentona apetitosa que... "puede ser", piensa. La mujer mira la calle y es todo lo que hace. Hasta que se da cuenta de que el taxista le está hablando y entonces, respondiendo a la simpatía con que fue recibida, gira la cabeza hacia adelante como si estuviera interesada en lo que este buen señor le está diciendo, pero en realidad está metida en sus cosas. Sigue en su agobio, pero ahora el taxista le está preguntando algo y ella no sabe bien qué responder: --Perdón, ¿qué me preguntó?... --Le decía que nosotros somos el barómetro de la ciudad, eso... --Ah, sí... --Me lo dijo Jacobson, la otra vez lo llevé al canal 11, eso... --Ah... --Ahí donde usted está sentada ¿sabe todos los que se sentaron? ni le cuento... Sin percatarse de su movimiento y como si estuviera obligada por el privilegio, la mujer apoya la mano en el asiento y dice "ah". El taxista piensa "puede-ser-puede-ser" y sigue con su discurso: --¡Uf! Si le contara... ¡Conmigo viajaron los personajes más famosos del país, ¡un día lo llevé a Cavallo! eso, ja, ni le digo las cosas que me contó! ¡Ja, si hubiera tenido un grabador!, ¿usted no es periodista?... --No. --Perdone, no quiero ser molesto, pero me pareció. Una vez me pasó con un gerente de un banco; le pregunté si no nos conocíamos, "¡sí!" me dijo el tipo "¡ayer también me llevó al banco!"; nos matamos de risa. Lo que pasa que uno ve tanta gente al fin del día, que cuando vuelve a casa confunde la familia con pasajeros ¿no?... Lo que tiene de bueno un taxi es que uno se encuentra con toda clase de gente y se habla de todo... Perdone, no quiero ser atrevido, ¿usted a qué se dedica?... Como la mujer había vuelto a bloquearse en sus asuntos, el taxista repitió la pregunta: --Le pregunto porque se me hace que la tengo vista en algún programa de la televisión, ésos donde invitan gente, ¿vio?... No me diga que es una diputada o una artista de cine, que me muero, eso... --Soy médica. --¡No me diga! (¡Puede ser-puede ser!) Qué bueno. Uno tiene que agradecerle tanto a la medicina. Ustedes son, son como los curas ¿no?; ellos nos cuidan el alma y ustedes, el cuerpo... --Gracias, es muy amable al hacer esa comparación, tan delicada... --Eso. Es que también soy, soy medio poeta ¿vio?... Y... ¿es doctora, doctora o.. se especializa en...? --Urología. Soy uróloga. --¡Uróloga (¡¡¡Puede ser-puede ser!!!)! ¡Qué maravilla!... --¿Por qué maravilla? --Es... que, no es común, eso... Nunca conocí a una uróloga, mire usted... ¡Ni sabía que existían! (¡¡¡Papito, hoy salís de perdedor!!!) --¿Por? --Y... No sé... --¿Es prejuicioso? --¿Prejuicioso? ¿Quién, yo? ¡No, por favor!... No, la gente, eso, la gente sí que es prejuiciosa, vio, y uno... cómo decirle, vio, eso de que todos pensamos igual, ¿cómo es...? --El emergente colectivo. --¡Eso, eso quise decir (¡¡¡La tengo, papi, la tengo. Tengo que avanzar ya!!!)!... Uróloga, mire usted... Hay de todo en la vida, mire usted... Ayer, cosa de no creer, sube una señora, así como usted, muy fina, y... no vaya a pensar, en fin, somos adultos, eso... Sube una señora, muy fina y mire usted... empieza a hablarme de cómo le gusta hacer el amor. ¿¡Qué me dice?!... Le juro que me hizo poner colorado... al principio. Pero después, pensé, ¿qué tiene de malo, no? Somos gente grande; hay libertad para decir lo que uno quiera; en fin, la escuché durante todo el viaje y... se fue muy contenta. Encantadora, le digo que era encantadora (¡¡¡Me tiro, ya!!!), encantadora como usted... Eufóricos los ojos, estremecida la nariz, el taxista deja de observarla por el espejito y se da vuelta: --¿A usted cómo le gusta hacer el amor?... La mujer levanta las cejas y mira hacia la calle. El taxista entiende que empezó bien y que debe continuar para no dejarla pensar, y habla y habla, groseramente, de cómo él hace el amor, en qué posiciones, cuántas veces, promiscuidades más, promiscuidades menos, música, ropita negra; todo el circo que tiene en la cabeza lo deposita en la falda de la mujer que, abrumada, continúa con las cejas levantadas. El sigue, más incisivo, hasta que por fin ella le dice: --Está bien, doble en la segunda cuadra. Más que fulgurante, la mente del taxista está en el punto inerte, entonces dobla con alegría intuyendo que ella lo está guiando a un telo y que ¡por fin saldrá de perdedor! Ella ordena: --Aquí está bien. El taxista frena y se descubre frente a la comisaría 16; antes de terminar de entender lo que pasa, ella, mientras le hace señas al policía de guardia, le redondea el pensamiento: --Soy doctora de la policía y trabajo en el Hospital Churruca, cuando te sientas mal visitáme. Lo tuyo se llama "acoso sexual", y esta noche, lo lamento, no vas a dormir en tu cama... Como quien sale del freezer, el taxista, sin entrar en clima, piensa, piensa y madura-madura su nocaut: "Si al menos hubiera sido un travesti... ¡Están tan de moda!"... . |