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EL GATO CON BOTAS

POR EDUARDO ALIVERTI

t.gif (67 bytes) La nominación y debut de Ramón Ortega al frente de la nueva Secretaría de Botines de Guerra deja espacio para, por lo menos, cuatro reflexiones. Todas con valor propio pero, a su vez, profundamente entrelazadas por un mismo hilo conductor.

En primer término, la confirmación de que cuando Menem hace chistes u observaciones relacionadas con aspectos políticos o institucionales suele formular, en realidad, anuncios de sus intenciones. Ocurrió, por caso, con el discurso declarativo sobre la recontrarreelección. De "en el '99 me voy a Anillaco" a "si me dejan me voy"; y de allí a "estoy proscripto" para desembarcar en "me gustaría ser candidato de nuevo". Con el changuito tucumano no hubo tantas etapas. Después de "alguien al gobierno, Menem al poder", saltó directamente a nombrarlo.

En segundo lugar, el asco. No hay otra palabra. Vaya a saberse hasta cuándo hay que retroceder para encontrar antecedentes de una jugada gubernativa tan desnuda, tan grosera, tan humillante para el sufrimiento de decenas de miles de gentes que perdieron todo y para --cabe suponer-- la sensibilidad y el sentido común de millones. En cuestión de horas, pasar del festín de una asunción electoralista a caminar con el agua hasta las rodillas.

Tercer punto: ¿Cómo se animan a desparpajo semejante? ¿Perdidos por perdidos son capaces de cualquier cosa? ¿O el cálculo puede dar que la popularidad de Ortega está por encima de una demagogia que de tan barata resulta difícil hacer entrar en la imaginación? En ese caso, ¿la gente es estúpida? Este diario citó una frase de Palito mientras estaba con las botas puestas: "Acá, como está el panorama, no se puede ni pensar en política, ni especular con una idea de ser delfín de nadie, o salir de campaña, porque esto es terrible". Vaya. ¿Se dio cuenta cuando se mojó?

El cuarto aspecto consiste en un interrogante adosable a los del tercero. ¿Podría el Gobierno optar por tamaña búsqueda de rédito si existiera una oposición firme que no le deje el camino expedito a cualquier maniobra? En este sentido, hay una pregunta que de alguna manera asusta, de cara a la carrera electoral, pero cuya pertinencia no puede objetarse. Para tanto pobre y tanto inundado --y tantos otros--, ¿hay acaso diferencias sustanciales entre un Ortega que no tiene miramientos en volar de la Casa Rosada al agua podrida, y un conjunto de dirigentes mediáticos alejados de las necesidades populares?

Por muy duro que resulte, episodios que, antes que nada, invitan a ser pasados por las tripas, requieren también de una visión macropolítica. De lo contrario podría ocurrir que Palito sea presidente y alguien se llame a sorpresa.


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