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Por Pedro Lipcovich
"En el Alto Amazonas, Perú, Brasil, Ecuador, la ayahuasca es una planta maestra: la utilizan para estudiar las propiedades medicinales de otras plantas: toman un pedazo de la planta que quieren estudiar, lo agregan a la ayahuasca y estudian cómo varían sus propias visiones; de eso deducen para qué puede servir la planta", explica Luis Luna, que visitó Buenos Aires invitado por las psicólogas Silvia Polivoy y Ana María Aguirre. Las culturas indígenas estiman que "bajo ayahuasca entran en contacto con el espíritu de la planta que quieren conocer: el espíritu se manifiesta y dice para qué sirve". La ayahuasca también tiene efectos medicinales directos, "especialmente en enfermedades psicosomáticas --precisa Luna--: ayuda a buscar la causa social o individual de la dolencia y pone en camino de un cambio de conductas". En esas virtudes se basa su empleo en curas de alcoholismo y cocainismo: en Perú la utiliza el Instituto Takiwasi, dirigido por el médico francés Jacques Mabit y financiado por la Comunidad Europea. En Holanda se usa ayahuasca para curar la adicción a la heroína. "La eficacia se basa en un darse cuenta, un grado de autoconocimiento", dice el antropólogo. Una sustancia tan fascinante ¿no puede provocar ella misma una adicción? "No suele suceder --responde Luna--: la ayahuasca tiene un sabor muy desagradable y con frecuencia produce vómitos o diarreas: no es algo que uno pueda tomar para divertirse. Además, suscita experiencias profundas que pueden incluir sensaciones de muerte, de desmembración; es confrontarse con los propios miedos, los fantasmas." En efecto, el poeta norteamericano Allen Ginsberg escribió que "el cosmos enloqueció a mi alrededor: fue lo más fuerte y lo peor que haya tenido", refiriéndose a su experiencia con ayahuasca en el Amazonas. "Por eso es esencial que alguien ayude y guíe la experiencia", continúa Luna. En las tribus, el viaje es conducido por un chamán, e incluye el canto: "Cuando uno está perdido entre formas, figuras, seres propios y extraños a la vez, puede sentir mucha angustia, y el canto lo trae de nuevo a sitio seguro, o contribuye a experiencias transpersonales donde varios participantes ven las mismas visiones", relata el antropólogo. En Brasil, tres grandes líneas religiosas cristianas tienen la ayahuasca como sacramento y la usan para meditar bajo sus efectos: "Una de ellas, la Uniao do Vegetal, creció mucho entre la clase media brasileña: arquitectos, psicólogos, periodistas, abogados; esa composición tiene suficiente presencia social como para haber impedido los intentos de criminalización, y la ayahuasca sigue siendo legal". Estas religiones se han extendido a Holanda, España, Austria, Japón y Estados Unidos. Luna, que es profesor en la Universidad de Santa Catalina, Florianópolis, planea "formar talleres con científicos, para, bajo efecto de ayahuasca, concentrarse en un problema a resolver: usar la sustancia como un instrumento, como un microscopio". Entretanto, "un tal Loren Miller patentó en Estados Unidos el uso de la banisteriopsis caapi como antidepresivo: es un insulto a los indios amazónicos, para ellos la ayahuasca es un sacramento: uno de ellos decía que es como si hubieran patentado la Eucaristía", sonríe el antropólogo. En una época donde los sacramentos se patentan, ¿sobrevivirán las comunidades indígenas que inventaron la ayahuasca? "Yo soy optimista --contesta Luna--: muchas etnias crecen, preservan sus idiomas, tienen publicaciones y emisoras de radio. Y la ayahuasca es factor de preservación porque, bajo su efecto, visualizan sus propios mitos: si uno cree en una divinidad, ella se le aparecerá bajo ayahuasca, y uno se convence más de su realidad, y esto afianza las raíces de la propia cultura."
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