Fue una escena digna de ser retratada por la pluma de
Osvaldo Soriano: un conjunto de políticos argentinos, que en una época fueron
combativos, sumidos en una delirante operación, terminan perseguidos en un hotel de lujo
por oficiales notificadores de la justicia española. Humberto Roggero quería prensa y a
fe que la consiguió. Claro que los medios no dijeron lo que él quería que dijeran, pero
ya se sabe: en los códigos de los políticos de raza es mejor estar en la tapa (aunque
esta diga "Papelón") que no figurar.
Roggero explica que anhela que el peronismo, la fuerza política con
mayor cantidad de víctimas de la represión y del terrorismo de Estado, tenga un lugar
análogo a la hora de reivindicar los derechos humanos. El deseo es loable, pero la
explicación contiene una omisión seria. La relación del peronismo con la violencia y el
crimen político es un dato más de su aptitud para desdoblar roles y ocupar ambos lados
del mostrador. El peronismo aportó la mayor cantidad de víctimas pero también una
porción no desdeñable de verdugos. Así como en política es oficialismo y oposición,
en materia de represión supo estar en los dos extremos de la picana, complejidad densa y
trágica que Roggero transformó en sainete en su gira por España.
Roggero proviene de la izquierda justicialista y padeció cárceles y
exilio. Le gusta recordar ese pasado, diferenciarse de sus compañeros que en los '70
trajinaban otras trincheras. Pero, así como es difícil adivinar al militante de ayer en
el robusto dirigente bien trajeado que se camufla detrás de Saúl Ubaldini en el foyer
de un hotel de primera, es quimérico relacionar su militancia cordobesa con sus
operaciones actuales destinadas, en buena medida, a lograr que Luciano Benjamín Menéndez
nunca más pise los estrados de un tribunal.
Baltasar Garzón le demostró a Roggero que no es tan fácil de arriar
como la mayoría de nuestros jueces nativos. A su vez Gustavo Molfino se despegó de él y
optó por hacer lo que aborrece el oficialismo: reconocerle a Garzón la competencia (en
la doble acepción que puede tener la palabra, facultad legal e idoneidad) para investigar
crímenes que deberíamos investigar, juzgar y condenar los argentinos. Roggero no
desprestigió a Garzón, no ayudó en nada a Molfino, y parece dudoso que encuentre
consenso para su semana de turismo por cuenta del erario. La duda es por qué se expuso a
esa situación, que, salvo en sus detalles más grotescos, era predecible desde el vamos.
La única explicación atendible alude a una tradición justicialista: ocupar el orbe con
la propia interna. En, digamos, setiembre de 1997, en el peronismo casi no quedaban
menemistas. Todos volvían a las fuentes o al menos a su versión finisecular, el
duhaldismo. El Presidente era considerado piantavotos y sus compañeros con cierto peso
político se le alejaban todo lo posible. La derrota electoral cambió los tantos, Duhalde
se transformó en mancha venenosa y Menem fue creciendo. Hoy casi todo el justicialismo
piensa que el riojano es más potente que el bonaerense (el primero que parece pensarlo es
el bonaerense en persona) y hay súbitos realineamientos. Roggero, tradicionalmente poco
sumiso al menemismo, sobreactuó buena voluntad hacia el líder, poniendo en práctica
otra vieja costumbre justicialista: el cambio de camisetas no al final sino durante el
partido.
Roggero tal vez no sepa cómo comportarse fuera de casa pero intuye
cómo moverse en terreno propio. Ser peronista es incómodo cuando las encuestas sugieren
que la Alianza ganará las elecciones del '99... pero ser duhaldista o --lo que es casi
igual-- no fiable para el menemismo es letal. La madre de todas las batallas, la interna,
ha vuelto a estallar y Roggero quiso ubicarse en un campo definido. Ni Menem ni Duhalde
parecen garantizar una victoria contra la oposición, pero Menem luce como más idóneo
para mantener al peronismo "en el exilio" unido y potente.
Todos atisban que es muy peliagudo quedarse en el medio. Y si no, que
lo diga uno de los que hizo equilibrio y en estos días retrocedió varios casilleros.
Eduardo Amadeo fue corrido, antes bien degradado por el Presidente para hacerle lugar al
delfín. Un periodista le preguntó a Amadeo si lloró. "Claro que sí --explicó el
flamante secretario, quien no lloró cuando hace justo un año Carlos Auyero, un caballero
y adversario político al que había atacado soezmente, murió frente a él en un set de
TV. Son pérdidas diferentes, claro--.
Conviene no exagerar, el actual dolor no lo paralizó. Puso manos a la
obra. De momento analiza qué hacer con "Fleco", el dibujito animado con un
chico Ingalls elegido por sus antecesores como arma maestra para combatir la droga. Amadeo
la semana pasada no conocía a Fleco, lo que sugiere algo acerca de la eficacia de la
campaña de Alfredo Miroli y mucho acerca de la atención que dedicaba Amadeo al tema del
que, desde el martes, es responsable y especialista.
La democracia genera una serie de salidas laborales. Una de ellas es la
de los funcionarios no electivos polifuncionales, 4x4, aptos para cualquier terreno, que
pueden pasar sin escalas de la ayuda social a la guerra contra la droga, si el jefe así
lo pide. La ignorancia no es excusa, la falta de voluntad es mortal. Antes de las
elecciones, más de un funcionario oficial se jactaba: "Si me echan por duhaldista me
hacen un favor". Ya nadie piensa así. El menemismo es como el fuego, estar muy cerca
puede quemar, pero alejarse mucho priva de vida.
El delfín Ramón Ortega necesita ese fuego. Menem lo quiere de muletto
pero Palito no terminaba de despegar solo. El también se dedicó a un puesto en el que no
ostenta mayor experiencia pero para el que se siente capaz porque hace mucho fue pobre. Si
su curioso criterio se comparte y planes económicos mediante, cada vez habrá más
postulantes a su actual cargo. Es bueno que el casting sea potencialmente vasto, ya que
Palito no estará mucho tiempo hundiendo sus botas en el barro, su tránsito por
Desarrollo social es una escalera hacia destinos más restallantes. La democracia genera
funcionarios que siempre anhelan cambiar de puesto, salvo que estén en la Casa Rosada. Es
tan difícil volver a casa...
El que está cada día más cerca de hacerlo y muy a contragusto es un
tradicional rival de Ortega: el patibulario Domingo Antonio Bussi. Este diario anunció en
febrero que el vicegobernador Raúl Topa preparaba su traje azul para suplir a su jefe.
Topa salió presto a negarlo: era, cuándo no, un invento de los medios. Y, en verdad, el
anuncio contenía un error: Topa asumió en abril, de traje gris. El general, que llora a
menudo no por las muertes que causó sino por su infortunio político, está bajoneado,
rumiando bronca. El vicegobernador tucumano parece mucho más potente que el suspendido
gobernador, a los ojos de muchos, entre ellos los del mismísmo gobernador. Topa está
bien cómodo en el sillón de Bussi, se lleva bien con la oposición y con el PJ, tal vez
porque donde hubo fuego, cenizas quedan. Topa militó en la ultraderecha peronista y ahora
se arrima a un gobierno ultraliberal de igual signo. Mirado superficialmente, Tucumán
retrocedió en el túnel del tiempo, del '76 al '75: no la gobierna un adalid de la
dictadura militar sino uno de la Confederación Nacional Universitaria, que, milagros del
movimientismo, reporta tanto al ministro del Interior Carlos Corach como Roggero, ex
militante del Peronismo de Base.
Los gobernantes, explica Régis Debray, son una red de producción de
noticias a la que le falla la red de distribución. Piensan todo el tiempo en los medios,
generan informaciones, arman escenas, preeditan titulares y fotos. No desean que no haya
medios, lo que los ofusca es que no funcionen como sus agencias de propaganda o sus
voceros. Roggero, que viajó para hacer algo que podía resolver con un fax, quería
prensa y la tuvo. Lo más importante de la semana de Palito fue su imagen con el agua
hasta la rodilla. El presidente Menem escribió una carta a la oposición y no se la
envió por OCA, lo que hubiera sido un exceso de simbolismo: la mandó a los medios.
Mientras tanto, decenas de miles de argentinos viven literalmente con el agua hasta la
cintura y millones viven --en sentido apenas figurado-- con el agua al cuello. Desde
luego, los dirigentes dicen dedicarse por entero a ellos y estar muy interesados en
escucharlos lo que, traducido al criollo, significa que encargan encuestas. Tal vez
ignoran que --como señala el sociólogo Pierre Bourdieu-- "los sondeadores imponen
la problemática, obtienen respuestas a cuestiones no planteadas, a cuestiones que los
encuestados no se habían planteado antes de que les hubieran sido hechas y que no están
en condiciones de plantearse". El mundo es un pañuelito, Bourdieu es francés,
escribió eso hace un par de años... o sea, aunque parezca lo contrario, no se refería a
la re-ree. |