QUE FUE DE ISRAEL Y LA PAZ
|
The Guardian de Gran Bretaña Por Ian Black, desde Londres Fue un momento inolvidable y eléctrico cuando Anwar el Sadat apareció, grave pero sonriente, en la puerta del avión que acababa de volar desde El Cairo al aeropuerto Ben Gurion en Tel Aviv. Las multitudes quedaban boquiabiertas y las cámaras zumbaban y la historia estaba en la atmósfera: una sensación de que el 19 de noviembre de 1977 sería recordado siempre como el día en que se rompió el gran tabú, cuando un líder árabe se animó por primera vez a tratar públicamente con el Estado judío. La euforia reinaba mientras el presidente egipcio prometía "no más guerras" desde el podio del Parlamento de Israel, el Knesset, y Menajem Beguin, el primer ministro de Israel, pagó un completo tributo al hombre que había sacudido a Medio Oriente al conducir sus ejércitos a través del Canal de Suez en la guerra de octubre de 1973. "Increíble", murmuraba la gente, cuando los diarios hebreos aparecieron con titulares arábigos dándole la bienvenida a Sadat, que todavía es recordado en las palabras de una popular canción israelí, "con pirámides en sus ojos y paz en su pipa".La autonomía para los palestinos llegó lentamente a ninguna parte, pero Sadat envió un embajador a Tel Aviv y recuperó el desierto de Sinaí. Cuatro años más tarde fue asesinado por fundamentalistas que lo denunciaron como traidor. Mientras los israelíes y los árabes miran hacia atrás a medio siglo de confrontación que costó miles de vidas y millones de libras, el dramático viaje de Sadat a Jerusalén permanece como la excepción a una regla en la larga búsqueda por una paz justa y duradera. Ninguna otra iniciativa ha logrado romper el muro de sospecha entre los dos lados, porque, a pesar del acuerdo de Oslo de Yitzhak Rabin con Yasser Arafat y el emocionante momento de su apretón de manos en los jardines de la Casa Blanca, el tema central --un acuerdo final entre Israel y los palestinos-- sigue sin resolverse. El acuerdo de Oslo, siempre defectuoso y ahora en grandes problemas, todavía importa mucho, porque es el único acuerdo al que llegó Israel con los palestinos, la gente a la que desposeyó en el fragor de la batalla en 1948. Desde su guerra de independencia hasta que se logró el acuerdo en una casa de campo noruega en agosto de 1993, los israelíes han tratado secretamente de hacer las paces con los estados árabes mientras evitaban el tema palestino. Al mismo tiempo, Israel trabajó para debilitar a sus enemigos tratando con los enemigos de ellos: los cristianos libaneses, los drusos sirios, los kurdos iraquíes, los turcos, los etíopes y los iraníes. Oslo reorganizó el paquete estratégico: trajo una paz formal con Jordania, e Israel salió a abrir cuasi misiones diplomáticas o de comercio en el Magreb y el Golfo. Pero desde que las negociaciones con los palestinos se obstruyeron por los atentados suicidas de Hamas que catapultaron a Benjamin Netanyahu al poder hace casi dos años, hubo una vuelta escalofriante a la desconfianza y al temor. La nueva cooperación estratégica de Israel con Turquía, su mala sangre con Egipto, la tensión con Jordania sobre el torpe asesinato Mossad de un líder de Hamas, la amarga guerra en el sur del Líbano, y la línea dura de Estados Unidos contra Irak conspiraron para hacer que el nuevo Medio Oriente post Oslo se parezca deprimentemente al anterior. Algunos expertos militares israelíes advierten que podría haber una "guerra después de la paz" si Egipto revierte la audaz movida de Sadat y vuelve a las filas de los estados de la línea del frente, que están en pie de guerra. Y mientras la impasse en el proceso de paz continúa, los palestinos están indicando que ellos bloquearán las movidas árabes para normalizar las relaciones con Israel. Todo esto parece una deprimente victoria para los halcones en ambos lados, con Netanyahu ridiculizando la idea que Israel puede ser un socio político y económico pleno en una región donde los "regímenes radicales" están desarrollando misiles balísticos. Aun donde hay tratados de paz, la reconciliación entre pueblos es casi inexistente. Los árabes todavía gozan de sus victorias sobre Israel: los egipcios cruzando el Canal de Suez en 1973, los palestinos defendiendo Karameh en 1968 y Beirut en 1982 -- borrando pasadas humillaciones que fueron infligidas por un astuto y poderoso enemigo. En la mayoría de los países árabes, Israel todavía es visto con desdén, envidia y odio. Para muchos árabes comunes sigue siendo una implantación foránea, un hijo del imperialismo británico sostenido ahora por Estados Unidos. Las conexiones bíblicas y la tragedia de los judíos de Europa nunca fue comprendida. Los protocolos de los Sabios de Sión, una falsificación notoriamente antisemita, todavía está disponible gratuitamente en árabe. Cualquier cosa que involucre a Israel es acompañada a menudo por ridículas teorías conspirativas. El sionismo sigue siendo una mala palabra. Las conexiones de negocios y de comunicaciones entre Israel y sus vecinos han aportado algún progreso. Pero no hubo cambio por parte de su más acérrimo enemigo árabe, Siria, que insiste como un mantra en el total retiro de los Altos de Golán y mantiene una permanente hostilidad. Siria ya no es la amenaza que fue, pero la confrontación con Israel todavía involucra todas las trampas de una guerra: espionaje, terrorismo, propaganda y una lucha que podría escalar hasta un intercambio devastador de cabezas de misiles químicas y nucleares. Un arreglo de mala gana puede ser posible, pero las relaciones normales están fuera de alcance. El presidente de Siria, Hafez al Assad perdió una "histórica oportunidad" de lograr un acuerdo con Rabin antes de su asesinato, dice el ex secretario de Estado Warren Christopher en el próximo episodio del fascinante documental de la serie de la BBC2 "La guerra de los cincuenta años". La paz sigue siendo elusiva, pero a Israel puede no importarle: el 60 por ciento de la población judía es nativa de Israel y con una orientación occidental y mira más hacia Norteamérica y Europa que hacia Arabia. La economía de Israel es más fuerte que la de cualquiera de sus vecinos. Militarmente todavía retiene por lejos su ventaja. Sin embargo, un siglo de experiencia debería brindar una razón para el cambio. Los israelíes tienen hoy una comprensión más clara de su pasado. La "pregunta no vista" del sionismo de los árabes viviendo en la tierra prometida tiene una respuesta. Sadat probó en 1977 que podía haber grandes avances hacia la paz. La breve luna de miel post Oslo demostró que las barreras podían caer. Ahora los jóvenes historiadores de Israel no siguen describiendo una lucha contra abrumadoras diferencias y una persistente hostilidad árabe sino que ofrecen un relato más matizado de hechos complejos en una tierra donde hay demasiada historia pero no bastante geografía, y en una región donde la paz real debe significar más que la ausencia de guerra.
|