DE BIANCHI A BIELSA
|
POR EDUARDO RAFAEL Cinco temporadas y media y once campeonatos que tienen a Vélez como aspirante permanente al título. Una continuidad inusual para un club que era institucional y socialmente grande pero deportivamente vacío. Un grupo de jugadores y tres técnicos inteligentes (Bianchi, Piazza y Bielsa) cambiaron la historia. Otra vez Vélez está arriba después de golear a Colón y beneficiarse con el empate de Lanús mientras espera que Gimnasia se juegue con Argentinos. Bianchi heredó de Eduardo Luján Manera el acierto de algunas contrataciones (Chilavert, Trotta, Sotomayor, Basualdo, Pico), completó el equipo con aquellos jugadores que venían de campeonatos anteriores como Almandoz, Cardozo y el gallego González y confirmó a chicos de las inferiores que ya habían insinuado condiciones ciertas como Marcelo Gómez, Bassedas, Asad y Flores, entre otros. Con estos nombres hizo a los hombres a su imagen y semejanza. Los ordenó y les transmitió su responsabilidad profesional. Transformó a once jugadores en un equipo, con toda la generosidad que entraña esa definición. Hizo más con su ejemplo que con su palabra. Tenía a su favor, por supuesto, su condición de ídolo en el club. Y fue ese el aval al que recurrió en el momento más difícil: el inicial, es decir, aquella etapa en que el técnico debe convencer (a los jugadores) de que sabe. El Vélez de Bianchi, aún con los cambios de hombres que se fueron produciendo, fue siempre un equipo fiel. Simple en lo táctico, fuerte en lo anímico. Defensa en zona, con un lateral de marca y otro de salida, cuatro volantes (dos de marca y recuperación y los otros de creación) y dos atacantes bien de punta. Sencillo en la diagramación pero efectivo en el campo porque la exigencia fue una presión constante, una dinámica permanente, con futbolistas que se buscaban para jugar o se movían para crearle a algún compañero la posibilidad de hacerlo. El secreto de Bianchi fue despertar, entre sus dirigidos, el hambre de gloria deportiva que siempre había alimentado en su época de jugador. Cuando los jugadores se convencían de que los campeonatos no les eran ajenos, que podían porque tenían con qué ganarlos, Vélez empezó a conseguir los resultados que lo llevaron a ser protagonista de todos los torneos en el orden local y, lo que es tan o más importante, obtener el reconocimiento en el orden internacional. Ese Vélez de Bianchi rompió las fronteras del barrio para meterse en la historia grande del fútbol y terminar con el San Pablo en el Morumbí y con Milán en Tokio, los dos equipos más grandes de la década. El mérito de Bianchi fue armar un equipo y contagiarle su alma de campeón. Osvaldo Piazza lo heredó. Mantuvo la estructura y la filosofía de promover jugadores de las inferiores. Los nuevos, Posse, Pandolfi y Cordone, le cambiaron el estilo al equipo. Lo hicieron más livianito, más técnico, acaso más vistoso. Pero también más vulnerable. Aparecieron grietas en lo que antes era compacto, homogéneo. Y hasta pareció que algunos priorizaban el lucimiento personal sobre el rendimiento general. Es probable que haya sido ese alerta el que despertó la necesidad de un cambio. Y llegó Bielsa. Un conductor distinto a Bianchi y Piazza. Un tacticista. Un hombre que sabe que los partidos los ganan y pierden los jugadores pero también que el técnico está para tratar de que ganen la mayoría y, para eso, su aporte está en el trabajo semanal, en el ordenamiento que consiga darle. Fue un cambio demasiado drástico. Cambió el 4--4--2 y el 4--3--1--2 de Bianchi y Piazza por el 3--2--1--1--3 que lo deslumbró cuando la gente del Ajax de Louis Van Gaal lo llevó a la perfección. Tres zagueros (un líbero y dos stoppers), dos laterales volantes, un pivote defensivo, otro ofensivo y tres delanteros. Los laterales y los pivots, formando un rombo en el medio de la cancha. Un esquema táctico totalmente ofensivo que exige presión y concentración permanente. A los jugadores les costó interpretar el libreto. Temieron equivocarse. Dudaron. Y eso provocó los problemas que desaparecieron desde el mismo momento en que, hablando, se dieron cuenta de que podían. Y que el orden táctico sumaba y no restaba. En eso están. A veces, entrando en los cortocircuitos lógicos del que está en un proceso de cambio. Con actuaciones casi perfectas (contra Independiente, por ejemplo) y otras vacilantes, como contra Platense y Argentinos, en la primera media hora de ayer ante Colón. Vacilaciones propias de quien actúa con un libreto que está aprendiendo, pero todavía no lo tiene incorporado como para desarrollarlo con naturalidad. Como en el comienzo de la era Bianchi, el Vélez de Bielsa no tiene techo. Aquél estaba más allá del coraje. Este, está más cerca de la inteligencia.
|