|
POR JULIO NUDLER La evasión impositiva eleva la productividad media de la economía. Esta sentencia, que roza la apología del delito, expresa cabalmente el pensamiento de todo economista liberal argentino, de Roberto Alemann a Domingo Cavallo, pasando por decenas más. Ello es así porque, por definición, el sector privado gasta e invierte racional y eficientemente los recursos, mientras que el Estado es por naturaleza ineficiente, además de corrupto. De este modo, el evasor favorece la eficiencia del conjunto, siempre que lo que él evada no se convierta en una sobrecarga para otros contribuyentes. Si la evasión, en cambio, fuerza una reducción equivalente del gasto público, su efecto será plenamente virtuoso, porque además bajará los costos e incrementará la competitividad. Alguna vez habrá que alcanzar la soñada meta de convertir al país en una inmensa tienda franca. Por de pronto, los sucesivos gobiernos se conforman con no hacer nada efectivo contra la evasión, más allá de las amenazas. Llevar cada idea hasta sus últimas consecuencias se ha vuelto muy complicado, sin embargo, en esta economía preñada de paradojas. Una es la inesperada reconciliación entre economía y política, desde el momento en que hoy al país le conviene un gobernante que se comporte de manera populista y demagógica, porque la desconfianza que suscitará entre los administradores de fondos atenuará el ingreso de capitales, evitando recalentamientos y burbujas. En cambio, tomar medidas ortodoxas y austeras (no aumentarle a ningún maestro, no hacer ninguna autopista, no mejorar ningún servicio, no ayudar a ningún inundado) es peligrosísimo por la avalancha de capitales que atraería. Si Menem comprendiera este peculiar funcionamiento de las mentes capitalistas y de la convertibilidad, echaría ya mismo a Palito Ortega y pondría en su lugar a Alvaro Alsogaray. La confianza haría el resto, impulsando la economía y bajando el desempleo. Aunque la que vota es la gente, los que hacen ganar o perder las elecciones son los fund managers, que fungen como un prisma interpuesto entre los gobiernos y los pueblos. La Alianza parece tener hoy más clara esta realidad que el propio menemismo. Cavallo fue quien, en definitiva, legó a Menem este poderoso mecanismo --nacido de su cabeza como Atenea de la de Zeus-- que muta el pecado en virtud. Pero la realidad política del cordobés es consiguientemente muy triste, porque su propio invento lo volvió innecesario.
|