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POR JULIO NUDLER
Llevar cada idea hasta sus últimas consecuencias se ha vuelto muy complicado, sin embargo, en esta economía preñada de paradojas. Una es la inesperada reconciliación entre economía y política, desde el momento en que hoy al país le conviene un gobernante que se comporte de manera populista y demagógica, porque la desconfianza que suscitará entre los administradores de fondos atenuará el ingreso de capitales, evitando recalentamientos y burbujas. En cambio, tomar medidas ortodoxas y austeras (no aumentarle a ningún maestro, no hacer ninguna autopista, no mejorar ningún servicio, no ayudar a ningún inundado) es peligrosísimo por la avalancha de capitales que atraería. Si Menem comprendiera este peculiar funcionamiento de las mentes capitalistas y de la convertibilidad, echaría ya mismo a Palito Ortega y pondría en su lugar a Alvaro Alsogaray. La confianza haría el resto, impulsando la economía y bajando el desempleo. Aunque la que vota es la gente, los que hacen ganar o perder las elecciones son los fund managers, que fungen como un prisma interpuesto entre los gobiernos y los pueblos. La Alianza parece tener hoy más clara esta realidad que el propio menemismo. Cavallo fue quien, en definitiva, legó a Menem este poderoso mecanismo --nacido de su cabeza como Atenea de la de Zeus-- que muta el pecado en virtud. Pero la realidad política del cordobés es consiguientemente muy triste, porque su propio invento lo volvió innecesario.
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