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POR MARIO WAINFELD El juego se llamaba algo así como "salta gallina" o "el que salta es un gallina" y aparecía en Rebelde sin causa, una vieja película protagonizada por James Dean. Dos competidores se lanzan en sus autos, a toda velocidad, rumbo a un precipicio. No deben frenar sino saltar de sus autos, lo más cerca posible de la meta. El que salta primero pierde. Si uno --o los dos-- salta tarde, muere. Es fácil imaginar que Carlos Menem sería un duro rival en ese juego. No por sus controvertidas dotes al volante sino por algunas de sus características personales. La primera es una voluntad a todo trapo. La otra es la capacidad de intuir y dominar a su contendiente. Menem posee una aptitud que suele irritar a intelectuales o personas de pensamiento complejo: la percepción psicológica simplota, hasta caricatural propia de ciertos vendedores, los demagogos, los donjuanes más burdos, los psicópatas que traducen las mentes de sus interlocutores a dos o tres trazos muy gruesos... pero eficaces para predecir y motivar sus reacciones. Un vistazo a su interlocutor le basta para intuirlo, cautivarlo o dominarlo. El salta gallina es una competencia terrible, pero una competencia al fin como el ajedrez, el truco, el fútbol o la política. Todas exigen destrezas específicas, pero hay un prerrequisito ineludible: la convicción de que se va a --o al menos se puede-- ganar. Si se consigue transmitir esa convicción al rival, las posibilidades de victoria crecen. Toda interna política es una guerra de voluntades. Dominar al otro, no mirarlo, convencerlo de que uno es inquebrantable, es empezar con pie derecho. Las batallas dependen aún más de la voluntad si sus reglas son imprecisas o son cambiables durante la contienda. Así suele ocurrir en el peronismo, una fuerza desdeñosa de las formas o los reglamentos donde se puja también por fijar las reglas. La búsqueda de la legalidad, de lo establecido --el actual lugar de Duhalde-- no es percibida como un valor sino como un formalista y fastidioso camuflaje de la debilidad. Los menemistas más enragés dicen a los cuatro vientos una frase que evoca al "salta gallina" --"Duhalde se baja"--. Aseguran incluso que no hará el acto del 1º de mayo para el que, bromean, no tiene gente ni para las tribunas ni para el palco y, según parece, no tiene cancha (iba a usar la de River, pero ahora revisa la idea). No es seguro que Duhalde se baje o pierda, pero es ilustrativo que nadie, ni aun los duhaldistas más enragés --especie en vías de extinción--, piense o macanee que Menem va a bajarse o a saltar primero, pese a que todas las variables objetivas --las encuestas de popularidad y las leyes vigentes-- dicen que la victoria le está vedada.
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