OCTAVIO POR FIN DESCANSA EN PAZ
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Producción y otros textos de Verónica Abdala Por Juan Forn "La muerte que yo quiero / es mi espejo y es mi sombra / es mi creación y soy su criatura. / Pero no la toco, pero no me habla. / Todavía no aprendo a ver / en la cara del muerto, mi cara", dijo en un poema de Arbol adentro, en 1987. Una década después, en noviembre del año pasado, apareció por la televisión mexicana para anunciar que las noticias de su muerte eran exageradas: "Me da mucha pena que los que se empeñan en matarme lo hagan con tanta prisa; los portadores de anuncios fúnebres jamás saben sonreír". Octavio Paz llevaba un año entrando y saliendo del hospital a causa de un cáncer y una flebitis que lo habían confinado a una silla de ruedas. No le gustaba demasiado el lugar adonde volvía al salir del hospital: una casa en Coyoacán adonde se había trasladado luego de que ardiera su histórico departamento en la avenida Reforma, donde se quemó gran parte de su biblioteca y algunos de sus gatos. El domingo por la noche, en la madrugada argentina, la cadena Televisa dio a conocer la noticia. El presidente Ernesto Zedillo fue el encargado de hacer el anuncio oficial, en el avión que lo llevaba de regreso de la cumbre de mandatarios en Chile: "México ha perdido a su más grande pensador y poeta, Octavio Paz". Había nacido en 1914. Su padre era un periodista que colaboró con Emiliano Zapata y murió aplastado por un tren; su abuelo estaba ligado a la dictadura de Porfirio Díaz. Esta tensión de opuestos políticos intensificó aún más su visión de México desde la infancia. Paz empezó a publicar a los 17 años, cuando era un estudiante en la Universidad Autónoma de México. "A los 23 abandoné al mismo tiempo la casa familiar, los estudios universitarios y la ciudad de México", dijo, aludiendo a la combinación de azar y destino que implicó la invitación en 1937 al Congreso de Escritores Antifascistas que organizaron los republicanos durante la Guerra Civil Española. A partir de ese momento y hasta bien entrados los '70 se convirtió en "el contemporáneo esencial", para usar palabras de André Gide: el intelectual latinoamericano que mejor descifró los signos culturales de su tiempo, esos signos en rotación permanente: desde Lévi-Strauss a Duchamp, desde Godard a John Cage, desde Góngora a Buda, y desde Balthus a Miró, Rauschenberg o Roberto Matta. Después de la Guerra, Ortega y Gasset le dijo en Ginebra: "La literatura ha muerto... Deje la poesía y póngase a pensar". Paz siguió sólo en parte el consejo: no dejó la poesía. Escribió El laberinto de la soledad en Estados Unidos ("afectado por una profunda crisis personal en torno a la identidad mexicana") y comenzó a sumar sus primeros enemigos. "Los mexicanos sólo supimos que éramos contemporáneos de todos los hombres cuando Paz pudo decirlo, porque su voz era la voz de una nueva sociedad mexicana y esta sociedad era ya la de un planeta policultural", afirmó Carlos Fuentes de ese libro muchos años después, en 1984 (cuando aún no se había enemistado con Paz). Para entonces, Paz ya había entrado en la diplomacia: uno de sus primeros destinos fue París, luego Japón, luego la India. En 1968, cuando era el embajador mexicano en París, renunció a su cargo luego de la matanza de estudiantes en Tlatelolco. "A veces discutible, siempre exaltante, la vertiginosa pluralidad de los ensayos de Paz da pruebas de un pensamiento y una visión que se sitúan entre las más altas y coherentes de la América latina contemporánea", decía por entonces Julio Cortázar. Las simpatías de la comunidad de izquierda internacional duraron poco: desde principios de los `70, Paz abandonó toda elipsis en sus críticas a la Unión Soviética, Cuba y la exportación de la revolución. Para entonces, muchos se preguntaban si las posiciones progresistas del joven Paz no se debían, en cierta medida, al influjo de la progresista política exterior mexicana, y su evolución hacia la derecha también. Hasta entonces, la solidez de su obra acallaba las críticas ideológicas. La potencia de sus ensayos (de El arco y la lira a Los signos en rotación), la contundencia de su poesía (Libertad bajo palabra, Salamandra, Ladera Este) y su extraordinaria labor de difusión como traductor (en Versiones y diversiones dio una clase magistral de "recreación poética" de autores tan disímiles como Donne, Nerval, Pound, Mallarmé, Pessoa y una abrumadora variedad de poetas orientales) lo convertían en referencia ineludible, en cualquier conversación sobre literatura latinoamericana. Sin embargo, lo que funcionaba magistralmente en su poesía y en sus ensayos comenzaba a sonar inquietante en su observación del mundo político ("El fin de siglo es el comienzo de otra época, y debemos entrar en lo desconocido con prudencia pero también con arrojo"). Como uno de sus poetas predilectos, T. S. Eliot (pero sin su sumisión al dogma cristiano), Paz comenzó a apoyar cada vez más su pensamiento en la tradición conservadora, en su afán por impedir todo reduccionismo de la realidad (de eso acusaba a la comunidad intelectual progresista). A diferencia de Jorge Luis Borges, que demostraba cuánto descreía de la política con sus exabruptos, Paz quiso ser un permanente analista de la actualidad. Cuando triunfó la revolución sandinista en Nicaragua desautorizó a su amigo (y admirador) Carlos Fuentes como propagandista de izquierda (y le hizo la guerra desde la revista Vuelta, a través de sus epígonos, especialmente de Enrique Krauze). Cuando Juan Carlos Onetti (integrante del jurado que le dio a Paz el Premio Cervantes en 1981) lo acusó de propagandista de Ronald Reagan, le contestó que nunca disculparía el imperialismo yanqui, pero que tampoco podía "acusar a los gringos por las dictaduras latinoamericanas". Y, ya en los `90, acusó a los intelectuales que apoyaron a Chiapas por el asesinato de Colosio (según Paz, las causas de los zapatistas son legítimas, pero lo inquietaba el fantasma de la guerrilla). Mientras tanto, ganó casi todos los premios posibles: el Cervantes, el Menéndez Pelayo, el Premio de la Paz de Frankfurt, el Premio Jerusalén y el Nobel. Mereció una cátedra universitaria y hasta una Fundación con su nombre. Fernando Savater reflejó bien lo que pasaba al leer a Paz: "No siempre nos ha dado la razón; no siempre se la hemos dado: pero es la pasión de la razón la que nos ha unido, y la razón de las pasiones". Los libros de Paz son abiertos: no aspiran a la falsa perfección de lo cerrado, sino a contaminar con su inteligencia al lector. En algún momento los signos de este siglo dejaron de estar en rotación: cristalizaron en un dibujo fijo. A partir de instante, la voz de Paz perdió potencia provocativa y se enturbió de un tono más plano, admonitorio, afortunadamente menos didáctico que la de Mario Vargas Llosa (para citar un triste ejemplo). Alguna vez había escrito: "Dime cómo mueres y te diré quién eres". Uno no puede menos que pensar que al joven Paz no le hubiera gustado mucho morir así: con fastos de jefe de Estado (sus "restos mortales" recibirán un "homenaje póstumo de cuerpo presente" en el bellísimo Palacio de Bellas Artes del DF mexicano, "para que el pueblo pueda brindarle su último adiós") y generando alivio entre aquellos que mejor apreciaron su obra, los mismos que temían cada nueva declaración suya pero ahora sienten, contradictoriamente, que el mundo queda incompleto sin él.
CONDOLENCIAS DE POLITICOS DE TODAS PARTES UNA VASTA REPERCUSIÓN INTERNACIONAL La muerte del premio Nobel de Literatura mexicano originó una importante repercusión en ámbitos no estrictamente culturales, como la política. "La vida, ideas y obra literaria de Octavio Paz han enriquecido a México y por eso es cierto que siempre tendremos legado, pero también es cierto que su presencia siempre nos hará falta", dijo el presidente Ernesto Zedillo luego de anunciar su muerte. El principal opositor de Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas, jefe del gobierno de la capital mexicana, afirmó que el escritor "dedicó la parte más importante de su vida a la creación cultural, por lo que es una pérdida enorme para todos los que luchamos por un mundo mejor". El Departamento de Estado de EE.UU. transmitió anoche a Zedillo sus condolencias a través de un comunicado en que expresó que "la pérdida se siente mucho más allá de México". También lo hizo la Unesco. "México perdió a un hombre excepcional, un pensador", afirmó el director de la entidad, Federico Mayor. El jefe de gobierno español, José María Aznar, al manifestar en Madrid su dolor por la desaparición del premio Nobel de Literatura 1990, lo definió como "uno de los poetas que mejor se ha expresado en lengua española". El mandatario español recordó que durante su viaje a México, en 1996, tuvo oportunidad de hablar con el poeta y calificó su muerte como "una gran pérdida para el mundo de las letras hispanas". El ex presidente portugués Mario Soares afirmó en Lisboa que la muerte del autor de El laberinto de la soledad es una "pérdida irreparable" para su país y para el mundo. "Fue un poeta de gran inspiración y un extraordinario ensayista. Reflexionó sobre México y la naturaleza de ese extraordinario país, sobre América latina y sobre el mundo y la contemporaneidad", afirmó el ex secretario general del Partido Socialista portugués. "La noticia de su muerte, aún no siendo inesperada, representa de todas formas una gran tristeza", añadió Soares, que además recordó que en su reciente visita a México no pudo visitar a Paz porque el poeta estaba ya muy enfermo. La ministra francesa de Cultura, Catherine Trautman, subrayó en París que la obra de Paz "tiene un sentido universal: descansa sobre la fidelidad a sus orígenes, el respeto por la identidad de su pueblo". Eikichi Hayashiya, ex embajador de Japón en España y traductor de Paz, se mostró desolado al enterarse de la noticia y aseguró que su fallecimiento era "una pérdida irreparable para Japón". "Tenía una simpatía enorme por Japón y fue uno de los escritores que mejor entendió el sentido delicado y poético japonés", manifestó.
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