|
La historia los puso en lugares muy distintos. Lionel Jospin, el primer ministro socialista, y Jacques Chirac, el presidente conservador, celebraron anteayer de manera dispar el primer aniversario del anuncio de la disolución de la Asamblea Nacional. Hace un año, tan seguro de sí mismo como los constructores del "Titanic", el presidente francés adelantó la fecha de las elecciones legislativas con el propósito de tornar más coherente la mayoría de derecha que ya gobernaba Francia desde 1993. La empresa resultó tan accidentada como la trunca travesía del "Titanic": en contra de todas las apariencias y de las especulaciones de la sondología, Chirac y los conservadores terminaron perdiendo de manera estrepitosa la consulta legislativa en beneficio de los socialistas y de quien, hasta ese entonces, era su discreto líder: el jefe del gobierno Lionel Jospin. Con un arte consumado y veloz, Jospin aceptó el reto, logró pactar con socialistas y ecologistas y arrancó en el cuarto oscuro lo que parecía imposible: arrebatarle a la derecha el poder pese a la crueles decepciones que habían dejado como herencia los años de presidencia del socialista François Mitterrand. Jospin sopló ayer la primera velita de su gobierno de la mejor manera posible: interviniendo en la Asamblea Nacional para explicarles a los diputados las grandes líneas de lo que debería ser, según él, la política europea de Francia, sobre todo la actitud a seguir frente al Euro, la moneda única europea cuyo lanzamiento está previsto para dentro de un año. Jospin pronunció un vibrante discurso de apertura del debate que empieza en la Asamblea y que llevó ayer a la aprobación de la puesta en marcha de la moneda única. El resultado fue un caos en las filas de la derecha: el RPR de Chirac, incapaz de ponerse de acuerdo sobre el tema, se retiró de la Asamblea. Nada mejor que estas divisiones retrata la situación en la que se encuentra un año después el líder socialista: mientras los gaullistas del partido presidencial RPR están divididos a muerte sobre la viabilidad de la moneda única, los socialistas de Jospin presentan un frente común apenas desgarrado por la oposición de los comunistas, que votaron en contra sin por ello dejar el gobierno en el que participan con varios ministros. En medio de un círculo parlamentario enardecido por los aplausos y los vivas, Jospin descartó la idea de un referéndum sobre la moneda única, fustigó a los gaullistas por "arrugarse" cuando ésta aparece llena "de un gran destino histórico" y de paso asentó un poco más su estatura de gestionario coherente. Si el éxito se mide por el espacio político que ocupa un dirigente, a Jospin no le caben los laureles: superó sin daño alguno las adversidades que se le presentaron --movimiento de los desempleados, huelga de camioneros-- y, al tiempo que supo conservar casi intacta su popularidad, tampoco perdió el "don" de encarnar, aún, una esperanza ante la sociedad. En las últimas 48 horas, cortándole el paso al presidente Chirac, el dirigente socialista multiplicó las apariciones en público con la intención de redinamizar el sentido de su acción, que cabe en una definición que repite en diferentes tonos: "Las grandes respuestas a los problemas de la sociedad francesa son, en primer lugar, económicas, sociales y culturales". Paralelo a este panorama está el desolador cuadro que presenta la derecha: dividida, golpeada por la derrota, asfixiada por la influencia electoral de la extrema derecha del Frente Nacional, deshecha en su mismas raíces por los acuerdos locales que pactó con la ultraderecha para conservar la presidencia de un puñado de regiones y, colmo de las desgracias, enceguecida por una guerra de líderes y corrientes --centristas, liberales, gaullistas sociales y patrioteros--... Un año después de su descenso a los infiernos la derecha francesa sigue caminando por el mismo campo de ruinas. Terreno tanto más movedizo cuanto que el mismo presidente francés intenta ganar un espacio público defendiendo la necesidad de la moneda única europea y la consiguiente validez de la unión. Esta posición choca con las aspiraciones de la base gaullista que además le reprocha sus posiciones públicas acerca de la alianza con la extrema derecha. El presidente, que calificó al Frente Nacional como un partido xenófobo y racista, les negó a los conservadores "el derecho moral" de pactar con la ultraderecha. Sus amigos lo acusan ahora de ser responsable sufrida por la derecha en las elecciones regionales del mes de marzo y de cerrar definitivamente el camino de la conquista del poder. El único margen de subsistencia que le queda al presidente es Europa y la moneda única. Allí juega con Jospin una carrera a la que siempre llega tarde: como dicen los politólogos, "corre detrás de los hechos, no es capaz de influenciarlos o de adelantarse a la realidad". Hace unas semanas, cuando visitó Francia, el primer ministro británico Tony Blair había preguntado: "¿Acaso Chirac ya está muerto?". Pero el mandatario, que tiene más vidas que un gato, se las ingenia para sobrevivir en el debate europeo. Es, como lo reconoce uno de sus consejeros, un elemento que le permite "seguir en el juego y criticar las medidas tomadas por los socialistas". Con Europa y el tema de la reforma del sistema electoral, Chirac parece adoptar el ejemplo de su predecesor Mitterrand. Cuando se encontró en la misma situación, solo, humillado por la derrota y custodiado por una sólida mayoría adversa, Mitterrand había saltado en el trampolín de Europa para continuar en órbita. Sólo que, en aquella época, su jefe de gobierno no era Jospin sino el mismo Chirac. El actual premier no comete los mismos errores y tiene por delante "una alfombra mágica de varios años" hasta las próximas elecciones. Uno apagó las velitas en público. El otro espera aún la ocasión de hacer olvidar el traspié.
|