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![]() Pero el poder tiene un tufillo, amigos, que enloquece al más pintado: a sólo seis días de asumir, De los Ríos pidió una prórroga de un mes, que logró imponer mediante artilugios parlamentarios. Nadie dio mucha importancia a un mes más, frente a los cuarenta y tres años que faltaban. Pero cuando al abrirse la siguiente asamblea municipal, el intendente argumentó que quienes limitaron su período a cuarenta y tres años en realidad habían querido decir "ciento cuarenta y tres", la asamblea opuso una rotunda negativa: muchos de los redactores originales estaban presentes, y sabían muy bien lo que habían querido decir. El intendente aceptó la decisión "como el más humilde de los ciudadanos --fueron sus textuales palabras-- que se inclina ante la sabia decisión de sus vecinos", pero al día siguiente mandó decapitar al presidente de la asamblea y ordenó a los miembros restantes que revocaran la cláusula de los cuarenta y tres años sin reelección que "a todas luces --fueron sus textuales palabras-- era arbitraria, injusta y disparatada al limitar el ejercicio del servicio público muy por debajo de las posibilidades biológicas aseguradas por la medicina moderna". La asamblea, atemorizada, cedió. Pero el intendente no estaba dispuesto a conformarse. Pidió que la reelección no sólo fuera posible, sino que además fuera obligatoria. Un pequeño conato de resistencia de los concejales terminó en una horrorosa masacre: el nuevo Concejo municipal, totalmente domesticado, votó obsecuentemente que la reelección fuera obligatoria por doce períodos consecutivos, lo cual sumaba un total de quinientos dieciséis años, que a la población le pareció exagerado, pero al intendente demasiado exiguo, "y propio --fueron sus textuales palabras-- de quienes movidos por la mezquindad y la envidia son incapaces de ver y planificar más allá de períodos ridículamente cortos comparados con la historia de la Humanidad". No sabiendo cómo conformarlo, la asamblea tuvo una idea: implantar la reelección obligatoria "mientras durara el Sol". La gente se consoló pensando que entre los 516 años de marras y los cinco mil millones de años que ha de brillar aún nuestra estrella central no había, al fin de cuentas, tanta diferencia. Pero el intendente se enfureció. No se resignó a ser efímero como los astros, y envió un ultimátum exigiendo que se revisara tan mezquina decisión. Y esta vez, sí, nadie se engañaba: el intendente pedía la eternidad. Un comunicado municipal lo confirmó con citas de San Agustín: reelección "sub especie eternitatis dunque aparent rari nantes in urguite vasto". Fue un gran error. Porque para el pueblo de Miriápolis, que amaba la astronomía y odiaba las lenguas clásicas, los latinajos del intendente fueron más de lo que pudo soportar. Un alzamiento popular arrasó con la asamblea adicta que ya se prestaba a votar sumisamente el dictatum, se deshizo del intendente por métodos poco convencionales y estableció un férreo sistema que exigía el cambio de intendentes y funcionarios cada veinte minutos. Lo cual, qué duda cabe, creaba muchos problemas. Especialmente de noche. . |