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Por Cecilia Bembibre --¿Eres periodista, has estudiado periodismo? --No me siento un periodista. Apenas un chico un poquito curioso, un poquito preguntón. --¿Y por qué entonces estás en la tele y finges ser un periodista? --No lo sé, yo tengo muchas más dudas que certezas. Y creo que el azar es la única fuerza que pone las cosas en su lugar. --Háblame un poco de tu programa. ¿Te gusta? --No veo nunca mi programa, pero trato de aprender de la gente que va allí. Cada noche es como dar examen: rara vez lo apruebo. --Háblanos un poco de los argentinos que van a tu programa. Por ejemplo, no quién te ha gustado más, que es la pregunta obvia, sino quién te ha aburrido más. Quién ha sido mortal, inexorable, imperdonablemente aburrido. --Espero que no este aquí. Con todo respeto, Domingo Cavallo. Lo veía y sólo podía pensar: ¡Qué ganas tengo de comerme una pizza! Jaime Bayly arrancó su presentación en la Feria del Libro, frente a una sala llena de estudiantes de periodismo, con un deliberado ejercicio de esquizofrenia: siguiendo la dinámica de su programa televisivo, dedicó la primera parte de la charla a autoentrevistarse y, a continuación, dialogó con el público, como diariamente responde su invitado en el estudio las llamadas telefónicas. "Háganme las preguntas más morbosas, las más inconfesables. Esas son siempre las mejores", tentó a su audiencia, aunque prefirió atajarse y responder las dos cuestiones que, sospechó, intrigan a sus televidentes y lectores. Relató con detalles el episodio que desterró su apellido de la televisión peruana (aunque en otros términos, le preguntó a Alan García si estaba medio loco) y negó, aunque con poca vehemencia, los rumores que identifican las aventuras de sus protagonistas homosexuales con las zonas oscuras de su vida privada. "¿Ha entrevistado ya a Menem?", se preguntó. "No todavía. Lo he intentado y no ha querido. Sospecho que desconfía"¨ Su alter ego insistió. "¿Qué le preguntaría? Bayly respondió sin titubear: "Le preguntaría: Presidente, usted que es un hombre astuto, que lleva ya recorrida más de la mitad de su vida, ¿no se ha dado cuenta de que usted sería mucho más feliz con un programa de televisión que con la presidencia de la república? ¡Usted tiene que tener un talk-show, Presidente!". Por un momento se puso serio: "La prudencia aconseja, señor Menem, que se tome usted un descanso", agregó. El analista político, que escandalizaba a los 18 años a la sociedad limeña con su columna en el diario más conservador de la ciudad, no pudo esquivar la tentación de desarrollar el tema. "Me encanta Graciela, me parece una señora muy honorable. La admiro mucho. Pero tengo toda la intuición de que ella no quiere ser presidente, de que se siente empujada por cuestiones morales a una cruzada que en el fondo no le apetece. Creo que el poder, para conquistarlo, debe ser deseado casi con lujuria. Y en ese sentido, creo que ella no quiere ser presidente, o lo desea con mucha menor intensidad que De la Rúa". El niño terrible que juega a ser prolijo en la pantalla de la CBS resumió finalmente el secreto de su éxito como entrevistador. "Creo que en una buena entrevista, la clave no está en la racionalidad del diálogo", explicó, "sino en una conexión afectiva, que no puede preverse cinco minutos antes de que comience la charla. Hay que intentar construir un pilar de complicidad, para que el entrevistado sepa que estás de su lado, que sabes escuchar".
AND THE WINNER IS ...¡TIZÓN! Héctor
Tizón se recibió de abogado a los 24 años, entró al servicio diplomático y comenzó a
publicar a los 31, con A un costado de los rieles. Desde entonces --exiliado y de
vuelta en su Jujuy natal, con la Orden de Caballero de las Artes y las Letras del gobierno
francés a cuestas--, no dejó de escribir a un ritmo pausado y permanente: Fuego en
Casabindo, Sota de bastos caballo de espadas, La casa y el viento, Luz
de las crueles provincias, El viaje, Recuento. Su última novela, La
mujer de Strasser, obtuvo el Premio Fundación El Libro. Tizón fue elegido por un
jurado heterogéneo (críticos, docentes, periodistas, miembros de la SADE y la Academia
Argentina de Letras) que presidió la multipremiada María Esther de Miguel y que lo
consideró autor del mejor libro de 1997 y por eso merecedor de cinco mil dólares.
Detrás de su libro (que, en la segunda vuelta, se quedó con once sufragios de los
veintiún votantes) quedaron Las nubes, de Juan José Saer, y Tennessee, de
Luis Gusmán.
UNA CRUZADITA CONTRA POSIBLES HEREJES LA VOCACIÓN ES UN MATE AMARGO Por Juan Ignacio Boido La sala Jorge Luis Borges era la prueba viva y animada de que Fleco y Male Miroli no son los únicos adolescentes desconcertados en este árido valle del Señor. El asunto era la vocación y había más adolescentes que en cualquiera de esas, al menos curiosas, mesas sobre rock & literatura: "La Vocación & Empleo en las Humanidades, Filosofía y Letras" (sic), auspiciado por la Guía del Estudiante, que, puede pensarse, acompaña al adolescente en sus meses más desesperados. Y qué mejor para ese peregrinaje, pensaron quizás los organizadores, que la iluminación religiosa. Un cartel en la puerta anunciaba que Adolfo Bioy Casares --ateo confeso-- no asistiría, como estaba anunciado. Un Hombre del Saco Morado --color de penitencia en los sacerdotes-- largó y bendijo: "La presencia de dos religiosos es muy importante, ya que la vocación religiosa no tiene muchos adeptos". Entonces, la conferencia tomó su verdadera forma: la de una cruzada destinada a enderezar a las herejes elecciones de la nueva generación. Julio César Djenderedjian, historiador y moderado, tiró la primera piedra: "La vocación es un misterio". Entonces Gustavo Pinard (vicerrector del Museo Social Argentino) intervino: "Ser cultivador en el desierto es una utopía. Hay que ver quién soy, de dónde vengo y en qué medio me muevo. El trabajo es el pan nuestro de cada día. Nuestro destino humano es el esfuerzo. En el siglo XXI, ustedes tendrán que encontrar una verdadera noción de trabajo. No nos preocupemos por hechos minúsculos como si Argentina le ganó a Israel. Intentemos construir un mundo mejor. Y ustedes pueden hacerlo" (sic). Los chicos se miran. Lo miran. Y se miran. La hora de las parábolas: Luis Farinello contó que entró en el seminario porque era tartamudo y ahí se estudiaba en silencio. Cuando entró el padre (no el Padre) se enteró, lo echó a patadas de la casa. Hasta que el Padre le habló, "y se me fue la tartamudez". Los chicos rieron. El hermano Horacio Bustos (rector del Instituto Superior Marista) recitó su larguísimo curriculum vitae y pregonó que una vocación sólo encuentra su verdadero y divino significado si resulta útil a otros: "La pura autorrealización personal egoísticamente no lleva a nada" (sic). Cuando pudieron hacer preguntas, adolescentes que querían estudiar Letras, Antropología, Filosofía y demás vertientes de las Humanidades --tema convocante, de ahí el anuncio de la presencia de Bioy-- sólo mostraban una obsesiva preocupación por los imposibles modos en los que su elección beneficiaría a alguien. Entonces, Farinello: "Cuando tomo mi primer mate amargo de la mañana, agradezco a Dios por el hermano que en el norte trabaja la tierra para que yo tenga mi yerba". Y qué mejor que acompañar el mate con Vocación. Que para ese entonces, no era más que una galletita. |