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Por C. B. La cola para ingresar en la sala unificada de la Feria del Libro se había convertido en un conglomerado de adolescentes, que se alejaba de la puerta y serpenteaba entre algunos stands, se confundía con la fila de los que esperaban medio vaso de fernet con coca gratis y se impacientaba al ver que la conferencia ya había empezado, y todavía no dejaban pasar. Cuando abrieron por fin las puertas, los asistentes intentaron, perplejos, encontrar un rinconcito de alfombra para sentarse: los mil asientos ya estaban ocupados, y había alrededor de cien personas de pie. El motivo de una de las convocatorias más masivas en lo que va de la Feria del Libro 1998 --dejó gente fuera por una cuestión de espacio-- no era la presentación de un volumen recién salido de imprenta, ni una mesa redonda acerca de las recurrencias en la obra de un literato: era Alejandro Dolina, quien se aprestaba frente al micrófono, a dar una charla sobre la cultura argentina "y otras fantasías", según aseguraba la invitación. "He tenido la tentación de alejarme de temas habituales", aclaró, quizás para disuadir a quienes habían llegado con la esperanza de asistir a una recreación de su programa radial. Con esa licencia, Dolina intentó, durante una hora, esbozar los rasgos de una cultura argentina, indicar el rol de los medios de comunicación en su construcción y delimitar la incidencia de la globalización en esta área. No evitó las críticas a los emprendimientos culturales populares ni al tono general de los contenidos televisivos, carcajadas y ovaciones mediante. El fantasma de la globalización fue uno de los primeros blancos en los que Dolina afinó puntería a la hora de definir una cultura nacional: "Diría yo que el mapa cultural del mundo parece pintado de un solo color", expuso. "La cultura global ha venido a dar una mano de rafia y cal que cubre todo el planeta. Si uno se toma el trabajo de raspar con la uña, irá encontrando otros colores que van cambiando según los distritos". Reconoció la existencia de una identidad cultural nacional ("Algunas tradiciones nacionales sí existen, perfiles diferenciales que nos permiten reconocer a un argentino"), verificable en expresiones como el tango y la poesía gauchesca, "que nos permiten reconocernos casi de inmediato". La inmensidad pampeana ocuparía, para el filósofo de café, un lugar clave en la conformación de la tradición cultural argentina: "Lo infinito de la pampa influye en la cultura como si fuese una provocación del tiempo y del espacio", señaló. Lamentando que la mayoría de los intelectuales argentinos hayan claudicado frente al poder de los medios, Dolina se explayó acerca de los mecanismos alimentados por la pantalla chica. "Hoy en día la gente quiere lo que la televisión le dice que quiere", reflexionó. "Los programas ya vienen aplaudidos. Claro que para exigir un número grande de espectadores, no se le puede pedir ni la más mínima competencia. Si, por ejemplo, para disfrutar de un programa de palabras cruzadas, es necesario saber leer, el negocio peligra". La promoción de espectáculos gratuitos es, a su juicio, una iniciativa que no contempla las verdaderas necesidades de los ciudadanos: "Me atrevo a decir que en países como el nuestro la política cultural debe ser una política educacional. No tiene mucho sentido cortar el tránsito para dar una función de ballet en la 9 de Julio. Eso es igual a suponer que el público no se acerca a las manifestaciones del gran arte porque no tiene plata para pagar la entrada. No se acerca porque no tiene plata para pagar la educación, la dignidad y la disposición espiritual que permite que un hombre esté en situación de disfrutar de un fenómeno artístico complejo". Y advirtió sobre el riesgo opuesto. "Algunos funcionarios piensan que, ya que es imposible elevar las masas hacia la cultura, debemos achicar la idea de cultura hasta ponerla al alcance de las masas". Y concluyó con una afirmación que instó a desterrar las ideas apocalípticas en pos del equilibrio: "En el medio, entre Tinayre y Mozart, cabe la inteligencia...".
UNA CONTRAFERIA, A CIEN METROS DE LA FERIA LOS POETAS SE QUEDARON AFÓNICOS Durante el fin de semana se desarrollaron dos jornadas de una ingeniosa Contraferia del Libro, organizada por un grupo de poetas que, denunciando la ausencia de ese género en la exposición anual, convocaron "a todos los poetas no-editos, a los rechazados por las editoriales, a los olvidados por las sociedades de escritores y a los desahuciados por las letras". La propuesta fue reunirse en torno del monumento a los vascos, en el parque Thays --cerca del predio de exposiciones donde funciona la Feria-- para leer poemas, megáfono de por medio. En una mesa se apilaron los textos llevados por los autoconvocados y a disposición de quien quisiera retirarlos. "Es un stand para los que no pueden tenerlo en la Feria", aclaró Esteban Charpentier, quien gestó este proyecto junto a Juan Perrotta, Héctor Urruspuru y Marcelo da Cunha, responsables de los ciclos de poesía "El aullido", "Maldita Ginebra" y "Nacida para ser salvaje". Ayer, el encuentro se inició a las cuatro de la tarde, y los poetas se quedaron afónicos recitando hasta caer las sombras (no se encendió la luz del parque que suele alumbrar el monumento). Entusiasmado con la convocatoria, Charpentier, miembro de la Sociedad Argentina de Escritores desde hace doce años, dialogó con Página/12 sobre el final de la actividad. "Vinieron maestros para explicar que a los chicos se les dice que sacar fotocopias es delito, pero no tienen para pagar los libros", contó. "También se acercó un exiliado que dijo que en el 70 y pico había querido hacer una contraferia y no lo dejaron, gente que salía del predio con sus libros en la mano, y se acercaba". El poeta sintetizó el origen de la propuesta: "La idea surgió porque nadie nos había invitado a la Feria, y por las dificultades que pasan hoy los poetas, a quienes casi nadie edita. Y en el caso de que lograran publicar, se hace a través de editoriales pequeñas, que no pueden pagar un stand en la Feria del Libro", explicó. "La Feria es, para mí, un megashopping, en el que la computadora se convirtió en el primer competidor de los libros: los primeros dos stands que ve el visitante son los de Microsoft", expresó. También señaló el precio de la entrada como una de las desventajas del evento: "Discrimina al que no estudia. "¿Por qué el colectivero no puede ir gratis, y el universitario sí?", se preguntó. La lectura abierta de poemas de ayer estuvo amenazada por momentos por la lluvia. Sin embargo, los integrantes del stand "George Trakl" no se amedrentaron por los nubarrones: "Si en el país hay gente con el agua hasta la cabeza, no nos vamos a ir porque caigan cuatro gotas", enfatizó el organizador, quien señaló que el sábado se habían dedicado varios poemas a los inundados. Aunque ayer a última hora aún no se había resuelto, la Contraferia podría continuar el fin de semana que viene. |