EL ANUNCIO DE LAS CRECIDAS FUERZA MASIVAS EVACUACIONES EL ÉXODO ANTES DEL DILUVIO
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Por Cristian Alarcón Desde Resistencia La ambulancia de los bomberos voluntarios en la zona sur de Resistencia se llena cada hora y pasa de transporte de enfermos a camión de mudanzas. La necesidad de alejarse de la crecida que se viene desde el norte y hará eclosión el viernes puede más que cualquier criterio asistencial. Según los pronósticos oficiales el río Paraná y el Uruguay engordan el caudal y la bajada de las aguas obliga a la huida y al trabajo permanente. Decenas de voluntarios acumulan tierra o bolsas de arena en los terraplenes que se enfrentarán a la correntada. Ayer un grupo intentaba elevar el nivel de la pared que defiende la zona sur, en el canal Soberanía. Llovió durante la noche y la mañana, pero se trató de una garúa que no modificó los 7,80 metros del Paraná a la altura de los lugares en peligro, como Barranqueras y Puerto Vilela. Allí donde se espera que el río llegue a superar los nueve metros, una altura que no podría ser detenida por los terraplenes existentes. Más al sur, en Goya, el intendente dijo ayer a este diario que están en "etapa roja de evacuación" y por eso los vecinos deben estar "preparados para escapar cuando el río llegue a los siete metros". La última medida es de 6,86. "La idea es elevar en 20 centímetros la capacidad de contención de los muros. Y, si vemos que crece más, otros 20", dijo a Página/12 el ministro de Gobierno chaqueño, Jorge Gelman. Hasta el momento el enemigo de los inundados en el Chaco ha sido la lluvia que se acumuló en las zonas bajas de las ciudades como en un tanque de agua. Ester Pasco mira cómo avanza el cielo oscuro desde el norte y teme por la noche. Después mira ese brazo del Paraná mezcla de agua de río y residuos cloacales, a su espalda, y cuenta que ya está escapando de él, de la violencia del Arazá. Como en su caso, la mayoría de las veces el traslado se va haciendo paulatino. Ella y su familia --nueve-- dejaron hace diez días el rancho, que quedó a unos cincuenta metros, ahogado, asomando sólo las cañas del techo entre la laguna interminable que es el Arazá en esta parte de Puerto Vilela, el Gran Resistencia. Ester habla en medio del olor a inmundicia, chupa de una bombilla y está tan flaca que, cuando lo hace, las mejillas se le hunden hasta que parece que las junta, y los ojos verdes le saltan. "Ahora aquí mismo van a levantar otro terraplén, porque el agua nos dijeron hoy que va a pasar metro y medio de donde está". Calcula con la mano y resulta que ni las bolsas de mugre, ni el chiquero acomodado a unos veinte metros sobrevivirán. Por eso ellos, con chanchos incluidos, desde hoy van a estar del otro lado de la ruta. En tres días verán de cerca la crecida, y rezarán, dicen, para no seguir yéndose. Los tres que construyen el próximo rancho gozan de la rapidez del sistema que cunde por todo el noreste. Antes eran chapas de cartón más chapas de cartón, y tirantes. Hoy son bolsas de polietileno negro. Para armarlos los hombres primero hacen de gauchos en medio del éxodo. Tiran una soga hacia el cerco de la casa inundada para pescar un tronco. Si lo enganchan, lo mueven como cansando un surubí gigante, y tiran para recuperarlo. Las casuchas negras de plástico se ven a lo largo de las avenidas de todos los pueblos al sur de Resistencia. Y el mismo material es el que hace de paredes divisorias de ese panal en el que se convirtieron las bodegas Sasetru, al extremo de Puerto Vilelas y de la miseria del Chaco. Hace décadas las bodegas almacenaban aceite de la producción zonal, ahora son como lo que fueron las bodegas Giol, o como el albergue Warnes. Los pies de todos los chicos tienen las plantas curtidas por el barro y el agua. Entre los dedos, en las axilas, la podredumbre que lo rodea todo genera una micosis difícil de combatir en estas condiciones, y las ulceraciones en la piel les crecen como los piojos, otra peste generalizada. Ayer había en Sasetru 431 evacuados. Y estaban por llegar 200 más, unas cincuenta familias de Colonia Tacuarí, que hasta última hora se negaban a dejar los techos de sus casas y subirse a los helicópteros para evacuarse en las bodegas. En Sasetru todos viven de la caza y de la pesca. Estos evacuados son de los más antiguos; algunos llevan hasta un mes fuera de sus casas. Nunca tuvieron nada, y algunos comen un poco más que en épocas normales. Se quejan de la distribución que el Gobierno hace en el lugar. Y le temen a la crecida porque serán cientos más en los galpones que ocupan, donde cada familia tiene seis metros de nylon para dividir espacio con los demás. Y en un colchón duermen tres grandes a la cabeza, y cuatro chicos a los pies. "Traer cosas, los del Gobierno traen, pero nada alcanza, nada alcanza", repite una mujer tartamuda, que pasa largos minutos para pedirle al cronista una estufa, porque el fuego es tan escaso aquí como abundante son las aguas.
EL AVANCE HACIA BUENOS AIRES La lluvia en el norte y centro del país no da descanso y las aguas del crecido Paraná avanzan hacia la provincia de Buenos Aires: Baradero, San Pedro y San Nicolás son las primeras localidades afectadas por la inundación; allí las riberas están anegadas y un centenar de isleños optó por autoevacuarse. Según datos del Instituto Nacional del Agua, el pico de la creciente llegará al norte bonaerense el 18 de mayo, pese a lo cual Bartolomé Llovet, titular de la Dirección de Defensa Civil, señaló que "todo el territorio está en terapia intermedia a la espera de cómo evolucionará la situación climatológica". El noroeste provincial, lejos del Paraná, presenta en General Villegas y Carlos Tejedor el punto más grave: 300 mil hectáreas están bajo agua. De acuerdo con datos oficiales, el total de evacuados en el Litoral alcanzó a 84.364. Mientras el organismo que dirige Llovet anunciaba que estaba próximo a "declarar el alerta de evacuación en San Nicolás", los habitantes de esa ciudad indicaron que, por el emplazamiento del casco urbano, aunque el Paraná "crezca tres metros más, el agua no llegará a la ciudad". El único temor es que una lluvia torrencial provoque el desborde de los arroyos aledaños. El intendente de Baradero, por su parte, señaló que la ciudad cuenta con terraplenes de cinco metros de altura, por lo que también descartó la posibilidad de inundación. Ayer, Reconquista, en Santa Fe, volvió a sufrir el embate de las aguas: Ramón Ortega, secretario de Desarrollo Social, afirmó que unas 200 viviendas "corren riesgo" de quedar bajo agua y se inició el traslado de los evacuados a zonas más seguras. La capital provincial tiene algunas calles bajo agua; en las barriadas periféricas se organizaron barricadas con bolsas de arena y se rodearon las alcantarillas con cemento y ladrillos. La provincia contabilizó 8351 evacuados. La zona sur de la provincia de Entre Ríos espera para el fin de semana la llegada de la creciente de los ríos Paraná y Uruguay. El gobernador, Jorge Busti, indicó que la situación es "estable, pero empezó a llover y según la intensidad puede aumentar mucho la crecida". De acuerdo con sus cálculos, el pico de la crecida podría producirse en la provincia el 10 de mayo. Los departamentos más afectados son los de Isla, Concordia, Concepción y Gualeguay, que sumaron más de 17 mil evacuados. En Formosa, el río Paraguay continúa creciendo y está a punto de superar los 9 metros de altura, por lo que el gobernador Insfrán llamó a sus comprovincianos a "estar alertas" y se esperanzó en que los evacuados no aumenten de los 12.833 actuales. En Misiones, la cifra de evacuados permanece en 2300; Chaco aumentó a 17.525 y Corrientes continúa como la provincia más afectada: 26.373 correntinos debieron abandonar sus hogares. LA GUERRA DE LAS BOMBAS DE AGUA EL BARQUITO DE PAPEL QUE DIO LA RESPUESTA
Por C. A. "Imagínese, nos querían matar. Imagínese que nosotros no sabíamos semejante barbaridad", dice el presidente de la junta vecinal, Jorge Alfonso, como parte del grupo de voluntarios que atienden emergencias de salud y ayudan a los autoevacuados. Alfonso explica el absurdo en una casa tomada como centro de operaciones en Forestación. El barrio entero se inundó entre miércoles y jueves con las lluvias. Para el sábado la bomba ya había secado hasta el nivel del barro en Forestación, pero mientras tanto se inundaron los barrios de Villa Fuxman y Villa Emilia. Continúan inundados. Porque la bomba se apagó, y hasta el momento nadie la ha adaptado para que desagote hacia el Paraná. Ayer el gobierno anunció que se instalarían 10 bombas nuevas en todo Resistencia. Dos de ellas esperan desde el viernes que se operativice su instalación. Cuesta mucho que se las envíe a buscar o que sencillamente un técnico tenga los caños necesarios para ponerlas en marcha. Aquí amenaza el río y los hombres amenazan a veces más. RAUL SOTO, EXPERTO EN EMERGENCIAS "LA PÉRDIDA ES MUY DOLOROSA" Por Mariana Carbajal "Hay estadísticas que demuestran que los pequeños desastres periódicos en el Tercer Mundo, como las inundaciones, son mucho más costosos económicamente que los grandes desastres en los países desarrollados como los terremotos de Kobe (1995) y California (1994): en estos últimos, aunque las propiedades que se destruyen valen fortunas, en general están aseguradas y de una forma u otra sus dueños pueden resarcirse de esas pérdidas. En cambio, cuando los pobres pierden su cocina, sus muebles, sus herramientas, prácticamente han perdido todo y es difícil que se puedan recuperar", advirtió en un reportaje con Página/12 el investigador peruano Raúl Morales Soto, consultor internacional, experto en emergencias y desastres. Y destacó que "los desastres son aliados muy sólidos del subdesarrollo" y aceleran "los procesos de pauperización".Morales Soto es profesor de la Universidad Nacional de San Marcos, de la ciudad de Lima, y consultor de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), entre otros organismos internacionales. Durante la charla telefónica con este diario, el especialista describió cómo repercute en la salud física y mental de los evacuados un fenómeno como el que se vive en el Litoral. "Si las promesas gubernamentales de ayuda no se cumplen la población afectada por la inundación entra después del desastre en una apatía que puede ser de muy largo plazo y algunas contadas personas hacen lo que podría calificarse como síndromes depresivos", indicó el experto, quien llegará la próxima semana a Buenos Aires para participar entre el 8 y 9 de mayo de las Segundas Jornadas de Medicina de Desastre organizadas por el Hospital de Clínicas. --¿Qué enfermedades aparecen con las inundaciones? --Suelen aumentar los cuadros diarreicos. Por otra parte, los cambios de clima y el enfriamiento pueden producir que aumenten los problemas respiratorios. El hacinamiento que se produce cuando son evacuados en escuelas u otros centros contribuye a que haya más problemas dermatológicos y oftalmológicos como conjuntivitis virales. --¿Cómo viven los afectados la pérdida de sus pertenencias? --La pérdida es tremenda y muy dolorosa porque muchos tienen la conciencia que, por su nivel de pobreza, nunca van a poder recuperar sus propiedades. Mucha gente ha trabajado diez o quince años para poder tener las pocas cosas que tiene y viene la inundación y pierde todo. Hay estadísticas que demuestran que los pequeños desastres periódicos en los países del Tercer Mundo son mucho más costosos que los grandes desastres en los países desarrollados como los terremotos de Kobe (1995) o California (1994). En estos últimos, las propiedades que se destruyen valen fortunas pero en general están aseguradas y los afectados son personas que de una forma u otra pueden resarcirse de esas pérdidas por su nivel económico. Cuando los pobres pierden su cocina, sus muebles, sus herramientas de trabajo, prácticamente han perdido todo. Muchas veces tienen que volver a empezar en un territorio donde todos ahora son pobres y nadie va a comprarle sus productos: la situación es catastrófica. --¿Se recuperan? --En tanto no tengan posibilidades de trabajar sus expectativas futuras van a verse muy disminuidas. Los desastres son aliados muy sólidos del subdesarrollo. Subdesarrollo, pobreza, desastre, forman un círculo vicioso que acelera los procesos de pauperización en muchos pueblos de América latina. --¿Cómo afectan estos desastres a las familias? --Una primera consecuencia es la separación de las familias. Cuando no hay posibilidades de crear nuevas fuentes de trabajo en las zonas afectadas, el hombre cabeza de familia busca trabajo en otras latitudes, situación que genera una suerte de abandono. Si la familia tiene hijos adolescentes, muchas veces tienen que dejar los estudios y dedicarse a labores productivas y si no hay trabajo en la zona, deben viajar grandes distancias para conseguirlo. Cuando en el desastre muere una madre que tiene un hijo menor de un año, las posibilidades de que esa criatura complete los siguientes doce meses son muy bajas: en zonas de desastres es muy escasa la atención para los niños al igual que los alimentos y paralelamente aumentan las posibilidades de que se desarrollen enfermedades endémicas. Cuando muere el padre de familia y hay menores de 8 a 12 años, es frecuente que estos niños no puedan terminar sus estudios. Se dice que muy pocos van a llegar a tener estudios universitarios y muy pocos van a tener un estado económico de adultos que sea realmente importante. --¿Es distinta la repercusión de este tipo desastres en poblaciones acostumbradas a las inundaciones que en aquellas que las sufren por primera vez? --Indudablemente. Las primeras pueden recuperarse con mayor facilidad porque tienen un grado de preparación que probablemente sea atávico. En cambio, para aquellas que no han estado expuestas a desastres por siglos, la organización social suele ser más difícil después de la catástrofe.
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