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ENTREVISTA A DARIO LOPERFIDO

HAY CAMBIO EN EL EQUIPO

 

Antes de asumir hoy como secretario de Cultura de la ciudad, anticipó a Página/12 que propiciará variantes importantes en la conducción de los teatros oficiales.

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Darío Lopérfido ayer en su despacho. Hoy, tras asumir a las 12, mudará el cuadro de Albert Camus.
"Me siento orgulloso de los espectáculos gratuitos y al aire libre porque sigo considerándome progresista."


Por Carlos Polimeni

t.gif (67 bytes)  Esta tarde, luego de que al mediodía asuma como nuevo secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, Darío Lopérfido cumplirá con una ceremonia sencilla, y sobre todo íntima. Trasladará desde sus oficinas de subsecretario el retrato de Albert Camus que viene instalando en sus ámbitos de trabajo desde que era el director del Centro Cultural Rojas. De Camus, le gusta el aliento interdisciplinario e incluso el coraje para enfrentarse en vida con sus propios errores, e intentar remediarlos. "Soy progresista, y me alegro", dice el funcionario de 33 años que empezará a manejar un área que le dio a la gestión de Fernando de la Rúa satisfacciones --de hecho figura primera en las encuestas sobre imagen positiva dentro del accionar del gobierno porteño-- pero que tiene varios conflictos que solucionar, entre ellos el de la situación de los teatros oficiales. Lóperfido, que vive en San Telmo y ha sido periodista y productor de espectáculos, piloteará desde hoy un triunvirato ejecutivo, en que lo rodearán las subsecretarias Teresita Anchorena y Cecilia Felgueras, que asciende desde la Dirección de Promoción Cultural. Lopérfido dice que no es un político tradicional, que en todo caso es un hombre de la cultura dispuesto a la gestión pública. Desde hoy comenzará a manejar, entre otras cosas, un presupuesto de 110 millones de dólares, en torno al cual se cruzan y entrecruzan intereses de todo tipo. Entre los cambios que empezará a decidir hoy estarán los de las conducciones de los teatros Colón, San Martín y Alvear.

 

--Su nombramiento en la Secretaría de Cultura, ¿significa una interrupción de la política de María Sáenz Quesada?

--No creo en los cambios abruptos. Tanto en lo que dice la gente como en una serie de encuestas que se han realizado está claro que Buenos Aires tiene bien catalogada esta gestión de cultura, y esto indica que estamos en el camino correcto. Las últimas encuestas dieron que alrededor del 44% de la gente está a favor de la gestión: sería suicida cambiarla. Mi gestión va a ser conceptualmente parecida. Hay cosas en marcha que son una creación intelectual exclusiva de María Sáenz Quesada y que a mí me interesa mantener. Especialmente el Programa de la Memoria, que tiene un valor muy grande. Diría que hay políticas que se van a continuar, otras que se van a profundizar, sobre todo lo que tiene que ver con el acceso masivo e igualitario a la cultura, y hay cosas que habrá que revisar. Pero la tónica global de esta nueva gestión será básicamente de continuidad.

 

--Entre las cosas que se cambiarán, ¿están las conducciones del Teatro Colón, el San Martín y el Alvear?

--Sí. Lo que hay que entender es que subsisten situaciones conflictivas en estos teatros. Esas instituciones, especialmente el San Martín y el Alvear, atraviesan por una etapa de saneamiento económico, que se hizo básicamente con el apoyo de la Secretaría de Hacienda y que generaron conflictos que sus autoridades no han resuelto. Sería loco si yo, como funcionario, no me diera cuenta de eso y empezara a resolverlo. Creo que la primera cosa que hay que hacer en estos casos es reconocer el conflicto, proyectar mecanismos de resolución, ver puntualmente cuáles son los caminos a seguir, etc. Voy a dar la lista completa de los directores generales que seguirán en sus cargos en cuatro o cinco días, pero evidentemente esos lugares necesitan de cambios de conducción. Es normal, por otra parte, que uno pueda elegir abiertamente, cuando asume, con quién quiere trabajar y con quién no.

--Es posible que algunos funcionarios crean que parte de esos conflictos devienen de la intervención económica que la secretaría produjo.

--Puede ser que algunos lo sientan pero, en todo caso, esto no sería materia de discusión, porque las intervenciones administrativas se hicieron con un objetivo básico: eliminar las posibilidades de que hubiera nichos de corrupción o nichos de mala administración. Eso puede ser criticado, pero no vamos a movernos de esa posición porque ésta se basa en una convicción ideológica. La situación del Colón es especialmente compleja. Como porteño, me siento muy orgulloso de que mi ciudad tenga un teatro lírico de esa magnitud e importancia. Si duda es una de las ventajas comparativas que frente a otras ciudades tiene Buenos Aires. Lo que es complejo es que navegue en el conflicto desde hace años. Esta situación debe terminar: la ciudad invierte mucho dinero en ese teatro, es una atracción turística, es la posibilidad de organizar eventos musicales de gran magnitud y, por lo tanto, más allá de ajustes que tengan que ver con lo artístico o con lo administrativo, hay que resolver sí o sí determinados problemas puntuales. Cualquier institución puede tener conflictos más o menos graves, lo que no puede es estar en conflicto permanente. Y ésta es la situación del Colón desde hace largo tiempo. Soy una persona que me asusto si no encuentro mecanismos de resolución de conflictos, porque creo que los conflictos deben poder abordarse, si no ¿para qué está uno? Y en el Colón los conflictos no terminan.

 

--¿Podría decirse que usted llegó al cargo de secretario de Cultura por el éxito de algunos acontecimientos de masas?

--Bueno, sí, en parte. En parte, por otra cosa.

 

--¿Cuál es la otra parte?

--Haber intervenido los teatros para tratar de crear una estructura libre de corrupción. Esto era una cosa que a simple vista no aparecía como simpática. Y para mucha gente no lo es. Organizar "Buenos Aires vivo" o "Buenos Aires no duerme" es simpático. Intervenir el manejo económico de un teatro oficial no lo es. Pero había que hacerlo, para que subsistieran.

 

--Sus detractores sostienen que la política de espectáculos o eventos populares y gratuitos es demagógica, ¿cuál es su apreciación al respecto?

--Esa es una apreciación reaccionaria. Y es siempre el tema de la maldita manía argentina de ver como excluyentes las cosas, de verlas como contradicción. A mí me parece que hay un ámbito de la cultura que es fundacional y que es clave, como la lectura, o el estímulo a los artistas que trabajan en ámbitos que no son masivos. A mi modo de ver, ésos son ámbitos que el Estado debe defender y propiciar. Pero también está claro que la lírica no le gusta a todo el mundo. Y los eventos masivos gratuitos igualan las posibilidades de acceso a la cultura para gente que si no no accederían. Durante el verano hicimos un ciclo del que participa desde la Sinfónica del Colón, al grupo de rock A.N.I.M.A.L. y Jaime Torres. Tildar esto de demagogia es no entender que hoy por un lado hay mucha gente que si no no ve nada. Y por otro lado no saber nada de las estrategias de turismo cultural. Buenos Aires, como Nueva York o París o Londres, es una ciudad mucho más apetecible para el turismo con propuestas diversas que sin ellas. Cada vez más Buenos Aires va transformándose en una ciudad con ofertas interesantísimas para quienes vienen de vacaciones. Y eso es ingreso para la ciudad, y por lo tanto redunda en la calidad de vida de sus habitantes. Por lo demás, me siento orgulloso de los espectáculos gratuitos y al aire libre porque sigo considerándome progresista. Y si hay un chico que dice "uy, no tenía un mango pero igual pude ir al recital de Divididos", o una vecina de un barrio comenta que pudo ver bailar a Maximiliano Guerra gratis en Palermo, por ejemplo, a mí me parecen hechos valiosos. Es una necedad, y es reaccionario, pensar que el Colón con Pavarotti y "Buenos Aires vivo" con los Visitantes son hechos antagónicos. Al contrario, esto suma a la ciudad. Nunca pensamos cerrar el Alvear para hacer rock en las plazas.

 

--¿Cuál es la historia de su militancia política?

--Empecé acercándome en el año 1981 a la juventud radical con amigos con los que compartía otras cosas y en ese momento también se engancharon, dentro del clima del final de la dictadura. Esta situación se mantuvo casi durante cuatro o cinco años. A partir de entonces empecé a formarme como militante de base, con más seriedad. Era muy joven al principio, tenía 17 años. Se puede decir que si bien siempre me mantuve dentro de la estructura radical, no siempre lo hice de la manera tradicional, ni activamente. Siempre estuve, en cambio, en el terreno de lo cultural. Empecé allá por 1988, desde el periodismo. Aún ahora, cuando tengo que llenar los papeles en un viaje al exterior, sigo escribiendo que soy periodista. Me siento más identificado con esa profesión que con la de funcionario. No pondría, creo, "político".

 

--¿Está al tanto de que el presidente Menem "retó" a los responsables de la Secretaría de Cultura de la Nación porque la tarea de Cultura de Buenos Aires brilla más?

--(Se ríe con satisfacción.) Lo leí en los diarios. En ese momento, yo no estaba en Buenos Aires. Puede ser. Sería lógico.

 

--Usted se dice progresista. ¿Cómo convive con alguien que no lo parece, como De la Rúa?

--Perfectamente. De la Rúa es el político más progresista que conozco.

 

--Tal vez no conozca tantos políticos...

--(Tentado.) No, si conozco muchos. Para mí De la Rúa es el político más respetuoso de las ideas de los otros. Es incapaz de tener un gesto de un exabrupto, y no es porque sea una persona moderada, sino porque es el colmo de la tolerancia. El proceso que ha dejado que se dé en el manejo de la cultura es, de algún modo revolucionario. Cuando hicimos el primer "Buenos Aires Viva" hubo mucha gente que, con buenas intenciones, se me acercó diciéndome: "Darío, no pongas tantos jóvenes en la calle, traen problemas". Tanto me dijeron, que fui a verlo a De la Rúa, preocupado. Su respuesta fue: "Darío, crea en la gente. Haga las cosas bien, y confíe en la gente, que sabe reconocer el esfuerzo. Los chicos no hacen daño si no se los provoca". Me dio una lección.

 



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