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POR MARIO WAINFELD Por un rato los argentinos compartieron la unción por los colores de la bandera. El largo sueño de la unidad nacional perseguido --con diferente fervor, métodos y éxito-- por San Martín, Roca, Yrigoyen, Perón, Onganía y Videla parecía concretado, todos los argentinos pensaban y sentían lo mismo. El Piojo López había logrado el milagro. El fútbol es así: los objetivos y los adversarios son nítidos, todo es mágico, conmovedor y, ay, provisorio. Las cosas son bien distintas cuando, como en la canción de Joan Manuel Serrat acaba la fiesta, vuelve el rico a la riqueza, el pobre a su pobreza y el señor cura a sus misas. Todo es intrincado, no hay objetivos únicos, claros y comunes. Los acuerdos son ripiosos, la unanimidad casi siempre imposible y siempre costosa. Los diputados de la nación, por ejemplo, decidieron unánimemente donar la cuarta parte de sus dietas de un mes a los damnificados por las inundaciones pero, como ocurrió con la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, la unanimidad debió rendir pleitesía a la competencia política por lo que no fue sencilla, espontánea ni grata como el grito de gol. Surgió tras disputas y chicanas. Peronistas y aliancistas se ladraron largo y hubo rencillas aun entre quienes comparten una misma camiseta, la del oficialismo. La decisión es de todas formas elogiable, no por la módica suma que lleguen a juntar sino por su intención simbólica. Es menos capciosa que la propuesta del sindicalismo oficial que, movido por la desgracia, intentó meter, atávicamente, la mano en el bolsillo de otros, en este caso sus afiliados y los empresarios. Pero también hubo una sobreactuación de los políticos en hacerse cargo personalmente y a poncho de necesidades de la población cuyas soluciones debe(ría)n surgir del funcionamiento normal del estado y no de arrebatos esporádicos. Con esa actitud culposa, parecen convalidar un discurso controvertible, el que plantea que todos los problemas son generados por el sistema político, dispensando de responsabilidades a la sociedad y a su organización económica. Este discurso no es sensato ni mucho menos inocente. Tampoco es nuevo: ya en la década del '80 se atribuían todas las desdichas humanas al gigantismo y la ineficiencia estatal mientras que lo privado era ponderado como racional y eficiente. Aduciendo que la desaparición de las empresas estatales podaría de raíz la corrupción se las privatizó rápidamente y con mínimos controles. A años vista queda claro que el descontrol no acabó con la corrupción, apenas cambió sus mecanismos y modificó (para arriba) su escala. Ahora las coimas afectan a operaciones más grandes. De rondón, se escamoteaba explicar que los bienes del Estado corruptor no pasaban a manos de carmelitas descalzas, sino que en algún sentido, como explicó el sociólogo José Luis Coraggio, pasaban al capital que lo corrompió. Es que --guste o no-- las clases políticas tienen mucho que ver con la sociedades que las engendran y para la corrupción, como para una buena pelea de box o para ciertas formas tradicionales de hacer el amor, hacen falta dos y si uno no quiere, los dos no pueden. Los mostradores no tienen un solo lado, sino dos y de eso se supo bastante en la semana que empieza a terminar.
Del dicho al cohecho... "No soy inocente", asumió ante los periodistas Alfredo Aldaco tras negarse a hacerlo ante el juez Adolfo Bagnasco. Esa novedosa confesión mediática --de nulo valor legal e incalculable valor en la opinión colectiva-- sumada a las de Genaro Contartese y Ricardo Martorana, terminaron de corroborar que en el país posprivatizado se dispensan coimas de 21 millones de dólares. En jerga oficial eso se llama "corrupción residual", porque la estructural caducó cuando se vendió, digamos, SEGBA. Los ex funcionarios confesaron haber recibido una dádiva (pago posterior a que se cerrara el trato) negando que recibieron un cohecho (pago necesario para facilitar el trato). La sutil diferencia legal, producto de "la estrategia secreta" de sus abogados (que los abogados ponen rápidamente en conocimiento de los medios), puede significar la diferencia entre quedar presos o libres. Otra sutileza legal fue alegada el año pasado por la cámara de apelaciones para no encuadrar la faraónica dádiva como cohecho. Si los abogados despliegan tamañas estrategias secretas y los camaristas tan afinados criterios técnicos, es bastante lógico que la gente del común sea poco formalista y dé pleno crédito a las confesiones nulas volcadas por tevé. El juez Bagnasco prepara las citaciones para directivos norteamericanos de IBM. Ya lo intentó varias veces y siempre le pegaron el faltazo. Hasta ahora la diplomacia del Norte ha gambeteado elegantemente cualquier pronunciamiento sobre el tema o cualquier movida que favorezca la investigación. Además, como se informa en la página 7 de esta edición, el Departamento de Justicia de la administración Clinton le hizo saber al Ministerio de Justicia argentino que "nos preocupa que el juez declaró que piensa librar una orden de captura contra los directivos de IBM". Esa "preocupación" es, traducida al criollo, una presión sobre el juez, una invasión sobre la división de poderes argentina. Si Bagnasco porfía en citarlos o, doblando la apuesta, pide la captura internacional de los implicados pondrá en juego mucho más que un mero trámite judicial: lo que queda (¿queda?) del Estado y la soberanía argentinas. Bagnasco pasará a ser una suerte de Baltasar Garzón sureño, tratando de imponer la ley argentina que claramente establece que los delitos cometidos en su territorio deben ser juzgado por sus tribunales en base a sus leyes. Enfrente tendrá, como el juez español, a extranjeros remisos a aceptarla y con cierta cobertura legal de sus países de origen. Habrá que ver qué dice y hace respecto de esta situación el oficialismo argentino, tan celoso de la preeminencia de la legislación nacional y la extraterritorialidad cuando su consecuencia es evitar el juzgamiento de asesinos nativos. Habrá que ver qué dice y hace la Alianza opositora que --en su afán de llegar al poder-- modera hasta la desaparición toda crítica a los poderes fácticos y, en forma astuta pero simplista pone en cabeza del menemismo todas las lacras de la sociedad. El pensamiento único dominante responsabiliza de todos los males colectivos al sistema político, el discurso opositor le deriva ese fardo al menemismo. En el caso IBM-Banco Nación no es el menemismo el único actor principal. El punto es si habrá decisión política para bancar poner en el banquillo a la otra punta de la corrupción. O si, como hacen oficialistas y opositores con las fuerzas armadas, se optará expresa o tácitamente por no investigar sus posibles delitos a cambio de deletéreos pactos de gobernabilidad. Habrá que ver qué dice Domingo Cavallo, otro descubridor (en su caso tardío) de la corrupción oficialista. El affaire IBM-Banco Nación comprueba que menemistas y cavallistas cuando compartían el poder, tenían la misma camiseta y pateaban para el mismo arco. Sus diatribas cruzadas son posteriores a un cambio copernicano en la estructura económica social que sus tropas acometieron con convicción... y a la percepción de las dádivas o cohechos que cometieron miembros conspicuos de ambas tropas. Cavallo reconoce que fue él --y no Menem-- quien designó gerente del Banco Nación a Genaro Contartese, a quien Menem consideraba "tropa propia", porque alguien se lo recomendó, justificación pobre de un casting tan malo para un puesto tan alto.
Todo es un Aleph Jorge Luis Borges narró en modo impar la existencia del Aleph, un punto en el que confluía todo el universo. Quien observaba el Aleph, veía todo, el mundo en el Aleph y el Aleph en el mundo. La realidad argentina suministra a diario datos que la describen en su integridad, metáforas de toda su realidad. María Julia Alsogaray, sin ir más lejos, es en sí misma un símbolo. Esta semana fue cuestionada por estar fuera del país que se inundaba. Su desaprensión es proverbial pero no es lo que mejor la caracteriza. Lo suyo es el plus que suele agregar el menemismo para agravar las tensiones entre capitalismo salvaje y mercado. Muchos países, tal vez todos, afrontan contradicciones entre la necesidad de preservar el medio ambiente y de fomentar la libertad económica. Pero no muchos confían la defensa de la ecología a una abanderada del capitalismo sin límites, que gusta mostrarse en público con abrigo de pieles de animales salvajes. Luis Ferreira es otro. Asumió en la oficina de Etica Pública, que debería controlar a los funcionarios y declaró, en el propio salón Blanco de la Casa Rosada que no tiene voluntad de investigarlos. IBM-Banco Nación es una síntesis cabal, una prueba acerca de cómo funcionó la relación entre poderes económicos y poderes políticos en los últimos años. Una definición del real grado de conflicto entre menemismo y cavallismo. Una señal de la baja capacidad confrontativa de oficialismo y la oposición. Una de las tantas situaciones graves que se dirime en tribunales o en los medios porque los otros poderes no los resuelven. Un punto que, seguramente, Borges hubiese considerado un Aleph.
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