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EL AGUA Y EL BARRO

Por Eduardo Aliverti


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T.gif (67 bytes) Frente al drama de los inundados, las bajezas mostradas por funcionarios públicos y alguna dirigencia partidaria llenan de vergüenza pero no de estupor a buena parte de la sociedad. Actitudes como las conocidas en estos días son las que explican el descrédito de la mal llamada "clase" política, pero conviene reflexionar más sobre causas originales que acerca de efectos secundarios. En otras palabras, ¿a qué no se le cree? ¿Qué es lo que en realidad exaspera?

En el caso de los hombres de gobierno, una primera observación es que se defienden de las acusaciones exhibiendo sus actitudes del presente, supuestamente solidarias y eficaces, y no su irresponsabilidad e ineficiencia estructurales. Es así que Ramón Ortega trepa al helicóptero cuando el agua ya llega al cuello, del mismo modo en que el ministro Corach contesta ahora y no antes --y mal-- respecto del casi nulo uso que se les dio a los créditos internacionales, destinados a obras que aminoren o eliminen las consecuencias climatológicas. O es así que todos, sin excepción, conocían hace tiempo las altísimas probabilidades de que la corriente de El Niño generara catástrofes de esta naturaleza. Hoy mismo se advierte que el mes de mayo será meteorológicamente peor que abril, pero nada se sabe sobre estudios y acciones preventivas que estén en marcha. A todo lo cual debe agregarse que la tragedia permanente empieza cuando el agua se va, que es a su vez cuando se terminan la solidaridad y la demagogia.

Con esos antecedentes, no hay forma de que resulte creíble ninguna preocupación gubernamental. Hasta podría haber quienes en efecto estén trabajando a destajo, o de modo eficaz, para ayudar en la coyuntura. Pues pagarán por la inmensa mayoría de pecadores. Porque lo que vive hoy el país no es una emergencia, sino un desastre recurrente al que nadie, jamás, dio respuestas.

En el mismo sentido, la oposición carga con sus trece, que son análogos a la falta de credibilidad en las acciones de gobierno. "Suspendieron" el lanzamiento formal de las campañas electorales y, en algún caso, hasta lo anunciaron desde las mismas geografías de la inundación. Pero también es gente que nunca aparece ni en el antes ni en el después estructurales. Sin ir más lejos, ¿es lógico que tenga que surgir desde el periodismo --este diario-- el apunte de que se usó apenas el 0,4 por ciento de los créditos otorgados por la banca internacional para emprendimientos preventivos, y no desde un pedido de informes o un control efectivo de las fuerzas políticas? ¿Y acaso aparecerán para supervisar, en algún tiempo, si se cumplen las promesas de ayuda crediticia para los afectados?

En definitiva, son pocas, muy pocas, las figuras públicas con autoridad moral para presentarse frente a las víctimas, sin temor de que éstas puedan endilgarles suciedad en el traste. La monja Pelloni, por ejemplo. Que viene a ser otro problema estructural. Los solidarios en serio provienen de la militancia social, pero sin fuerza política decisoria. Y quienes la tienen están tan alejados de las necesidades sociales que no les cree nadie. Otra vez, entonces, el dilema de resolver cómo se logra que la oposición social tenga correlato político.

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