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POR JULIO NUDLER
Determinar por ley una tasa de interés máxima implica una vuelta de campana en la irrestricta dominación del mercado, bajando por la fuerza un precio que los bancos establecen sin relación con el riesgo: el cliente más cumplidor y solvente paga un 55 por ciento anual como cualquier otro cada vez que se financia con tarjeta. La verdadera explicación de este precio sideral es que le garantiza al banco la mayor ganancia posible. Sabe que si lo bajara ganaría menos. En otros términos: es la tasa que mejor le permite aprovecharse de la irracionalidad de su cliente, y de las emergencias, los problemas o los olvidos que le impiden pagar en fecha. Quizás el portador de la tarjeta crea, equivocadamente, que con su tarjeta compra objetos, productos, cuando en realidad le están vendiendo dinero, y a un precio descomunal. Es lo mismo que ocurre con los avisos de electrodomésticos, donde al lado de cada artefacto hay una cuota. Si el precio al contado figura al pie del anuncio en letra microscópica es porque el calefón o la compactera son meros anzuelos. Lo que nunca se les ocurrió a los políticos es sancionar reglas parejas, que compensen la debilidad del consumidor frente a bancos y empresas. Por ejemplo: si después del vencimiento o la fecha de cierre se aplica una tasa castigo del tanto por ciento, ¿por qué no reconocérsela a quien paga antes de tiempo? ¿O por qué no obligar a publicitar las tasas en adecuado tamaño cada vez que un banco le hace propaganda a la tarjeta que emite? Todo el sistema opera en realidad al revés: cuanto menos sepa el individuo, mejor. Esto implica menos costos de información para las empresas y mayor probabilidad de que la gente adopte decisiones erróneas, como comprar lo que no necesita y pagarlo demasiado caro, lo cual genera más ventas y mayores beneficios. Con la banca pasa igual. Será que la economía social de mercado tampoco es perfecta. CUANDO HUYEN LAS RATAS POR MARIO WAINFELD
Amadeo no fue original, hizo lo mismo que casi todos los dirigentes peronistas: poner distancia respecto del olor a derrota que emana el gobernador. Duhalde no ha podido realizar los cambios en su gabinete que anunció en febrero porque cualquier figura con piné lo elude. En un derroche de simbolismo, sólo se le acercó un ex gobernador y ex presidenciable, José Octavio Bordón, alguien más derrotado que él. En estas situaciones los damnificados suelen exhumar un viejo refrán, aquel que dice que las ratas huyen cuando se hunde el barco. Se lo usa despectivamente porque parece suponerse que la dignidad de las ratas las obliga a ahogarse en masa. Una mirada más piadosa, más realista, o más cínica ponderaría la racionalidad de los roedores, su vocación de supervivencia, su inteligencia para anticipar el naufragio. Sin entrar en la polémica, lo real es que en política son mayoría los que huyen cuando el barco se hunde y que la fuga no es neutra respecto del naufragio ya que agrava la situación de los capitanes que, conforme la tradición del mar, deben hundirse con su barco. El general Antonio Domingo Bussi atisba el naufragio. Su juicio político entra esta semana en la etapa decisiva, el viernes debe presentar su descargo y el domingo empiezan las audiencias. El gobierno nacional le da la espalda, el vicegobernador Raúl Topa no le da ni la hora, sus camaradas de armas lo sancionaron. Los números fríos dicen que --si todos los legisladores de su partido votan que es inocente-- el ex dictador zafará. Pero hay olor a derrota que es más potente que los números fríos (que lo diga Duhalde que sigue doblegando a Menem en las encuestas) y nadie puede asegurar que algún bussista no se dé vuelta. Si así ocurre, es razonable profetizar que el general, cuya usina de metáforas es poco productiva, acudirá a la de las ratas y el barco. En política, son contados los capitanes que se hunden con su barco. Hacen lo que pueden, culpan a las "ratas" y en algún momento saltan al agua. En el peronismo ya nadie apuesta si Duhalde saltará o no, se apuesta qué día saltará. En Tucumán, los números favorecen a Bussi, la disciplina partidaria lo salvaría, pero hay olor a derrota y pasa a ser posible y hasta probable que algún compañero lo deje de seña o que él mismo salte del barco. LOS JEANS DE LA MUERTE POR JOSÉ PABLO FEINMANN
Es difícil traducir el estupor, la indignación y el horror que esto produce. La persona que me ha entregado la revista dice: "Así mataron a nuestros hijos". Uno sostiene la revista entre sus manos y no puede creer lo que ve. Sólo puede intuir el dolor que debe sentir el padre de un hijo fondeado en el Río de la Plata al observar la frivolización de la muerte, la mercantilización macabra de la tragedia. Tal vez sólo en sus pesadillas imaginó --muchas veces, sin duda-- esa terrible imagen. Ahora está allí: sirve para vender jeans. Se publica en una revista argentina. Nadie, en esa revista, parece haber tenido la dignidad, el respeto y hasta la piedad de decirle a la multinacional Diesel: "Señores, no. Aquí, en este país, no podemos publicar ese aviso". El aviso no tiene pie de agencia. Será difícil saber quién fue el creativo sagaz que imaginó a nueve o diez jóvenes como bellos cadáveres por morir con jeans Diesel. Sin embargo, en el extremo inferior derecho del aviso la empresa solicita algo al lector: "Para más información llamar a las oficinas Diesel: 00 (39) 424 477555". Es lo que harán nuestros organismos de derechos humanos. NACE UNA SUPERPOTENCIA POR CLAUDIO URIARTE
Pero el euro tiene una dimensión más trascendente: la de ser la rampa de lanzamiento de una nueva superpotencia económica que rivalizará con Estados Unidos y Japón. Esta es una buena noticia para los países emergentes, que ahora dispondrán de un exportador de capitales más fuerte y también podrán elegir mejor a qué tren se enganchan en la busca del desarrollo. Lo que también tiene correlaciones políticas: una Unión Europea más fuerte económicamente aventa los riesgos y las desventajas del unipolarismo norteamericano, en momentos en que además Estados Unidos está cada vez más replegado sobre sí mismo, menos volcado al exterior. Sin embargo, el éxito europeo más grande contenido en la figura de la moneda única consiste en haber logrado superar una interminable historia de guerras y rivalidades tanto nacionales como étnicas para dar un paso que debería constituir una garantía contra la repetición del pasado. Parafraseando a Borges, los europeos han tomado una decisión extraña: la de ser razonables. Es cierto que el euro asienta sus criterios en la economía liberal, pero ése es el sistema bajo el cual viven todos los países de la OCDE --más allá de cuál sea el tamaño relativo de sus diferentes sectores públicos--. En el camino de la realización de la moneda única, además, los distintos países europeos hicieron esfuerzos notables --y que pagaron buenos dividendos-- por sanear sus economías y reformar sus sectores públicos. A su turno, eso ha tenido un efecto regenerativo sobre el tejido de sociedades que parecían casos de escopeta: la operación mani pulite y la lucha contra la mafia en Italia son inseparables de los criterios de convergencia en el euro, porque éstos demandaron como requisitos indispensables la transparencia económica y política. Es un error contraponer "la Europa social" a la "Europa de los tecnócratas de Bruselas", como lo hace una vieja izquierda europea que en estos días se encuentra haciendo causa común contra el Euro con la ultraderecha de Jean Marie Le Pen. Porque la Europa social sólo puede encontrar su lugar dentro de una Europa próspera, que es precisamente el trabajo de los tecnócratas de Bruselas. DE LIBROS Y MEPHISTOS POR CARLOS POLIMENI
Las designaciones en los teatros porteños ya están listas pero serán anunciadas entre hoy y mañana, con la idea de que los directores asuman a más tardar el jueves. La gran sorpresa es que Kive Staiff se va del Teatro Colón, donde estaba seriamente cuestionado... para regresar al San Martín. En el Colón no quedará como director Sergio Renán, por el que hubo un lobby gigantesco, sino el empresario Luis Ovsejevich, presidente de la Fundación Konex y silencioso mecenas del coliseo lírico desde hace años. Renán, que era director del Colón hasta la asunción de Fernando de la Rúa, revistará ahora como su director artístico. El Alvear quedará en manos de Daniel Larriqueta, un radical escasamente conocido en el mundillo de la cultura. Lo de Staiff está para el libro Guinness: fue funcionario de todos los gobiernos, incluidas las dictaduras, de principios de los 70 hasta hoy. Antes de su paso por el Colón, ocupaba el mismo cargo --director de Asuntos Culturales de la Cancillería-- en que ahora está Renán. El resto de todos esos años manejó el San Martín. Y pensar que algunos funcionarios radicales le cuestionan su cambio de camiseta a Pacho O'Donnell, secretario porteño de Cultura de Alfonsín en los 80, secretario nacional de Cultura de Menem en los 90. Es como ver el Mephisto sólo en el ojo ajeno, ¿no?
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