EL DIFÍCIL REGRESO A CASA
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POR CARLOS RODRÍGUEZ Desde Goya El barrio San Ramón, en Goya, tiene dos grupos sociales bien definidos: los muy pobres, que viven hacinados en chozas de paredes de adobe y techos de paja, y los simplemente pobres, que subsisten amontonados en pequeñas casitas de ladrillo y cemento que fueron construidas con esfuerzo por cooperativas con participación vecinal. Unos y otros estuvieron un mes con el agua en la rodilla "o más arriba todavía", suspira María Esther González luego de elegir las palabras para evitar cualquier dato indecente. Con el viento a favor del buen tiempo y hasta un guiño del Paraná --que bajó dos centímetros a la altura del puente que une las ciudades de Corrientes y Resistencia--, muchos pobladores inundados comenzaron a retornar a sus hogares. "Pero allí comenzó el famoso día después", vuelve a intervenir la señora González mientras señala el tronco que su marido, Jorge Alberto Almua, tuvo que poner para aguantar el peso de la cumbrera del rancho de barro y paja. Toda la estructura de madera se ha ladeado peligrosamente hacia el poniente, aunque se sabe que nunca tendrá la fama y la gloria de la torre de Pisa. "¿Quién nos puede ayudar ahora?", pregunta María Esther mientras convida un mate y hace una pausa esperando que el cronista pronuncie alguna palabra mágica que le devuelva la alegría humilde de tener la casa bien parada. La charla transcurre en el único ambiente que tiene la casa --el baño está en un rincón del patio de tierra--, donde se pueden observar dos camas, una mesa grande, un único ropero y un televisor en blanco y negro del que sólo puede esperarse que exhiba en su pantalla al Capitán Piluso y al Llanero Solitario. De los tres chicos, dos están en la escuela del barrio San Ramón, donde van a comer todos los días, y el más chiquito está subido a la cama mirando la tele. Mientras María Esther cuenta todo, su marido permanece callado, ausente. Sólo dice, con vergüenza, que es un albañil desocupado. Y recuerda como "una buena época" cuando vivieron en Rosario "y no faltaba el pan". Las calles de tierra del barrio parecen un pisadero. El agua primero limpió todo y luego dejó al descubierto el lodo donde quedaron grabados, como huellas digitales, los pasos de los humanos y de sus animales, perro, chancho, caballo, gallina. Los senderos que separan las 30 o 40 manzanas que tiene el barrio, van serpenteando para respetar el curioso formato que tienen los terrenos, todos subdivididos por cercas de maderas desiguales. Hay parcelas que parecen un rombo, otras son cuadradas, las hay también rectangulares y otras dibujan figuras geométricas que sólo existen en San Ramón. Por uno de esos caminitos se llega a la casita de Marta Graciela Sandoval. Agradece a cada rato que alguien "de Buenos Aires" la haya venido a ver, pero tiene pudor de mostrar el interior del "ranchito" donde vive. "Esta feo", se disculpa, pero saca a la puerta de calle a todos los miembros de su familia que están en casa en ese momento. "Ellos se fueron cuando vino el agua, pero yo me quedé casi todo el tiempo porque no se puede abandonar todo para irse como si tal cosa." La señora Sandoval tiene seis hijos, la más chica --la lleva en brazos-- tiene dos años y la mayor 15. La adolescente, que se llama Gabriela Lorena, está embarazada de cuatro meses y vive en una casita "en el fondo" con su pareja. Marta Graciela se queja de la Municipalidad de Goya: "Nadie vino a ver cómo quedaron las casas y sólo dan de comer en la escuela, pero la comida es pura polenta, sin sal, sin gusto. Sería mejor que nos dieran a nosotros la plata para que hagamos una olla popular. Por lo menos sería una comida con gusto y no esa cosa que dan". Los hombres de la casa no están porque "se fueron a changuear por ahí". En la puerta de una de las viviendas "de material", revocadas y pintadas todas del mismo color indefinido entre el amarillo y el crema, está parada María Paulina Silva, con un bebé en los brazos. "El agua entró, pero no tuve necesidad de irme", dice, aunque su rostro no denota alegría en medio de tanto desastre. "Es que soy viuda desde hace un par de meses", aclara, para luego contar que a su pareja lo mataron "apretándole el cuello con las manos" durante un agitado partido de fútbol. Ramón Valentín Medina, casa de adobe, cinco hijos de entre dos y nueve años, y mujer embarazada, tampoco se fue. "Los chicos estuvieron cuatro días viviendo arriba de la cama; estaban un poco inquietos", admite mientras su mujer, María Rosa, se toma la cabeza recordando aquella odisea. Las paredes del rancho fueron arrancadas por el agua varias veces, pero Ramón las reconstruyó otras tantas. Al mediodía, en el barrio San Ramón, los que vuelven escuchan música bailantera o chamamés a todo volumen. Otros optan por regocijarse con el programa de "Los Hermanos de la Fe", que con voz de misa sugieren desde la radio: "Acaricia el cuerpo del desdichado que se siente solo y desesperado".
Los diputados Graciela Fernández Meijide y Carlos "Chacho" Alvarez anunciaron ayer las propuestas que su partido pretende llevar al Comité de Crisis por las inundaciones, de creación inminente. El Frepaso intentará que todos los sectores de la sociedad participen en las decisiones y que el organismo tome las precauciones necesarias en caso de que las aguas sigan subiendo. Los dirigentes temen que se repitan las consecuencias de la imprevisión si la situación se agrava aún más. El viernes, la Alianza le propuso al Gobierno que convoque al comité, previsto por la ley 24.059 para situaciones de desastre natural. "El ministro del Interior, Carlos Corach, me comunicó la disposición del Gobierno para conformar el comité", dijo Alvarez ayer. Minutos antes, él y Fernández Meijide se habían reunido con un grupo de técnicos que coordina el ex subsecretario de Medio Ambiente Héctor Dalmau, y elaboraron una serie de puntos para consensuar con sus socios radicales en la Alianza. Aunque el Frepaso no decidió quién integrará el comité, quiere que "se amplíe a las centrales de trabajadores y de empresarios, iglesias, gobernadores de las provincias afectadas y a los partidos con representación en el Congreso", según afirmó Alvarez. De esa manera, la Alianza compartiría con el Gobierno el manejo de la crisis. Además, el Frepaso propondrá restituir los fondos para catástrofes en el presupuesto nacional --que existían hasta 1994, con 250 millones de pesos-- y el manejo directo por parte de las provincias de los recursos provenientes de créditos internacionales. Hoy los dirigentes se reunirán con los representantes de las Naciones Unidas en la Argentina, para pedirles que el organismo brinde asistencia técnica. El mismo pedido recibirá la Organización Panamericana de la Salud. El Frepaso también propuso convocar a un organismo del Mercosur para que haga un diagnóstico de la situación, y la creación de un Seguro Integral de Catástrofes para reactivar la cadena productiva. Alvarez y Meijide continuaron con su actitud de "no seguir discutiendo para atrás, porque las consecuencias de la catástrofe ya están", como la describió Chacho. En cambio, el Frepaso buscará "que no se repitan los errores cometidos hasta ahora, como subejecutar créditos o demorar su ejecución". Con ese espíritu, Graciela dijo que desconocía si el Gobierno usa las inundaciones políticamente. "Me parece que no quiere admitir la dimensión que podría llegar a tener", concedió la diputada. Sin embargo, no se pudo contener cuando le mencionaron que había sido comparada con la secretaria de Medio Ambiente, María Julia Alsogaray, por salir del país durante la crisis. "Ella es funcionaria del Gobierno. Yo no. No sé si su gestión es eficaz, pero daba la sensación de que la gente hubiera preferido que estuviera en su lugar", dijo Meijide.
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