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INUNDACIONES


Por Juan  Gelman


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T.gif (67 bytes) Qué se puede escribir en y para un país bajo las aguas. La información en los medios mexicanos es escasa, con pocas excepciones, y aunque dan una idea de la catástrofe, hay que navegar por Internet para conocer su cabal dimensión. "Conocer" es un concepto excesivo en este caso: la conocen, sobre todo, las decenas de miles de afectados. También quienes aportan lo que pueden para ayudarlos. Esa solidaridad conmueve y entre otras cosas prueba que ni la dictadura militar, ni los gobiernos civiles hambreadores que continuaron el plan económico de aquélla, han logrado destruir un tejido social que alienta, vivo, bajo la desocupación y la pobreza. Ese es un hecho favorable en la Historia, diría el gran poeta Raúl González Tuñón.

La imprevisión -–para decirlo de un modo generoso-- del Gobierno es notoria. Su uso político del desastre es notorio. La imagen del presidente Menem, con campera y botas, pasando entre los lodos de la inundación podría ser el símbolo de los lodos que su gestión atraviesa: corrupciones oficiales, injusticias de la Justicia, inseguridades que la miseria alimenta, colusiones implacables con el poder económico. En una palabra, todo lo que soporta el pueblo argentino cada día. Su solidaridad con los inundados, ¿no es acaso una clara respuesta a esa indignidad? ¿Acaso el pueblo argentino no vive anegado por las inundaciones en seco del poder?

Mi primer trabajo en periodismo me dio un par de lecciones. Debe haber pasado ya medio siglo desde que conseguí empleo como cronista en un house organ de varias compañías de seguros. Un compañero y yo debíamos visitar los lugares siniestrados -–con perdón de la palabra, era la que se usaba--, hablar con los damnificados y preguntarles si tenían seguro o no. En cualquier caso, si tenían porque lo tenían, y si no lo tenían porque no, el director redactaba un suerte de himno glorificador de la necesidad de asegurar los bienes. Una vez tuve que entrevistar a los dueños de una barcaza que se había incendiado en el Riachuelo. Eran dos y estaban contritos. "Justo ayer se nos venció el seguro", se apenó uno. La noticia provocó en el director una vasta sonrisa. "Así aprenderán que el seguro hay que renovarlo", dijo satisfecho mientras hundía los pulgares de ambas manos en los bolsillos del chaleco y lo golpeteaba a modo de caricia con los dedos. Era alto, delgado, ligeramente estrábico y contra su mal tampoco había seguro.

La otra ocasión de aprendizaje fue eso, otra. Se había incendiado una fábrica y el fuego había devorado parte de una villa miseria circundante, a la que fui por las mías. Eran las 10 de mañana, los hombres no estaban -–había trabajo entonces-- y caminé por las calles de barro envuelto en un olor a chamusquina que no logro olvidar. El cielo era de zinc -–copiaba el poema de Darío--, volaban cenizas por el aire y aún se oía el crepitar agónico del fuego condenado a su extinción. Golpeé la puerta –-digamos-- de una casilla cualquiera, hecha de lata y cartón con una ingeniería endeble pero hábil, cargada de marcas de cerveza que ejercían sin querer las funciones del adorno. Abrió una mujer presumiblemente joven que me contó las circunstancias del incendio, hora, áreas que devoró, "era de un rojo que nunca vi", las corridas de la gente para salvar sus pertenencias, los bomberos y la escasez de agua para combatir las llamas. "Pobre gente -–dijo de los incendiados--, metí en una valija toda la ropita de una hijita que se me murió y se las di." Al director del house organ no le interesó la historia.

¿De qué está hecho ese lazo que une a los unos con los otros (ciertos unos, ciertos otros)? ¿A pesar del poder que intenta destruirlo convirtiendo en cosa a los unos y a los otros? Los teóricos del fin de la Historia no pueden explicarlo. Nunca podrán. Esos cirujanos del deseo sólo prestan atención a las cúpulas donde lo más humano es el valor del dinero. Los amos de esas cúpulas sí se han convertido en objetos, afanosos de poder, mutilados en su posibilidad humana, que buscan perpetuarse irradiando esa clase de cultura para abajo. La mujer que me abrió la puerta en la villa miseria los borra, los anula.

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