CONFESIONES PARA UN MANI PULITE
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Por Martín Granovsky En dos dramáticas declaraciones, inéditas en la historia moderna de la corrupción argentina, el ex director del Banco Nación Alfredo Aldaco explicó por qué hace una semana le dijo a la televisión que no era inocente. "Me pusieron la guita ahí y no resistí la tentación", dijo a Gente. "No soporto no estar en la cárcel", dijo a trespuntos. Y Genaro Contartese, otro director, dijo a Gente: "Me mató la cargadita". Así cayó una teoría: que Aldaco simplemente quería que el juez Adolfo Bagnasco lo investigase por dádiva (delito suave) y no por el pesado cargo de cohecho. Porque, además, Aldaco envió un mensaje: "Cattáneo me ofreció la coima", dijo, aunque no aclaró si se trata de Juan Carlos, el ex número dos de Alberto Kohan, o de Marcelo, su hermano, dueño de la consultora CCR. Aldaco --44, economista, hijo de un portero de la Cancillería-- es un brillante diplomático de carrera. Sin duda era uno de los diez mejores expertos del Palacio San Martín en las relaciones con Brasil (donde estuvo destinado) y el armado del Mercosur, sus dos obsesiones durante el gobierno de Raúl Alfonsín, con Dante Caputo de canciller, y el de Carlos Menem, con Domingo Cavallo de ministro. Sus dos obsesiones hasta que el cavallismo lo sedujo y, de la mano de Juan Schiaretti, pasó a trabajar como director en el Banco Nación con Aldo Dadone. El resto de la historia está fresco. En 1994 firmó el contrato con IBM como director de Informática del Nación y ahora es uno de los procesados por Bagnasco para saber si el soborno, presuntamente de 37 millones de dólares, lubricó un contrato basado en los sobreprecios. Contartese jugaba al golf con el Presidente. Informó a Bagnasco que recibió de IBM "una atención" compartiendo la alegría del supercontrato de 249 millones de dólares. Agregó un Cattáneo con nombre, Marcelo, que según él después del contrato le dijo que "IBM está interesada en reconocer a algunos directivos, a tres o cuatro del banco que actuaron en el contrato". "Quiero cumplir la pena que me corresponde", dijo después a Gente. "No quiero seguir viviendo con la cabeza gacha." En su autobiografía señala: "No soy una mala persona. Me equivoqué, y tengo que pagar mi error. Pero soy tan normal como cualquiera: hincha de Boca (aunque el fútbol casi no me interesa) y fanático del golf, pero una artrosis en la pierna derecha me cortó la carrera. Antes de entrar al Nación me dedicaba al negocio inmobiliario. Estudié Ciencias Económicas en la UBA pero no terminé". La confesión de Aldaco es increíble. Parece la confirmación de aquella frase según la cual cada uno tiene su precio. "Tenía un buen pasar: casa, auto, quinta... ¿Qué más necesitaba?", se preguntó ante Gente. "Nada. Pero la guita estaba ahí y agarré. Tendría que haber dicho que no, ya sé. Pero no pude... Ahora la estoy pagando, y me lo merezco." Después, los detalles de cómo la paga. "De la noche a la mañana me arruiné la vida", "yo tenía una familia excelente y la destruí", "yo tenía una carrera muy buena y la destruí". Y un indicio de cómo quiere completar el pago: "Si tengo que volver a prisión por lo que hice, vuelvo". La entrevista de Gente es de Mariana Montini y Gilda Santarsiero. La de trespuntos es de su director, Héctor Timerman. El propio Timerman cuenta que consiguió la entrevista porque Aldaco lo reconoció de "la militancia juvenil de los años '70" en Ciencias Económicas, cuando Aldaco era "El Colo". "Che, Colo, esto que le pasa a tu viejo...", cuenta Timerman que dijo en la primera conversación telefónica. "¿Qué viejo? Héctor: Aldaco soy yo", aclaró Alfredo Aldaco. Por eso, la nota está teñida de confesiones. Una es la más impresionante: "Cuando empezaron a matar a todos, como no sabía cómo protegerme, se me ocurrió dar el curso de ingreso a Relaciones Exteriores, y me aceptaron", contó Aldaco. "No tenía antecedentes. Nunca en mi vida había caído preso, hasta ahora." Y dice: "Ahora, en cambio, no soporto no estar en la cárcel". Las declaraciones tienen un tono conocido: el de Adolfo Scilingo. Aldaco aceptó una coima que, como mínimo, pone en duda la limpieza de un contrato donde estaban en juego dineros públicos. No mató. No torturó. No secuestró. Al contrario. Pudo haber sido muerto, torturado y secuestrado. Pudo haber sido arrojado por Scilingo de un vuelo de la muerte. Pero si la confesión de Scilingo añadió a la revisión de los años de plomo una parte sustancial de la verdad --la confirmación que venía del lado de los victimarios--, la de Aldaco completa la sabiduría popular sobre la corrupción. Es cierto que hay funcionarios corrompibles, es verdad que hay funcionarios corruptos, es verdad que esos funcionarios reciben dinero, es verdad que otros captan un porcentaje. Y es cierto que alguien les paga. Si alguien quisiera imaginarse un Mani pulite argentino, aquí están los primeros elementos.
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