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A las 21.07, la oficial de la Policía Federal a cargo de la vigilancia señaló en voz baja a un agente: "Ahí vienen". Se refería a los jueces Caminos, Miguel Avrutín Suárez y Rodolfo Ricotta Denby que, con una hora de retraso, iniciaban la lectura del veredicto. El resultado se aproximó al pedido del fiscal, Roberto Amallo, de 8 años para Pacheco y siete y medio para el resto. Los aguardaban ansiosamente, entre 30 a 40 familiares de los procesados, entre ellos los tres hijos de Valor, además de una nube de fotógrafos y camarógrafos, apretujados en la galería superior de la sala. Abajo, en segunda fila, detrás de sus abogados, Valor, Sosa Aguirre, Pacheco y Nielsen conversaban, aparentemente distendidos, mientras Paulillo se ocultaba de los flashes debajo de su campera. Quince minutos después llegaron los saludos. Durante la mañana, habían quedado atrás los alegatos de la defensa y la última declaración de los procesados. Todos, menos uno, hicieron uso de ese derecho. Emilio Nielsen fue el único que se mantuvo en su postura de no abrir la boca. Luis Alberto Valor pidió perdón: "Al tribunal y a mi familia --dijo, pero insistió--. Me hago cargo de la evasión, pero no de los otros delitos". Oscar Sosa Aguirre, algo más extenso, también pidió perdón pero de un modo particular: igual que Valor se disculpó ante los jueces y su familia, pero agregó "y al Servicio Penitenciario, por saltar a la calle cuando no debía". Menos convencido de que hubiese un momento debido para saltar el muro, Julio Pacheco se la agarró con el fiscal afirmando que "sólo tomó notas, sin tener en cuenta que a nosotros se nos van los años". Más escueto, pero sin dejar de lado el costado emocional, Carlos Paulillo lamentó mucho "los problemas causados". En una poco sorprendente coincidencia, y como ocurrió durante los siete días en que se extendió el juicio, los cuatro condenados que presentaron abogados particulares se conmovieron casi con las mismas palabras. El proceso, iniciado por la espectacular fuga del penal de Devoto, el 16 de setiembre del '94, osciló entre las obviedades, la espectacularidad del operativo de seguridad, y algunas contradicciones de parte de los 35 testigos citados a declarar. También quedó al descubierto la negligencia --para muchos colaboración-- de miembros del Servicio Penitenciario que miraron para otro lado el día de la fuga. El caso más patético fue el del ex jefe de Seguridad Interna, Julio Zalabardo, citado como testigo, que, junto al ex director de la Unidad, Gustavo Barrios, se encerró ese día bajo llave en una salita del hospital del penal, y electrificó la puerta mientras afuera sonaban los tiros.
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