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TOMARON 50 REHENES Y NEGOCIARON HASTA CON EL JEFE DE POLICIA

PESADILLA EN SAN TELMO

Una banda fuertemente armada escapó de la policía tras perder a dos hombres y se refugió en una empresa de computación donde capturaron a los empleados. Tras dos horas de tensión, en que negociaron primero con dos policías, luego con el jefe de la Federal y finalmente con un juez, se entregaron.

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Uno de los asaltantes que fue herido en el tiroteo y luego murió en el hospital.

Habían intentado robar las oficinas del consorcio Roggio, en el puerto, pero erraron de entrada.

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Los rehenes relajados después de que se entregaran los asaltantes.

Mientras duró la negociación, uno de los asaltantes les apuntaba.


Por Eduardo Videla

t.gif (67 bytes) La pesadilla duró poco más de dos horas y no tuvo un final sangriento sólo por la intervención de dos oficiales y la oportuna actuación de un juez. Cinco hombres con armas pesadas venían de cometer un asalto en el puerto, de tirotearse con policías y de perder a dos de los suyos en el camino. Como último recurso, se hicieron fuertes en el edificio de una empresa de computación, en el barrio de San Telmo, donde tomaron cerca de 50 rehenes, todos empleados salvo una cliente. Sólo se iban a entregar ante la presencia del juez y de la prensa. Dos jefes policiales se ofrecieron como rehenes a cambio de los prisioneros, pero pasaron a engrosar el grupo de cautivos, aunque desde adentro pilotearon la negociación. Desconfiados, los delincuentes negociaron por teléfono hasta con el jefe de la Policía Federal, Pablo Baltazar García, quien les dio todas las garantías. Finalmente, a las 19.05 se rindieron y viajaron todos juntos, en el mismo móvil, hacia Tribunales: los asaltantes, los policías-rehenes, el juez y su secretario. Poco después, desde las ventanas del primer piso, los liberados saludaban distendidos a sus familiares o amigos.

El saldo fue de dos asaltantes muertos, cinco detenidos y otros cinco prófugos. Los doce habían comenzado su recorrido en la zona del puerto, en las oficinas del consorcio Roggio-Mitsubishi-Sade, que construyen una central termoeléctrica en la Costanera Sur. Tenían el dato de que allí había un botín de 500 mil dólares. Pero, de entrada, dieron con el lugar equivocado: ingresaron en un salón contiguo donde, desconcertados, comenzaron a despojar a los 56 asistentes a una convención.

Habían llegado en tres vehículos: un Rover último modelo, un Renault Megane y un Peugeot 504. Pero escaparon en dos: el Renault quedó abandonado y parte del grupo decidió huir corriendo. Para el resto, estaba claro, no era un buen día: no bien salieron se tirotearon con un patrullero y allí cayó el primero de los asaltantes. En cuestión de minutos se había tendido un cerco sobre la banda, que escapó por Huergo, intentó tomar San Juan de contramano y luego Azopardo, cuando el Rover se estrelló contra una columna.

En medio de la tiroteo, los seis que quedaban entraron en el edificio de Apple Systems, en Azopardo 1168, donde se hicieron fuertes durante dos horas. Todos menos uno, que quedó mal herido en la puerta y luego murió en el hospital.

Todo se concentró en el primer piso. Allí, primero cundió el horror, cuando los delincuentes, que empuñaban un FAL, una escopeta recortada y pistolas 9 milímetros, encañonaron a los empleados y los obligaron a sentarse en el piso, en una oficina amplia. Algunos rehenes se abrazaban y lloraban. Entre ellos había una joven embarazada. Afuera, ya era importante la presencia policial. A un costado, tres mujeres, familiares de los asaltantes, se preocupaban por la suerte de los suyos.

A esa altura, el jefe de la banda, el único que vestía traje, un hombre de unos 40 años, tenía el control de la situación. Con el FAL en una mano, tomó por el cuello a una mujer mayor y la asomó por la ventana. Fue entonces que pidió la presencia del juez. En ese momento, los jefes del operativo tomaron la decisión: el jefe de Operaciones Criminales y su par de Comisarías, los comisarios mayores Jorge Marcelo Infante y Carlos Alberto Navedo, le propusieron al jefe ingresar desarmados al lugar y ofrecerse como rehenes a cambio de la liberación de las personas cautivas. El líder accedió a que ingresaran, desarmados y sin aparatos de comunicación, pero no a liberar a los rehenes. Sólo hubo una excepción: un joven que se descompuso, pudo salir y fue llevado en una ambulancia.

"Estaban muy nerviosos, pero cada uno ocupaba un puesto clave", relató luego Infante. "Había uno que apuntaba a los rehenes, que estaban en el suelo, otro vigilaba la pantalla del monitor, por donde se veía la entrada al edificio. Otros dos estaban en posibles lugares de acceso y el jefe nos apuntaba a nosotros dos, en otra oficina. Le ponía y le sacaba el seguro a su arma. Nos dio a entender que si había un ataque de un francotirador, íbamos a ser las primeras víctimas.

El jefe de la Policía Federal admitió luego que ya habían empezado a desplegar en la zona efectivos del Grupo Especial de Operaciones Federales (GEOF), un cuerpo de elite que incluye a francotiradores. Por contactos con personal de la empresa que estaba fuera del edificio, habían conseguido la llave de una puerta trasera y todo estaba listo para un rescate por la fuerza, que seguramente sería cruento.

No fue necesario. El jefe de la banda, no conforme con las presas que tenía en su poder, pidió hablar con el jefe de Policía. Infante fue el gestor de la comunicación. "Les garanticé la salvaguarda de sus personas y todas las garantías procesales, con la condición de que se entregaran y que los rehenes quedaran a salvo", explicó luego Baltazar García.

Sólo faltaba la presencia del juez. El magistrado, Nelson Javier Jarazo, entró en el lugar a las 18.45. Los asaltantes, entonces, entregaron las armas y, a las 19.05, entraron todos en un celular. Poco después, algunos empleados reían distendidos desde el primer piso. La pesadilla había terminado.

 


 

VAN EN AUMENTO LOS ASALTOS CON CAPTURAS

LA MODALIDAD DE LLEVARSE UNOS REHENES

t.gif (67 bytes) Son pocas las veces que despliegan persecuciones cinematográficas al estilo de las películas de Bruce Willis o Sylvester Stallone. Pero en los últimos tiempos, la toma de rehenes como escudos humanos es una modalidad que gana fuerza en el escenario delictivo. Solos o en banda, los ladrones se llevan como botín a las personas --ya se trate de los mismos afectados o de víctimas ocasionales--, a quienes liberan tiempo después. El método les sirve para concretar exitosamente su objetivo, o como vía de escape si son descubiertos "in fraganti". Otras veces, en cambio, son acorralados y deben entregarse sin concesiones.

Cuatro días atrás, un padre y sus dos pequeños hijos que viajaban en una camioneta por la localidad de San Martín fueron abordados por tres delincuentes fuertemente armados que, tras tomarlos como rehenes, se dirigieron al comercio del hombre, donde le robaron 1500 pesos. La policía los siguió hasta que abandonaron la camioneta y sus rehenes, pero se perdieron en la entrada de una villa de Tres de Febrero. Distinto fue el final del hombre que presuntamente iba a robar una fábrica de quesos, el 23 de abril, en el barrio de Flores. Después de llevarse como rehén a una mujer y encerrarla en un edificio, murió al enfrentarse a tiros con la policía. Negociar y entregarse es otra de las alternativas: así ocurrió con los dos delincuentes que vieron frustrado su intento de robo en un aserradero de la localidad de Tolosa, cerca de La Plata, después de tomar como escudos humanos a ocho personas.

Sin embargo, para el comisario Pardal de la Policía Federal, el robo con rehenes no ha dejado de ser un hecho esporádico y excepcional. "Ocurren esporádicamente y generalmente son protagonizados por ex presos que conocen ese tipo de trabajo y están dispuestos a todo, aunque finalmente se dan cuenta de que es absurdo seguir en el lugar, con decenas de rehenes y rodeados por la policía. Son personas que tienen entre 25 y 50 años y utilizan al juez y a las cámaras de televisión porque piensan que de ese modo no les va a pasar nada. Por supuesto, terminan entregándose."

 



LA HISTORIA CONTADA POR QUIENES LA VIERON

UNA TARDE PARA NO OLVIDAR NUNCA MÁS

--Luz, Luz, ¿sabés algo de Pablo?

--Está bien, lo dejaron.

Colgado al vidrio del primer piso, la cara de uno de los empleados de Apple buscaba saber el destino de un compañero ahora liberado. Sobre los adoquines de Azopardo pasaban los primeros minutos después del horror: unos cincuenta empleados de la empresa sacudían la cabeza y entendían que las dos horas en las que fueron rehenes de un grupo comando eran historia. Todavía entre la gente Carlos Brown mostraba su cara. Fue uno de los primeros que vio la corrida en plena avenida Alem. "Vivo en Cochabamba y Garay y en la esquina un policía intentaba agarrar a unos pibes que querían afanar un pasacasete". La radio de los agentes empezó a sonar, "dejaron a los pibes, subieron al patrullero y salieron disparando". Como en montaje, Emiliano habla de la secuencia que siguió. El chico trabaja en Apple y había salido en busca de un equipo roto. "Venía por Alem para encarar Azopardo y no entendí más nada". Circulando a puertas abiertas, el Rover colorado de la banda disparaba con FAL al coche de civil de la policía. El crujido de ruedas y el tiroteo lo hicieron tirar al piso y largar un "tragáme tierra". El estampido dio en los neumáticos del Rover y en el volantazo la banda chocó contra una columna.

Todavía faltaban unos minutos para que el papá de Mariano atravesara Crovara y General Paz. En ese momento algún locutor desde radio Rivadavia le diría que su hijo, que tres días atrás había entrado como ayudante en la gerencia de Apple, hacía su "bautismo de fuego". Mariano tampoco sabía que estaba por sentir que las puertas se le caían encima. Los delincuentes acaban de deshacerse del choque. Aturdidos por el operativo policial que los devoraba, uno salió disparando por San Juan hasta que un proyectil lo dejó en el piso. Los otros buscaron desbaratar la cerradura de un Pointer gris en vano y siguieron carrera hasta la empresa. En la planta baja Martín estaba a punto de saldar la cuenta por la reparación de su PC. "Empecé a sentir los disparos y le dije a la chica que me atendía que se quede tranquilita y se acueste en el piso". Al rato estaba afuera. Cinco de los hombres de la banda golpeaban puertas en el primer piso. Habían hecho base en el servicio técnico de la empresa. Recluidos mantuvieron por 120 minutos cerca de treinta amigos de Emiliano. El, desde afuera, conseguía un celular y les chiflaba a unos cuantos acurrucados en un hueco del depósito, un piso más arriba, que ni se les ocurriera moverse. En ese momento sonó el teléfono y era Sandra que intentaba hablar con su novio. "No te puedo hablar", dijo él, y colgó.


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