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Elenco: Mamen Duch, Miriam Iscia, Marta Pérez y Carme Pla. Coreografía: Mar Gómez. Diseño de iluminación: Tito Rueda. Música original: Oscar Roig. Vestuario: César Olivar. Escenografía: Ion Berrondo. Dirección: David Plana. Paseo La Plaza, de miércoles a domingo, en horarios diversos. Por Cecilia Hopkins "Ni un tratado de pedagogía ni una retahíla de recuerdos nostálgicos de los tiempos de la inocencia", prometen en el programa de mano las integrantes del grupo catalán T de Teatre en su segunda visita al país. Así las cosas, el primer cuadro de Criaturas, su nueva creación, muestra a cuatro mujeres que se autoproclaman "básicamente felices" a no ser por el martirio que a diario soportan a causa de sus respectivos hijos. Sucios o deslenguados, hipersensibles o al borde del autismo, vulgares o superdotados, no hay vástago que les venga bien a estas mujeres aterradas. "Los hijos son para toda la vida", se dicen y tiemblan a coro. Autor de esta primer escena, el dramaturgo Sergi Belbel ha cargado bien las tintas en pos de la ironía. No obstante las risas que estallan en la platea, el gozo exacerbado que produce a estas madres la confesión colectiva de sus sufrimientos genera algunos gestos de disgusto entre algunos de los presentes. Escrita a varias manos --los textos son obra de siete autores además de las integrantes del elenco-- Criaturas parece haber sido pensada para satisfacer cierto espíritu de venganza, descubriendo en escena los pensamientos inconfesables que supuestamente alienta todo aquel que cría hijos. La otra cara de la historia aparece cuando los mayores se convierten en el centro de las críticas de los niños. Interpretados por las actrices, estos infantes se explayan en la descripción de su parentela, cada vez más enmarañada por obra de casamientos y noviazgos de sus padres separados que suman nuevos hermanos al aturdido cuadro familiar de los pequeños. Psicoanalizados o no, los padres que retratan las cuatro actrices sueñan con encaminar el futuro de sus hijos con el solo objeto de vengar sus propias frustraciones. Algo que aparece claramente en la escena mejor resuelta, en la que tres madres llevan a sus retoños al casting de un comercial. La estridencia y la exageración son una constante en los personajes que compone el grupo, un escorzo deformante que asume plenamente el discurso verbal, pero que casi no es trasladado a otros planos de la interpretación, ni siquiera a la utilización del espacio. Sólo hay desplazamientos en escena cuando las catalanas, convertidas en pícaras chilindrinas, arrastran las grandes piezas de gomaespuma que remedan un juego infantil, entre un cuadro y otro. Al espectáculo no le falta sincronización ni prolijidad pero sí delata falta de originalidad en sus resortes humorísticos. Sin demasiados matices, la ternura brilla casi por su ausencia: apenas despunta en el soliloquio del niñito dormilón que se resiste a abandonar las sábanas, escrito por Jordi Mollá.
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