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SERGIO RENAN VOLVIO AL TEATRO LUEGO DE NUEVE AÑOS

HA RETORNADO UN DIRECTOR

"Ha llegado un inspector" parece un lujo de otra época: una obra de un autor inglés, una acción situada en 1912, una serie de ideas metafóricas sobre el comportamiento social. En el elenco, Lito Cruz, Graciela Dufau, Héctor Bidonde, Inés Estévez, Fabián Vena y Federico D'Elía.

Idea. La puesta es fiel a J. B. Priestley en lo que importa mostrar, en el condicionamiento que las presiones sociales ejercen sobre los individuos.

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Sergio Renán no dirigía teatro desde hace nueve años y volvió con una obra climática, ambiciosa formalmente.
Una escenografía importada y un relato como de cuento enmarcan el desarrollo de la acción dramática.


HA LLEGADO UN INSPECTOR 7

("An Inspector Calls") puntos

de John Boynton Priestley

Intérpretes: Lito Cruz, Graciela Dufau, Héctor Bidonde, Inés Estévez, Fabián Vena, Federico D'Elía y otros.
Escenografía y vestuario: Ian MacNeil.
Iluminación: Juan Carlos Greco.
Musicalización: sobre obras de Stephen Warbeck.
Dirección: Sergio Renán.
Lugar: Teatro Ateneo, Paraguay y Suipacha, de jueves a domingo en horarios diversos.

Por Hilda Cabrera

t.gif (67 bytes) Para esta obra de climas y cambios progresivos, en la que el tiempo no es precisamente una dimensión homogénea, el director Sergio Renán ha elegido un decorado que, por un lado, aparece como un elemento interesante, interdependiente con la acción, y es por otro un exceso que distrae al espectador de las atmósferas que sugiere el texto. La escenografía, con su casa de estilo, subraya el nivel social de los personajes centrales, su poder y su distanciamiento respecto de lo que sucede en la calle, donde merodean una criada y dos chicos. Ese alejamiento desvitaliza los diálogos, sencillos pero esenciales para apreciar el desarrollo de la trama. Las frases iniciales le llegan al espectador desde una habitación con ventanales, situada en lo alto de la casa del próspero industrial Arthur Birling, alteradas por el eco metálico que produce la utilización por parte de los actores de micrófonos corbateros. Birling festeja el compromiso de la hija con el vástago del también industrial Croft, con quien sueña asociarse en el futuro para "bajar los costos y aumentar los precios".

La importancia de que los diálogos no pasen inadvertidos radica en que la aparición del inspector del título --y con ella el estallido de la catarsis familiar-- se produce después de pronunciadas algunas frases clave (como que dentro de veinte años habrá un mundo sin conflictos, que es preferible pedir la luna a tomarla, o que los hombres públicos tienen tantas responsabilidades como privilegios). La joven Sheila recordará más tarde como detonante la secuencia en la que el padre les aconseja cuidar de sí mismos y "no hacer caso de esos maniáticos que dicen que hay que preocuparse por los demás". Priestley sitúa la acción en un anochecer de la primavera de 1912, lo que posibilita la creación de una atmósfera de amenaza, y otorga contundencia al alegato que hace el autor respecto de la asunción de una mayor responsabilidad social. Escrita en 1945 sobre un material anterior --y en una Inglaterra que estaba reconstruyéndose tras la guerra--, alude irónicamente a la imposibilidad de un conflicto mundial y al confort y seguridad de un transatlántico, el "Titanic", a punto de zarpar.

Metidos en esta situación, los personajes no intentan ir más allá de sus posibilidades. Su aparente seguridad se resquebraja rápidamente, constituyéndose en marionetas de quien llega hasta la casa para anunciar el suicidio de una ex obrera de la fábrica de los Birling --despedida tiempo atrás--, y para inquirir sobre la relación que unos y otros mantuvieron con la mujer. Que Priestley haya querido simbolizar en la figura del inspector Goole la conciencia colectiva es un dato anecdótico. Lo que instala formalmente es un modelo dramático que hace estallar los arquetipos. La familia Birling y el joven Gerald Croft no son al final de la obra lo que aparentaban al comienzo.

Narrada a la manera de un cuento, a lo que contribuye la escenografía de troquelados del inglés Ian MacNeil y los exteriores a lo Dickens, la puesta de Renán es fiel a Priestley en lo que importa mostrar, en el condicionamiento que las presiones sociales y culturales ejercen sobre los individuos, aun cuando esto implique utilizar frases sentenciosas. Por otra parte, características del teatro inglés de la década del 40, más humanista que político. "Si no aprenden esta lección, la aprenderán con fuego, sangre y angustia", dice el inspector a los Birling (una clara referencia a la guerra), antes de desaparecer tan imprevistamente como había llegado.

Componiendo a la zarandeada familia, Héctor Bidonde (el padre), Graciela Dufau (la madre), Inés Estévez, como Sheila, y Fabián Vena en el rol de Eric se ajustan a la minuciosa marcación impuesta por el director a la gestualidad y a la dicción, pero --salvo excepciones-- no acompañan ese trabajo con un movimiento corporal adecuado. Otro tanto ocurre con Federico D'Elía (el joven Croft) y el inspector (Lito Cruz), esa presencia que enturbia el ánimo de "una familia muy normal", y apunta, por extensión, a una sociedad destructiva.

 

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