"Las aguas desbordan y la tierra se reseca. ¡Buen Dios!: hasta el aire se asfixia. Falta el fuego. Y no estoy hablando del fuego sagrado." Gastón Bachelard, Los cuatro elementos, 1941 Se enternecen algunos oficialismos de América latina con la puesta en escena del Mercosur. Incluso, los más triunfalistas aseguran que es el comienzo de la realización del antiguo proyecto de Simón Bolívar.--En las fachadas. Porque en el contrafrente de las pasarelas VIP y de las sonrisas de Kolynos y cheese, cuatro quintas partes de América latina chapotean entre inundaciones o sienten los pies quemados por la tierra tan desolada como ajena.
--Carnaval y favela. La despiadada geografía esencial del continente con pecho ancho y cola crispada, del Amazonas a Tierra del Fuego, no sólo sigue vigente, sino que se ha polarizado de manera vertiginosa. Instituciones tan parsimoniosas como Unicef, informan cotidianamente que de "cada cuatro niños, uno se encuentra en estado de desnutrición aguda". --Los niños del nordeste del Brasil --denuncia la Confederación Nacional de Obispos de ese país-- se dedican a perseguir lagartijas para llevar algo a las cacerolas. Y el cardenal de San Pablo, que no es un profesional de poner los ojos en blanco, aprueba las acciones de los Sin Tierra que toman supermercados, aludiendo al artículo 23 del Código Penal brasileño que establece, categóricamente, que "no hay crimen si se actúa por necesidad". --Y, santo horror, también los curas del país de Tiradentes, Guimaráes Rosa y Chico Buarque justificaron y apoyaron las tácticas de los campesinos. En la Argentina, mientras más de una tercera parte de su geografía sigue bajo las aguas, y la gente del Chaco y Corrientes --para no abundar-- calcula la pérdida del 90% de sus cosechas, la eficiente y aterciopelada ingeniera Alsogaray declara, en alguna estación de su laborioso via crucis turístico, que ella está "al pie del cañón". --Debe estar oxidada; y su próximo destino será el museo del parque Lezama, entre los vetustos torpedos de Humaitá y de Curupaytí. "De las inundaciones, ya no nos salva ni la canoa del barbudo de Los desterrados", rezongó, sin el presunto humor de los argentinos, un vecino de Goya. "Goya" --se sonrió desabridamente--; Goya. Y algo aludió a cierto aragonés, medio sordo, especialista en pintar fusilamientos de "los de abajo" cumpliendo órdenes de los imperiales de entonces. --Si el Litoral está lleno de goteras --calculó una maestra de Resistencia contemplando el cielo y estirando la mano con la palma abierta--, todos los argentinos terminaremos en un agujero. Vicente Paulo Da Silva, dirigente de la Central Unica de Trabajadores, habla de los "favelados" --villeros, repite, villeros en la Argentina--, y describe la situación de esa gente: es trágica: "Ya no es posible pedir limosnas en una esquina ni esperar las sobras de las hamburgueserías". Palito se embarra hasta el encuentro (foto); Fernando Henrique Cardoso va saltando entre las rajas de la tierra reseca de Pernambuco y Ceará (otra foto, de perfil); dos chicos correntinos, las bocas negras, abiertas, extienden la mano vacía (hacia el fotógrafo) y el propio Vicente Paulo da Silva se había llevado un paquete de fideos, cuando tenía catorce años, en su estado de Río Grande del Norte, durante una sequía que no había dejado nada para comer. --Mi edición de Los cuatro elementos de Bachelard, exhibe, en la tapa, un incendio de Goya, que se traga --como el viejo Saturno-- un río, una llanura. Y a sus propios hijos, desnudos y humillados, que marcan un grito que no se sabe muy bien si es plegaria, conjuro o rebeldía. Se trata, apenas, del maniqueísmo de un aguafuerte. |